Desde el punto de vista humano parece que gran parte de nuestra oportunidad para ser felices y tener éxito en la vida depende de nuestras familias. De acuerdo con algunas teorías modernas, cuando los padres son afectuosos, se encuentran en situación económica razonablemente holgada, viven de acuerdo con elevadas normas morales y mantienen un hogar bien ordenado, estable y tranquilo, los niños tienen casi todo lo que es necesario para asegurarles un buen futuro.
Estas cosas son muy importantes. Una base firme en la familia, un medio ambiente tranquilo y una atmósfera espiritualmente edificante son condiciones altamente conducentes al sano desarrollo de los jóvenes. Si las tienen, bien pueden sentirse agradecidos.
¿Pero qué ocurre cuando la situación familiar no es tan propicia? ¿Qué ocurre en los casos de inestabilidad mental o emotiva, pobreza, inmoralidad o intemperancia en el hogar, discusiones constantes o cosas peores entre los padres? ¿Estarán los hijos condenados a crecer amargados, mal adaptados a la sociedad y mentalmente deformados porque no han tenido las ventajas humanas de otros niños más afortunados? ¡No, claro que no! Su bienestar depende de algo más vital que un hogar humano feliz, y todos pueden tenerlo: la comprensión de que Dios es su Padre, como lo enseñó Cristo Jesús, y de que ellos, en común con todos los individuos del universo de Dios, son los hijos amados de Su solicitud.
Esta enseñanza del cristianismo: que Dios, el Espíritu, la Vida, la Verdad, y el Amor, es el Padre-Madre universal, tiene vastas consecuencias. Es la gran piedra fundamental sobre la cual todos pueden edificar una vida satisfactoria y progresiva, sea cual fuere su historia humana. El poeta y profeta que escribió parte del libro de Isaías instó a los israelitas a recordar el poder de Dios que había inspirado a Abraham, el fundador de su nación, a aventurarse más allá de las antiguas creencias idólatras de su familia humana para encontrar la libertad en conceptos más espirituales. El dijo: “Mirad a la piedra de donde fuisteis cortados, y al hueco de la cantera de donde fuisteis arrancados”. Isa. 51:1; La Ciencia Cristiana nos insta a hacer lo mismo.
La Sra. Eddy dice: “En la Ciencia el hombre es linaje del Espíritu. Lo bello, lo bueno y lo puro constituyen su ascendencia”. Y luego agrega: “El Espíritu es la fuente primitiva y última de su ser; Dios es su Padre, y la Vida es la ley de su existencia”.Ciencia y Salud, pág. 63;
¡Qué panorama de vida triunfante se le abre a quien acepta el concepto de que Dios, la Vida divina, es su Padre y “la ley de su existencia”! Puede reclamar para sí la manifestación ininterrumpida y sin fin de la bondad y el amor. Puede esperar estar siempre provisto de todas las dulces cualidades de la divinidad expresadas en hogar, compañía, actividad útil y satisfactoria, gozo, paz y realización. Puede abrigar la certeza de que, a pesar de todas las desventajas humanas de una niñez infeliz, no será castigado, sino que tendrá el derecho y la posibilidad de disfrutar los beneficios de los abundantes dones de Dios.
Una joven que lo comprendió así recibió gran ayuda. Había crecido en un hogar en el cual parecía haber constantes desacuerdos. Cuando ella tenía unos diecisiete años, sus padres se divorciaron; la disolución de la familia la dejó en un estado de confusión, depresión e inestabilidad emocional. Se compadecía a sí misma, pues se consideraba víctima de los errores de sus padres, y creía que realmente odiaba a ciertas personas y miembros de su familia.
Pero desde niña había asistido a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, y era una dedicada estudiante de la Biblia y de las obras de la Sra. Eddy. Había experimentado muchas curaciones mediante su aplicación de la Ciencia Cristiana y le vino la idea de que si en verdad recurría a Dios como a su único Padre-Madre y aplicaba a su propia situación las verdades que sabía sobre la ley de la Vida divina, podía ser sanada completamente de toda cicatriz que le hubiese dejado la discordancia que en su familia humana había llevado al divorcio de sus padres. Percibió que podía esperar el desarrollo de su propia vida por caminos muy distintos, armoniosamente y de acuerdo con la ley divina de la Vida y el Amor.
Gradualmente, al dejar de lado la autocompasión y el resentimiento, esta joven llegó a un punto en que pudo comprender y aplicar el consejo de la Sra. Eddy: “Al niño que se queja de sus padres le hemos dicho: 'Ama y honra a tus padres, y obedéceles en todo lo correcto; pero tú, como todos, tienes los derechos de conciencia y debes seguir a Dios en todos tus caminos' ”.Miscellaneous Writings, pág. 236.
Se dio cuenta de que había mucho que podía apreciar en sus padres humanos, que había mucho de bueno en sus caracteres y vidas por lo que podía amarlos y honrarlos. Pero también percibió que, como hija de Dios, gobernada por Su ley de armonía, le estaba asegurado el derecho natural de un abundante bien espiritual — de libertad, paz, gozo y satisfacción — mucho mayor de lo que ningún ser humano podía darle. Sólo tenía que reclamarlo para sí misma. Podía y debía seguir a Dios independientemente, sabiendo que la desdichada experiencia de sus padres humanos no podía limitarla y que los errores de ellos no podían hacerla su víctima.
En poco tiempo se sintió guiada a seguir una carrera excepcionalmente útil y satisfactoria que la llenó de gozo. Pero tal vez su mayor satisfacción fue saber que su experiencia podría ayudar a otros que hubieran pasado por similares desdichas en sus hogares. Podría inspirarlos también a obtener la libertad, el amor y la satisfacción que todos tenemos el derecho divino de disfrutar.
