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¿Qué tenemos para dar?

Del número de diciembre de 1976 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Como individuos, ¿qué tenemos realmente para dar? Esta pregunta desafiante, que nos obliga a examinarnos el pensamiento, nos lleva mucho más allá de los conceptos materiales respecto a las riquezas materiales, más allá de las fluctuantes billeteras y cuentas bancarias. Va al fondo mismo de nuestra consciencia espiritualizada.

Las Escrituras nos informan: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación”. Sant. 1:17; Esta fuente divina es el Espíritu infinito. Vierte libremente, dando continuamente sus ideas divinas. Comprender esto amplía y realza nuestros conceptos de lo que realmente es dar.

Las insondables y espirituales riquezas de Dios nunca pueden ser medidas, pesadas, contadas, limitadas o agotadas. El constante dar de nuestro amoroso Padre incluye imparcialmente a todos Sus hijos. Algunas personas usan estas dádivas; algunas hacen mal uso de ellas; otras desconocen su existencia. Dar es una bendición recíproca. El que da es bendecido por su deseo desinteresado de compartir, y por excluir de su pensamiento las limitaciones. El que recibe es bendecido con la prueba del amoroso cuidado y provisión del Amor. Lo mucho o lo poco que aceptamos o damos es una demostración individual.

¡Cuán saludables son las lecciones sobre lo que significa dar que podemos aprender de las narraciones bíblicas sobre Pedro y Juan — los fervorosos discípulos de Jesús! Cuando se aproximaban al templo se detuvieron en la puerta llamada la “Hermosa” ante un hombre cojo a quien llevaban diariamente para que pidiese limosna. (Ver Hechos 3:1–8.)

Si Pedro y Juan hubieran accedido al ruego de aquel incapacitado, tal vez habrían alentado o prolongado la condición imperfecta. La materialidad jamás soluciona un problema, sino que es más apta a aumentarlo o a complicarlo. Pedro satisfizo la verdadera necesidad del mendigo — que es la necesidad de todos — no la de recibir limosna o de la condescendencia humana, sino la de obtener una mejor comprensión de la verdadera identidad del hombre, de su verdadera semejanza a Dios y de su rectitud — el hombre creado a la imagen de Dios.

“No tengo plata ni oro”, respondió Pedro ante la súplica humana, “pero lo que tengo te doy”. ¡Lo que tenía Pedro! El espíritu sanador del Cristo y el oro de la bondad y compasión humanas. La plata y el oro son incapaces de soltar las cadenas de lo físico y lo material. La convicción que Pedro tenía de que el hombre refleja el poder y dominio de Dios, elevó mentalmente al incapacitado y lo preparó para la imperativa orden: “En el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda”. El hombre cojo respondió inmediatamente “andando, y saltando, y alabando a Dios”, al entrar liberado al templo — nacido de nuevo en el Espíritu. Él también vino a ser dador, dando gracias y alabando a Dios.

Cristo Jesús enseñó que el dar nunca empobrece. Demostró una y otra vez que cuanto más generosamente damos, tanto más gozo cosechamos. El ejemplo de Jesús nos enseña cómo elevarnos y elevar a los demás por sobre los conceptos mortales, sobre lo físico, viéndonos a nosotros mismos y a los demás como Dios nos conoce — espirituales y perfectos. No hay otra forma, porque, en realidad, el hombre es el reflejo completo y perfecto de Dios. En consecuencia, nada puede impedir que saltemos con renovada alegría. Nada puede restringirnos en nuestra alabanza y gratitud a la Deidad por darnos la habilidad, capacidad y deseo de conocerlo a Él mejor. Conocer a Dios significa amarlo. Amarlo significa hacer Su voluntad. Esta unidad del Padre con el hijo, inquebrantable e inquebrantable, trae armonía, dirección y seguridad.

El toque sanador del Amor estaba presente cuando enviudé, aunque por un tiempo no me di cuenta de su gentil presencia; ignoraba el ininterrumpido y amoroso cuidado de Dios y Su amplia provisión de todo bien. En mi angustia creía por momentos que no tenía nada que dar excepo dolor y autocompasión. La Ciencia Cristiana, mi amiga más cercana y más querida a través de los años, me trajo a la mente la promesa bíblica de que el efecto del Cristo es dar “gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado”. Isa. 61:3;

Este alentador mensaje me despertó para ver mi oportunidad y mi obligación de dar del amor del Amor. Una sonrisa de aprobación da una alabanza silenciosa. Un apretón de manos sincero da una bienvenida. Una palabra de aliento da esperanza. Una verdad compartida satisface una necesidad. Un corazón comprensivo da consuelo. Dar un testimonio en una reunión de los miércoles da alabanza a Dios y promesa a nuestro hermano de que es posible lograr todas las cosas. Estos gestos simples y efectivos nos ayudan en el arte de dar, en el de usar “bien la palabra de verdad” 2 Tim. 2:15; lo cual enriquece a todos los participantes. Entonces, demos todos la gratitud debida a nuestro Padre-Madre Dios por Su sabiduría omnipresente, guía, cuidado seguro, justicia, misericordia y amor continuo.

La Sra. Eddy le da al mundo un regalo sin igual que “desciende de lo alto, del Padre de las luces” — la clave de las Ecrituras, que abre sesenta y seis volúmenes de historia, filosofía, parábolas, profecías, epístolas, biografías, drama, ley, poesía, y más. Estos libros comprenden el Antiguo y el Nuevo Testamento, de los cuales Ciencia y Salud es la clave. “Como adherentes de la Verdad”, declara la Sra. Eddy, “tomamos la Palabra inspirada de la Biblia como nuestra guía suficiente para la Vida eterna”.Ciencia y Salud, pág. 497;

La riqueza que cosechamos al estudiar y aplicar con toda sinceridad las verdades de Ciencia Cristiana nos alerta para ver las necesidades de nuestro prójimo. En el libro de texto, la Sra. Eddy nos recuerda: “Los ricos en espíritu ayudan a los pobres en una gran hermandad, teniendo todos el mismo Principio, o Padre; y bendito es el hombre que ve la necesidad de su hermano y la satisface, buscando el bien propio en el ajeno”.ibid., pág. 518.

Lo que cada uno necesita es abrir su consciencia para que el glorioso Cristo, la Verdad, pueda entrar, sanar, bendecir y enriquecer a todos. Entonces, “los ricos en espíritu”, provistos de la inteligencia de la Mente y del amor del Amor, están preparados y listos para satisfacer la necesidad de su prójimo guiándolo hacia Dios.

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