Desearía comenzar con una cita favorita de la Biblia que expresa verdaderamente la razón que me inspira a ofrecer este testimonio (Salmo 150:1, 2): “Alabad a Dios en su santuario; alabadle en la magnificencia de su firmamento. Alabadle por sus proezas; alabadle conforme a la muchedumbre de su grandeza”.
La Ciencia Cristiana me fue presentada hace muchos años. Ocurrió a raíz de una seria enfermedad que me atacó durante la época de una epidemia de gripe. Después de más o menos tres semanas de tratamiento, al médico no le fue posible diagnosticar la enfermedad que me aquejaba, y los remedios no me aportaron ningún alivio.
Mi esposa, que había sido estudiante de Ciencia Cristiana durante varios años antes de mi enfermedad, viendo que mi condición empeoraba, me preguntó si deseaba someterme a tratamiento por la Ciencia Cristiana. Asentí gustosamente a que llamara a la practicista de la Ciencia Cristiana que la había ayudado mucho a ella en su búsqueda de curación. La practicista vino a verme esa misma noche y me habló durante casi una hora para calmar mi temor, y me habló del gran amor que Dios sentía por mí. Me rogó que en tanto que ella hacía devoto trabajo para mí, me aferrara a estos pensamientos durante la noche — que afirmara que Dios, la Mente divina, me gobernaba y que Dios me había creado a Su imagen y semejanza, y puesto que Dios es perfecto, yo también lo era ahora mismo. Medité profundamente acerca de estas declaraciones. Pasé una noche de apacible reposo y al otro día desperté completamente sano.
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