El Heraldo de la Ciencia Cristiana (edición en español) fue el primer contacto directo que tuvimos con esta Ciencia. Lo primero que leímos fueron los testimonios de curaciones. Cada testimonio sirvió para confirmar nuestra fe. Su lectura fue un rayo de luz que fue penetrando en nuestra consciencia, despertándola al Cristo. Esto es lo que significó para nosotros el Heraldo — el precursor que trae buenas nuevas.
“El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana” (Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, pág. 494).
Cuando llegué a la Ciencia Cristiana, pesaba sobre mí un diagnóstico médico de agotamiento mental y físico como consecuencia de exceso de trabajo. A causa de este error padecía de otras cosas no menos graves: una vida aparentemente desdichada, desequilibrio nervioso, y muchos temores — temor a viajar sola, temor al mar, a la lluvia, a comer ciertos alimentos, y temor a la muerte. Padecía además de claustrofobia; no soportaba sentirme encerrada en ascensores, teatros u ómnibus. Otros males incluían una alergia hepática y sinusitis.
Anhelaba vivamente ser sanada, y continuamente pedía a Dios que me ayudara. Y Dios en Su bondad infinita condujo mis pasos a una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, y a conocer a alguien que más tarde nos ayudó como practicista de la Ciencia Cristiana. Ella nos enseñó a mi esposo y a mí cómo estudiar la Lección-Sermón en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, lo cual nos dio una comprensión mejor de las enseñanzas de la Sra. Eddy.
Mediante el tratamiento de la Ciencia Cristiana dado por la practicista, todos los problemas físicos sanaron. Me sentí nacer de nuevo en Cristo, y comencé a demostrar en esta nueva criatura, la idea perfecta de Dios, Su reflejo. Fui sanada por completo de la sinusitis, y jamás volví a experimentar las molestias físicas que implicaba. Fui sanada de la alergia hepática instantáneamente. Esto me trajo un gran progreso espiritual, pues al estudiar profundamente la Primera Epístola de San Juan, por recomendación de la practicista, aprendí a echar fuera el temor y fui liberada de sus muchas pretensiones erróneas. En la Primera Espístola de San Juan (4:18) leemos: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor”.
Es maravilloso poder hacer una vida normal y feliz — bañarme nuevamente en el mar sin temor; concurrir a espectáculos públicos sin el temor de sentirme encerrada; comer toda clase de alimentos sin temer que algo pueda dañar mi salud; y, sobre todo, no temer la muerte, sabiendo que Dios es Vida, que la vida es espiritual, no material y, por lo tanto, imperecedera.
Puedo decir llena de gratitud que he nacido de nuevo en Cristo.
Montevideo, Uruguay
