Si perdonamos superficialmente cuando alguien nos desilusiona, posiblemente quedemos heridos en nuestro interior, sintiéndonos desengañados por la conducta de alguien que nos importa profundamente.
El aceptar el deteriorio de una relación tal, puede llevarnos fácilmente a actuar con excesiva cautela en otras relaciones. Para evitarnos el dolor de nuevos desengaños, acaso queramos deliberadamente limitar nuestras aspiraciones y, en lugar de buscar amistades vitales, optemos simplemente por relaciones superficiales, poco exigentes y relativamente poco satisfactorias. Sin embargo, esto no contribuye a una verdadera realización. Significa que seremos pobres en la amistad, cuando podemos ser ricos.
Un día descubrí algo acerca de mí mismo que me sorprendió. Durante una época en que estuve meditando en oración, me di cuenta, con la inquietante sensación de verme a mí mismo bajo una luz más cruda, de que durante años me había sentido desilusionado de los seres humanos en general.
Cuando reflexioné sobre esto pensé que quizás cuando era jovencito el idealista que había en mí, que buscaba un mundo poblado de hombres y mujeres nobles y perfectos, debe de haberse adaptado con dificultad a la escena humana, con su mezcla de bien y mal. Esta adaptación se había hecho, indudablemente, con renuencia y me había sido costosa desde el punto de vista emocional, y el resultado había sido un profundo e inadvertido desengaño hacia el prójimo.
Cuando este desengaño fue sacado a luz por la acción reveladora de la oración cristianamente científica, vi claramente que era un impedimento. Percibí su influencia limitativa y negativa en mi relación con los demás durante los años de su insospechada actividad.
Pero la Ciencia Cristiana no se limita a sacar los males a la luz dejándolos allí para que en lugar de vivir inconscientemente con ellos vivamos con ellos conscientemente. La revelación que recibió Mary Baker Eddy de que la creación, incluso el hombre, es espiritual y perfecta, nos provee el instrumento universal para abrir las compuertas de la Verdad para que el error — el mal de toda clase — pueda ser arrastrado completamente por la corriente de la Verdad.
Al aplicar el entendimiento espiritual obtenido de mi estudio de Ciencia Cristiana, el profundo desengaño que había estado alimentando fue eliminado y avancé hacia un plano más alto de gozo en la vida. Había probado que el adquirir cierta comprensión de la verdad de que el reflejo de Dios, el hombre, es espiritual e intachable, no solamente sana nuestros sentimientos heridos o frustrados, sino que transforma toda nuestra perspectiva.
Refiriéndose a la visión que tuvo San Juan de un nuevo cielo y de una nueva tierra, la Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud: “Este testimonio de las Sagradas Escrituras confirma la realidad científica de que los cielos y la tierra para cierta consciencia humana, aquella consciencia que Dios imparte, son espirituales, mientras que para otra, la mente humana no iluminada, la visión es material”.
En el siguiente párrafo afirma: “Acompañando esta consciencia científica vino otra revelación, nada menos que la declaración procedente del cielo, la armonía suprema, de que Dios, el Principio divino de la armonía, está siempre con los hombres, y que ellos son Su pueblo”.Ciencia y Salud, pág. 573;
Por lo tanto, todos somos, en verdad, el pueblo de Dios, formado y gobernado por “el Principio divino de la armonía”. Esto evidentemente nos pone ante una elección. O bien podemos ver a los demás como personas físicas con muchas faltas, viéndolos con “la mente humana no iluminada”, o bien podemos empeñarnos en ascender hacia “aquella consciencia que Dios imparte” y verlos como hijos espirituales y perfectos del único y divino Padre-Madre.
Cristo Jesús dijo: “No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio”. Juan 7:24; Dios estaba al frente de su vida. Cristo Jesús veía la prueba de la presencia de Dios en todas partes. Si nos aferramos a la visión humana no iluminada acerca de nosotros mismos y de nuestro prójimo, nos estaremos aferrando a lo imperfecto, y no debiera sorprendernos el sentirnos a veces desilusionados y heridos. Si buscamos la imperfección, probablemente nos convenceremos de que la estamos viendo, porque, como escribe la Sra. Eddy: “La mente mortal ve lo que cree tan ciertamente como cree lo que ve”.Ciencia y Salud, pág. 86;
Si estamos esperando que la gente nos decepcione, bien podría ocurrir que nuestra experiencia humana sea un ejemplo del dicho bíblico: “Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”. Gál. 6:7; Pero si nos ponemos humildemente del lado de Dios, la Mente infinita, y le pedimos a Él que nos permita juzgar “con justo juicio”, creceremos en consciencia espiritual, esa intuición espiritual que pertenece a nuestra identidad real e íntima que Dios conoce eternamente como Su obra espiritual y perfecta.
Para adquirir y conservar esta perspectiva, se necesita disciplina de pensamiento y selectividad mental. ¿No es esto acaso una expansión de nuestro hábito normal de elegir? Todos elegimos aquello en lo que hemos aprendido a confiar, las cosas que la inteligencia nos dice que vale la pena tener.
¿No es importante, pues, basarse en los verdaderos conceptos del hombre y no en los falsos? Bien podemos decir que esto es elegir con inteligencia — o mejor dicho, elegir para la eternidad. Para lograr la confraternidad satisfactoria de la pura existencia espiritual, se debe aprender a percibirla, porque ya nos pertenece en la Verdad y solamente se necesita visión inspirada para hacerla nuestra de manera consciente.
¿Son los demás para nosotros simplemente seres humanos imperfectos? ¿O podemos verlos — no con la vista física, sino con la percepción del entendimiento espiritual — como hijos perfectos de Dios? ¿Y qué de nosotros? ¿Nos vemos acaso como mortales imperfectos, o como a hijos e hijas de Dios y, por lo tanto, espirituales e inmortales? ¿Conocemos el gozo de esta comprensión y lo expresamos?
Por supuesto, las ilusiones de la carne todavía nos rodean. La materialidad no desaparece instantáneamente por el solo hecho de que estemos aprendiendo su irrealidad. Pero hay una gran diferencia entre creer en su realidad y comprender que es una creencia mortal, que carece de fundamento en la Verdad.
¿Significa esto que debemos ignorar el mal que parece prevalecer entre los hombres? No. Jesús no ignoraba el mal sino que sabía que era falso y no lo reforzaba con represalias o venganzas. Él les dijo a sus discípulos: “He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas”. Mateo 10:16; Y a Judas, que lo traicionó, le dijo: “Lo que vas a hacer, hazlo más pronto”. Juan 13:27.
Cuando aprendamos a ver y a amar al hombre que Dios creó y ama, no seremos engañados por las inconsistentes caricaturas que la mortalidad hace de la verdadera humanidad. Creceremos en nuestro entendimiento de que no hay hombre que desilusiona ni hombre desilusionado.
Cuando aquellos con quienes estamos asociados descubren que nos negamos a sentirnos desilusionados de ellos, se sienten ayudados a verse a sí mismos y a los demás bajo una luz más bondadosa. ¿No nos es más fácil a todos manifestar nuestra mejor naturaleza humana cuando estamos con quienes piensan bien de nosotros?
Si nosotros — o los demás — no siempre vivimos a la altura de nuestros deseos o esperanzas, no debemos cometer el error de pensar que nuestras relaciones humanas se verán, por consiguiente, frustradas. Podemos reconocer que los únicos vínculos verdaderos son los que Dios mantiene en la armoniosa relación de Sus ideas inmortales.
En consecuencia, las reacciones humanas que se podrían llamar desalentadoras se aminoran — y aun se transforman — y ésta es la prueba bendita de que la Verdad no sólo nos ha sanado de nuestras desilusiones, sino que nos está capacitando para curar a los demás de las suyas.
