Desde el punto de vista humano parece que gran parte de nuestra oportunidad para ser felices y tener éxito en la vida depende de nuestras familias. De acuerdo con algunas teorías modernas, cuando los padres son afectuosos, se encuentran en situación económica razonablemente holgada, viven de acuerdo con elevadas normas morales y mantienen un hogar bien ordenado, estable y tranquilo, los niños tienen casi todo lo que es necesario para asegurarles un buen futuro.
Estas cosas son muy importantes. Una base firme en la familia, un medio ambiente tranquilo y una atmósfera espiritualmente edificante son condiciones altamente conducentes al sano desarrollo de los jóvenes. Si las tienen, bien pueden sentirse agradecidos.
¿Pero qué ocurre cuando la situación familiar no es tan propicia? ¿Qué ocurre en los casos de inestabilidad mental o emotiva, pobreza, inmoralidad o intemperancia en el hogar, discusiones constantes o cosas peores entre los padres? ¿Estarán los hijos condenados a crecer amargados, mal adaptados a la sociedad y mentalmente deformados porque no han tenido las ventajas humanas de otros niños más afortunados? ¡No, claro que no! Su bienestar depende de algo más vital que un hogar humano feliz, y todos pueden tenerlo: la comprensión de que Dios es su Padre, como lo enseñó Cristo Jesús, y de que ellos, en común con todos los individuos del universo de Dios, son los hijos amados de Su solicitud.
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