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No tenemos por qué ser tímidos

Del número de diciembre de 1976 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando tenía cinco años, aprendí la Regla de Oro en una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Mi maestra me dio un pedazo de papel en el cual me decía que buscara en Mateo, capítulo 7, versículo 12, la parte que dice: “Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos”. Guardé la nota dentro de mi Biblia para que siempre pudiera encontrar esas palabras de Cristo Jesús.

Cuando tenía siete años, llegó una vez una visita a nuestra casa. Al comienzo no fui muy amistoso por ser tímido. Luego recordé esa Regla de Oro y pensé que me gustaba mucho que las personas conversaran conmigo, entonces yo debía hablarles a ellas —¡y así lo hice! Ahora sé que ya no tengo por qué ser tímido.


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