La gente cree generalmente que está gobernada por personas y no por Dios. Por lo tanto, puede darse el caso de que se encuentren sujetas a mentes, voluntades, planes y propósitos personales. ¿Qué validez tiene entonces la promesa del primer capítulo del Génesis, la promesa de “dominio... sobre toda la tierra”? Gén. 1:26 (según Versión Moderna);
Para comprender el gobierno omnipotente y bondadoso de Dios, y nuestro dominio sobre lo finito e imperfecto, lo mortal y material, debemos identificarnos como hijos y herederos de Dios, para quienes la promesa tiene validez.
En el libro de texto, Ciencia y Salud, la Sra. Eddy dice: “El reino de lo real es el Espíritu”.Ciencia y Salud, pág. 277; En vez de identificarnos falsamente con lo terrenal, el reino de personas falibles, necesitamos razonar metafísicamente e identificamos como expresiones espirituales de la persona única, Dios. En lugar de vernos relacionados con un gobierno personal, podemos percibir que el hombre está relacionado con el gobierno divino. En la medida en que reclamemos nuestra ciudadanía espiritual en el infalible reino del Espíritu, seremos ciudadanos útiles en el escenario humano. Debemos llegar a comprender lo que significa en la Ciencia Cristiana ser ciudadanos del reino del Espíritu — poder demostrar lealtad al gobierno del Principio divino y disfrutar de la constante seguridad y armonía del gobierno de Dios.
Cuando el gobierno compuesto de personas parece inadecuado, limitativo, injusto o corrupto, en lugar de someternos adoptando una actitud pasiva o recriminatoria, debemos tomar la decisión de trabajar más seriamente para comprender nuestra ciudadanía verdadera y espiritual. Si el gobierno de personas en algún aspecto o aspectos es el causante de que suframos de temor, confusión o desilusión, es tiempo de que nos despertemos de manera que podamos cumplir más fielmente con nuestras obligaciones espirituales como ciudadanos en el eterno reino del Espíritu. Entonces nos ayudaremos, y ayudaremos a los demás, a hacer frente a los desafíos que presenta la ciudadanía en el plano humano.
No perdamos tiempo con la sugestión paralizante de que un número relativamente pequeño de individuos puede hacer poco ante problemas trascendentales. Y no pensemos que estamos empeñados en una lucha en un nivel personal contra males en el gobierno; en una lucha contra muchas personas. Ser uno con Dios, uno con la Verdad y el Principio, es estar en mayoría, aliado con el poder espiritual. Nuestras oraciones individuales sanarán nuestros propios conceptos equivocados, y el Cristo, la Verdad, en nuestra consciencia será una fuerza para el bien en el mundo. La luz en nuestro pensamiento penetrará las tinieblas y ayudará a ver claramente lo que necesita curación y qué medidas se necesitan para efectuarla.
No militaremos “según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios”. 2 Cor. 10:3–5;
Procurando seriamente adquirir iluminación espiritual podemos derribar cualquier confianza falsa que pudiéramos haber puesto en personas; podemos derribar nuestros ídolos: creencias equivocadas de que haya organización, maniobras y contiendas que resulten en poder político. Podemos reemplazar cualquier infundada confianza en las personas con una profunda confianza en la sabiduría de Dios y con más gratitud por las imparciales y divinas cualidades del bien. Podemos curarnos de un concepto falso de gobierno y poder, y dejar que la Mente divina forme en nuestra consciencia una estructura de gobierno edificada por la Verdad, una estructura cuyo poder está facultado por las fuerzas omnipotentes del Espíritu y que cumple, sin oposición, las sublimes finalidades del Principio divino e infinito.
La Sra. Eddy dice: “Ciudadanos del mundo, ¡aceptad la ‘gloriosa libertad de los hijos de Dios’ y sed libres! Éste es vuestro derecho divino”.Ciencia y Salud, pág. 227;
Puede que los sentidos físicos señalen un gobierno compuesto de personas cuyas mentalidades estén en conflicto. Algunas de estas personas pueden parecer implacables, dominantes y ansiosas de prestigio y poder; otras pueden parecer vacilantes y equivocadas en sus juicios. Y, de acuerdo con lo que señalan los sentidos materiales, hay personas en el gobierno que son inteligentes, competentes, consagradas y desinteresadas, pero que no siempre están en libertad de expresar el bien que desean hacer.
La ciudadanía espiritual nos obliga a liberarnos, mediante la fidelidad a lo espiritual, del concepto de que estamos gobernados por personas equivocadas o malignas, o por personas buenas pero cuya influencia es dominada por otros. Podemos ayudar a apoyar y proteger al bien y privar de poder al mal al comprender que el hombre verdadero, la manifestación de Dios, vive, se mueve y actúa en Dios, cumpliendo Su promesa y mantenido a salvo por Su amor.
No basta con colocar en altos cargos a las personas de nuestra preferencia. Es posible que quienes ocupan altos cargos caigan desde muy alto y que su asidero sea precario. La envidia y la malicia son fuerzas debilitantes y destructivas dirigidas contra ellos; las presiones y los conflictos pueden agobiar o quebrar al vulnerable. Seria y honestamente debemos preguntarnos si mediante una oración persistente, que afirma el sentido espiritual de gobierno, estamos contribuyendo a proteger a los bienintencionados funcionarios que han sido electos o designados a un cargo a fin de que no se vuelvan negligentes o ímprobos, o para que no tomen decisiones equivocadas o caigan en la adulación, el engaño, la tentación, la confusión o la vergüenza.
Quien está consciente de su ciudadanía espiritual debiera empeñarse en que su ciudadanía humana coincida con la espiritual. Un gobierno bueno y eficaz no sólo necesita nuestros votos, impuestos, cartas, etc. Nuestras oraciones son esenciales. Por ejemplo, el empleado público consagrado que ocupa un cargo de responsabilidad es un soldado que está siempre en las líneas del frente. Tiene que luchar de continuo por los ideales que muchos ciudadanos aprecian y querrían que él apoyara. Debemos ayudarlo sabiendo que los ideales formados por la Mente están orientados por Dios, dirigidos y sostenidos por Él.
En la ciudadanía espiritual la conjetura y la censura maliciosas no tienen lugar. La fidelidad al concepto completamente espiritual acerca de Dios nos lleva a contribuir en el establecimiento o restauración del bien, afirmando la presencia del bien justamente donde el mal parece estar. El metafísico puede mirar más allá de lo discordante y reconocer constantemente como real y poderoso sólo lo que puede identificar con Dios.
Quien está consagrado a la ciudadanía espiritual sirve a Dios, el bien, a toda hora. De buen grado deja que el bien gobierne su pensamiento, su palabra, sus motivos y sus actos. Probando consecuentemente que está bajo el gobierno de Dios, promueve y apoya al gobierno humano justo. En su propia vida le está dando constante poder a la justicia. Y ve que la justicia no es personal, local o nacional, sino universal.
El Cristo, el mensaje de Dios a la humanidad, es el poder redentor y restaurador que obra en todo tiempo y lugar. Isaías dijo del Mesías: “El principado [estará] sobre su hombro”. Isa. 9:6; Elevamos nuestro concepto acerca del hombre y del gobierno mediante la ascendencia del Cristo, la Verdad, en nuestra consciencia. Pablo dijo que mediante Cristo Jesús “tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios”. Efes. 2:18, 19;
Al orar diariamente por el mundo, procurando cumplir devotamente con nuestras obligaciones de ciudadanos espirituales, podemos tener la certeza de que las fuerzas del Espíritu progresivamente traerán leyes justas, decretos de bien y orden celestial al gobierno humano. Podemos regocijarnos en que la oración científica por el gobierno nos capacita para ver a cada empleado público incluido en la justicia. Ver que el hombre — la idea de Dios — es inteligente e incorruptible es ayudar a que el juicio erróneo y la corrupción en el mundo político desaparezcan en la nada.
Cada hijo de Dios verdaderamente posee la ciudadanía espiritual porque está constituido de ideas divinas que moran por siempre en la Mente pura. Está rodeado por las omnipotentes y sostenedoras fuerzas del Espíritu, y toda ley y gobierno que le afectan dimanan de Dios, el Principio, que es todo amor en Su solicitud y propósito. Nuestra fidelidad a Dios y nuestra gratitud por lo que Su gobierno nos provee, pueden hacer que sea una realidad para el mundo la promesa: “Tú [Dios]... gobernarás las naciones en la tierra”. Salmo 67:4 (según la Versión King James de la Biblia).
