Desearía comenzar con una cita favorita de la Biblia que expresa verdaderamente la razón que me inspira a ofrecer este testimonio (Salmo 150:1, 2): “Alabad a Dios en su santuario; alabadle en la magnificencia de su firmamento. Alabadle por sus proezas; alabadle conforme a la muchedumbre de su grandeza”.
La Ciencia Cristiana me fue presentada hace muchos años. Ocurrió a raíz de una seria enfermedad que me atacó durante la época de una epidemia de gripe. Después de más o menos tres semanas de tratamiento, al médico no le fue posible diagnosticar la enfermedad que me aquejaba, y los remedios no me aportaron ningún alivio.
Mi esposa, que había sido estudiante de Ciencia Cristiana durante varios años antes de mi enfermedad, viendo que mi condición empeoraba, me preguntó si deseaba someterme a tratamiento por la Ciencia Cristiana. Asentí gustosamente a que llamara a la practicista de la Ciencia Cristiana que la había ayudado mucho a ella en su búsqueda de curación. La practicista vino a verme esa misma noche y me habló durante casi una hora para calmar mi temor, y me habló del gran amor que Dios sentía por mí. Me rogó que en tanto que ella hacía devoto trabajo para mí, me aferrara a estos pensamientos durante la noche — que afirmara que Dios, la Mente divina, me gobernaba y que Dios me había creado a Su imagen y semejanza, y puesto que Dios es perfecto, yo también lo era ahora mismo. Medité profundamente acerca de estas declaraciones. Pasé una noche de apacible reposo y al otro día desperté completamente sano.
Ésta fue la primera de una larga lista de curaciones que he experimentado desde entonces.
También estoy muy agradecido a Dios por la guía y protección que he recibido en mi trabajo en el ferrocarril. En más de tres millones de kilómetros recorridos, jamás me vi envuelto en un descarrilamiento o en ninguna especie de desastre, y en todos los años que trabajé como maquinista jamás tuve que escribir un informe sobre algún accidente ocurrido a cualesquiera de los pasajeros que viajaron en mi tren. Cada día antes de comenzar mi trabajo meditaba sobre esta declaración que aparece en la página 424 de Ciencia y Salud: “Los accidentes son desconocidos para Dios, la Mente inmortal, y tenemos que abandonar la base mortal de la creencia y unirnos con la Mente única, a fin de cambiar la noción de la casualidad por el concepto correcto de la dirección infalible de Dios y de esta manera sacar a luz la armonía”. A menudo recordaba las palabras del Himno No. 139 del Himnario de la Ciencia Cristiana que dice: “Andando voy con el Amor”. (A veces me tomaba la libertad de substituir mentalmente la palabra “andando” con la palabra “viajando”.) Cada viaje era una experiencia sagrada y de gran satisfacción.
Tuve el privilegio de tomar clase de instrucción, y las lecciones que aprendí como resultado de esta instrucción hicieron mi trabajo más agradable, pues aprendí a percibir que no estaba tratando con extraños de diversas razas, credos y culturas, sino que, por el contrario, estaba conociendo a mi prójimo. Esta mejor comprensión hizo que mi trabajo fuera tanto un gozo como un deber.
Por las bendiciones que se han manifestado en mi vida mediante el estudio y la aplicación de esta Ciencia de la Verdad, incluso el ser miembro de una iglesia filial y de La Iglesia Madre; por el devoto trabajo de los practicistas; por Cristo Jesús, el Mostrador del camino; y por la Sra. Eddy, quien siguió el mandato de Jesús de sanar, me siento sinceramente agradecido.
Cincinnati, Ohio, E.U.A.
