A veces un peso abrumador de falsas evidencias nos tienta a sucumbir a él. O acaso la opresión de una sola sugestión material nos oprima de manera que pensemos que podemos perder nuestra visión de la realidad espiritual. Pero, ¿por qué dejarnos caer al borde del camino o dudar o desesperar? No debiéramos dejar que pensamientos negativos nos frustren, y contemplarnos pasivamente como caídos, o aun ciegos, a la verdad. Podemos dejar de compadecernos y entonces mirar hacia arriba y más allá de nuestra justificación del yo mortal. Y podemos hacerlo ahora.
Los Evangelios señalan el camino. Mateo nos relata la curación instantánea de dos ciegos que, después que Jesús pasó cerca de ellos, le siguieron y llegaron a la casa donde estaba morando. Y allí recibieron la vista. (Ver Mateo 9:27—31.)
En verdad, nada nos impide seguir al Nazareno. Al igual que esos galileos, podemos responder a la consciencia donde Jesús moraba — al Cristo, la Verdad — para ser inmediata y definitivamente sanados y comenzar, o continuar, paso a paso por el camino hacia la completa liberación. ¡Qué manantial de regocijo es saber que podemos recuperar nuestra vista al punto donde realmente percibimos el ser que la Mente ha creado, perfecto y espiritual! La Biblia, la Palabra de Dios, dice en el Génesis: “Creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó”. Gén. 1:27;
Este hombre, la idea espiritual de Dios, es lo diametralmente opuesto de los mortales y no tiene historia material. Según la Ciencia Cristiana, que concuerda totalmente con las enseñanzas de Jesús, el hombre — espiritual y perfecto — es porque Dios es; él es una idea — la idea de la Mente, Dios. El hombre a la imagen de Dios mora en la Mente impecable, en la armoniosa irradiación y resplandor espiritual de la Mente, al cénit de la perfección. No mora en la sombra ni en la duda o en las tinieblas; ni puede tampoco estar en la materia; no está solitario porque habita feliz en la Verdad. La Verdad es, y el hombre es el reflejo absoluto de la Verdad absoluta. ¡Qué reconfortante es saber que la Verdad no tiene jamás nada que ver con la mentira; que la Verdad es totalmente intocable por los mortales o por los acontecimientos de las épocas en que los mortales creen vivir!
Finalmente, no hay mortales malos o buenos, normales o anormales, destructibles o indestructibles porque el hombre Adán no existe realmente. Existe el hombre inmortal, la imagen y semejanza del Yo soy. La Sra. Eddy escribe en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud: “El Espíritu. .. dice: Yo soy el Espíritu. El hombre, cuyos sentidos son espirituales, es mi semejanza. Él refleja el entendimiento infinito, porque Yo soy la Infinitud. La hermosura de la santidad, la perfección del ser, la gloria imperecedera, — todas son Mías, porque Yo soy Dios. Yo doy la inmortalidad al hombre, porque Yo soy la Verdad. Abarco e imparto toda felicidad, porque Yo soy el Amor. Doy vida sin comienzo ni fin, porque Yo soy la Vida.
Soy supremo y lo doy todo, porque Yo soy la Mente. Soy la substancia de todo, porque Yo soy el que soy”. Ciencia y Salud, págs. 252—253;
Podemos estar conscientes ahora de que el hombre, en armonía con el Cristo, o la Verdad, es una realidad; está más allá del horizonte mortal, aunque visible al sentido espiritual. No es un organismo viviente arrojado al vacío, ni tampoco está solo. “Yo y el Padre uno somos”, Juan 10:30; dijo Jesús. Muchos estudiantes sinceros de la Biblia y del libro de texto están logrando esta realidad en sus vidas. Y el mundo está beneficiándose con esta vista del hombre real.
El estudio honesto de las enseñanzas de la Ciencia Cristiana, nos permite hoy, como antaño, poner en práctica estas verdades contenidas en la Biblia. No importa que en el hoy — el hoy de los mortales — creamos estar sentados al borde del camino como los ciegos de Jericó, con los ojos cerrados, dormidos en los sentidos, mendigando una moneda o un pan, una falsificación de la substancia que está más allá de lo que abarca la mirada humana. No importa lo que pueda gritar la multitud de pretensiones mortales o de síntomas aparentes.
Podemos estar conscientes de quiénes somos y ver lo que alborea en nuestro camino. La Verdad está aquí reemplazando leyes ilusorias, cambiando cuadros falsos y aniquilando en su avance al espejismo y la alucinación. No importa que la sombra de Adán parezca erguirse como realidad, vociferar su testimonio hueco e inarticulado de que la materia es nuestro padre y que tenemos un nombre material y estamos revestidos de barro.
Podemos permanecer inmutables porque ahora vemos quiénes somos: los hijos de la luz, de la Verdad. Ya nos hemos revestido del hombre nuevo. Las palabras de Cristo Jesús: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”, 8:32. se están cumpliendo. Las cosas viejas ya están pasando. Estamos siendo transformados.
Ha venido el Cristo; ahora lo vemos y lo seguimos. Ahora nos vemos como lo que realmente somos — los hijos de Dios.
