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[Original en noruego]

Mi gratitud a nuestro Padre-Madre Dios...

Del número de octubre de 1976 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mi gratitud a nuestro Padre-Madre Dios por haberme guiado al estudio de la Ciencia Cristiana no tiene límites. Supe del libro de texto, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, en momentos en que el uso de fuertes somníferos y píldoras para los nervios había llegado a su punto culminante y no encontraba remedio contra este estado progresivo de nerviosidad e insomnio. Ya no podía dar conciertos o tocar en ninguna parte sin pasar por una angustiosa sensación de temor. Parecía que los conflictos y las preocupaciones abundaban en lugar de la alegría y la inspiración.

Todo esto se transformó en un nuevo gozo, esperanza e inspiración al encontrar la Ciencia Cristiana. Mi corazón estaba repleto de esta maravillosa enseñanza al regresar a casa después de una gira de conciertos. Era como un hombre nuevo, tal es así que mi esposa también comenzó a estudiar esta Ciencia para saber qué era lo que me había sanado. Así fue como empezamos a concurrir a la filial de la Iglesia de Cristo, Científico, de la localidad, donde también inscribimos a nuestra hijita en la Escuela Dominical. A partir de ese momento no hemos usado medicamentos en nuestro hogar y eso fue hace casi veinticinco años. Todas nuestras necesidades han sido satisfechas, tanto físicas como económicas, y se han resuelto toda clase de problemas por medio de la Ciencia Cristiana. Dios ha sido y es nuestro único médico.

Una curación que obtuve durante una gira artística se destaca como una permanente y resplandeciente luz. Habíamos llegado a la sala de conciertos y al sacar las valijas del coche se me resbaló repentinamente una maleta, arrancándome gran parte de la uña de un dedo de la mano. Casi tan rápido como el sobresalto y el dolor, me vino al pensamiento este versículo de las Escrituras como un mensaje de Dios (Juan 1:3): “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”. El dolor y la sangre cesaron instantáneamente. A nadie dije lo ocurrido excepto a mi esposa, a quien le pedí que me ayudara reconociendo la verdad de mi ser como hijo de Dios. Dos horas más tarde daba el concierto con el pleno uso de todos los dedos. Durante todo el concierto me sostuvo un maravilloso sentimiento de la presencia y el amor de Dios. No tuve dolor ni molestia, sólo una sensación de armonía. Esta sensación continuó durante los conciertos que di en varios lugares los días subsiguientes, y poco después me creció una nueva uña. En ningún momento sentí malestar aunque tuve que dar un concierto tras otro.

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