En abril de 1972 concurrí por primera vez a una reunión de testimonios de una Iglesia de Cristo, Científico. Pocos días antes había comprado el libro de texto, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, y lo estaba leyendo con gran interés. Las curaciones que leí en el capítulo “Los Frutos de la Ciencia Cristiana”, así como las que contenía El Heraldo de la Ciencia Cristiana, me causaron gran impresión.
Sin pérdida de tiempo pedí la ayuda de un practicista por cierta condición discordante. El practicista expresó mucho amor hacia mí y me indicó la forma de trabajar por medio de la oración para poder librarme de ciertos errores, y especialmente me indicó cómo pensar partiendo desde la base del Principio y la Verdad divinos. Al mismo tiempo estaba leyendo la Biblia, pero aún no había comenzado a estudiar la Lección-Sermón en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. La luz de la Verdad no me hizo esperar mucho. De pronto sentí que me había librado de una multitud de discordancias que me habían atormentado durante mucho tiempo.
Uno de los errores fue el de claustrofobia, es decir, el miedo a estar en espacios cerrados. Ese mismo mes viajé en avión cuatro veces en el término de viente días sin el más ligero malestar o temor. Antes de saber de la Ciencia Cristiana, el sólo pensar que algún día me vería obligada a viajar en avión me aterrorizaba.
Seguí concurriendo a las reuniones de testimonios de los miércoles y leyendo el libro de texto y, siguiendo los consejos del practicista, comencé también a estudiar diariamente la Lección-Sermón. Todos los testimonios que escuché me impresionaron en gran manera, pero uno en particular quedó grabado permanentemente en mi memoria, y lo hallé muy útil cuando puse sus verdades en práctica.
El testificante dijo que estaba haciendo trabajos de reparación en un barco. Un día tomó la lancha para ir a bordo, pero cuando se acercó al barco, la lancha fue sacudida de tal modo por las olas que al poner el pie en la escala del barco se le quedó atrapado entre la lancha y el barco. El golpe fue muy doloroso, pero inmediatamente pensó que la materia no tenía inteligencia y que la Mente infinita lo gobernaba. Aunque al abordar el barco aún sentía dolor, la curación fue instantánea, y no hubo señal de daño alguno.
Este testimonio vino a mi memoria cuando me caí violentamente en el piso de un autobús. Lo primero que pensé fue que yo era la imagen y semejanza de Dios y por lo tanto expresaba inteligencia y perfección, y que nada me había ocurrido. Me rehusé a que las palabras “Me lastimé” o “Me duele” entraran en mi pensamiento. “Estoy gobernada por la Mente divina e infinita”, me dije, “y nada me puede dañar”. Rechacé el ofrecimiento de ser llevada a una clínica médica.
Cuando llegué a mi casa, no dije nada a mi marido, aunque comencé a sentir dolor en la espalda y la cintura. Deseché inmediatamente esta sugestión y negué que pudiera haber substancia e inteligencia en la materia. Al día siguiente vi que ni siquiera estaba amoratada. Sentí como si nada hubiera ocurrido. Ese día experimenté un gran gozo y gratitud hacia la iglesia por la curación que había tenido.
También estoy agradecida a la Ciencia Cristiana porque me he liberado de muchos prejuicios y supersticiones que había abrigado y que me hacían penosa la vida.
Hace pocos años tuve una curación instantánea de fiebre. Mi familia estaba a punto de llamar a un médico. Yo me negué. Y comencé a decir en voz muy alta “la declaración científica del ser” que incluye estas palabras: “El Espíritu es Dios, y el hombre es Su imagen y semejanza. Por lo tanto el hombre no es material; él es espiritual” (Ciencia y Salud, pág. 468). Mi madre, que estaba en ese momento a mi lado, vio con gran asombro que en dos minutos la fiebre se había ido, y al día siguiente me levanté y fui a mi oficina.
Cierta vez me dejé perturbar de tal manera por la actitud hostil de un compañero de oficina, que caí enferma y me quedé en casa en lugar de ir a trabajar. Los mareos, dolores de cabeza, la falta de apetito y los ahogos me tiranizaron. En mi desesperación llamé a una practicista y le pedí ayuda por medio de la oración. La practicista vino a mi casa. Me ayudó a darme cuenta de que debía vencer la extrema sensibilidad, y que era víctima del egotismo. Estudiamos juntas las Bienaventuranzas durante una hora y media más o menos. Antes de irse mi estado había mejorado, siguiendo a esto una rápida curación. Cuando volví a mi oficina, todo estaba en paz y armonía. Verdaderamente, ahora siento simpatía por la gente que antes me desagradaba.
También deseo agradecer a Dios por las innumerables veces que mi hija, que estudia en Alemania, ha sido ayudada por medio de la oración. Cuando se fue a Alemania, le regalé un ejemplar del libro de texto de la Ciencia Cristiana, que ella estudia junto con la Biblia, y debido a ello ha recibido mucha ayuda al vencer una condición nerviosa.
Estoy agradecida a Dios por la Sra. Eddy, Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, que nos explica la Biblia y nos enseña la manera de poner en práctica las enseñanzas de Cristo Jesús para nuestro propio bien y el de toda la humanidad.
Atenas, Grecia
