Al comienzo de la primavera aparece en varias zonas de lugares boscosos y protegidos, una hermosa flor silvestre de tres pétalos. La forma triangular de sus tres pétalos, su equidistancia e igual tamaño, hacen que se la conozca con el nombre de “lirio de la trinidad”, simbólico de la poderosa relación espiritual que Jesús comprendió y denominó como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ver Mateo 28:19;
Cada enseñanza del Maestro tiene una significación especial en relación con su trabajo sanador. El sentido espiritual de la trinidad es la base de la relación del hombre con Dios como su Padre-Madre — como Vida, Verdad, Amor. Una comprensión de esta unidad espiritual es esencial para sanar hoy en día.
Una declaración completa de esta relación aparece en Ciencia y Salud donde la Sra. Eddy escribe: “La Vida, la Verdad y el Amor constituyen la Persona trina y una, llamada Dios, — esto es, el Principio triplemente divino, el Amor. Representan una trinidad en unidad, tres en uno,— iguales en esencia, aunque multiformes en función: Dios, Padre-Madre; Cristo la idea espiritual de la filiación; la Ciencia divina o el Santo Consolador. Estos tres expresan en la Ciencia divina la triple naturaleza esencial del infinito. Indican también el Principio divino del ser científico, la relación inteligente de Dios con el hombre y el universo”. Ciencia y Salud, págs. 331—332;
Esta trinidad es indivisible; no puede ser dividida. La plenitud de Dios, Su unidad y totalidad, incluye Su infinita expresión en la filiación inmortal del hombre e incluye el consuelo que esta comprensión científica trae. La Ciencia Cristiana muestra que una comprensión de la trinidad — Padre, Hijo y Espíritu Santo, o Vida, Verdad, Amor — es el medio por el cual se destruyen las creencias de separación o muerte, se sanan los errores llamados enfermedad y se expulsan los temores o el pecado.
Jesús generalmente usaba el término “Padre” para designar a Dios. Demostró la comprensión que tenía de la filiación divina y de la unidad del hombre con Dios. Esta comprensión espiritual de la filiación del hombre con Dios, el Espíritu, que viene a la consciencia humana hoy en día como entonces, es la acción del Espíritu Santo o Consolador divino, prometido por Cristo Jesús. La Sra. Eddy dice: “Nuestro Maestro comprendió que la Vida, la Verdad, el Amor son el Principio trino de toda teología pura; también comprendió que sólo esta trinidad divina es el remedio único e infinito contra el trío opuesto: enfermedad, pecado v muerte”. Miscellaneous Writings, pág. 63;
Una de las reglas básicas de la teología de la Ciencia Cristiana es comenzar siempre con Dios. Para razonar correctamente, para la inspiración y para la demostración, comenzamos como Cristo Jesús siempre lo hacía — y como la Sra. Eddy en sus escritos nos lo dice que hagamos — con Dios, nuestro Padre, primero.
Comenzar con Dios es indagar profundamente en la fuente, substancia y acción de todo ser real. Es discernir la naturaleza de la causalidad espiritual, la preexistencia, coexistencia y eternidad de toda consciencia que proviene de la Mente divina. Es llegar a tener una sólida convicción de que el Principio gobierna su creación armoniosamente, manteniendo la identidad e individualidad de todas sus ideas. Es sentir el poder del Espíritu que hace que la rectitud y bondad tomen forma en pensamiento, palabra y acción.
Un estudio de los siete sinónimos para el único Dios, que la Sra. Eddy encontró específicamente declarados o implícitos en la Biblia, espiritualiza el pensamiento y ayuda a encontrar la curación en la Ciencia Cristiana. Este estudio nos acerca conscientemente a Dios. Cuando llegamos a comprender a Dios espiritualmente, encontramos nuestro verdadero ser en Él, reflejando la pureza de la filiación divina. En realidad somos “herederos de Dios y coherederos con Cristo”. Rom. 8:17; Esta verdad es el sentido espiritual, inherente a cada uno de nosotros como hijos bienamados de Dios. La Ciencia que lo hace real al sentido humano es el Consolador, “el Espíritu de verdad”. Juan 14:17;
Entender que la Ciencia de Dios es la Vida, el Espíritu, la Mente, es descubrir que Su creación está siempre manifestándose espiritualmente y que, por lo tanto, no está sujeta a la muerte. La muerte es una creencia en una creación que nunca ha existido, la mitología de vida en la materia, una vida separada de Dios, que es la Vida. De ahí que el comprender a Dios como Vida y la aplicación científica de esta comprensión comience ahora mismo a destruir la creencia en la muerte o el temor a ella. Como no existe un padre sin hijo, tampoco existe un creador sin creación, ni causa sin efecto.
El nacimiento del Jesús humano señalo la paternidad de Dios. Dejó parcialmente de lado las leyes materiales del nacimiento. Él fue hijo de una virgen. No tuvo ni pretendió tener un padre humano. Comprendiendo la eterna unidad del Cristo, su identidad espiritual, con Dios, el Padre, pudo decir: “Antes que Abraham fuese, yo soy”, 8:58; ilustrando la ley del reflejo, el hombre hecho a la imagen y semejanza de Dios, como está representado en el primer capítulo del Génesis.
La verdad, la realidad, de la filiación del hombre con Dios — la inseparabilidad del Espíritu — está establecida en nuestro pensamiento mediante la comprensión de esta ley. La causalidad espiritual sólo puede tener un efecto espiritual. Podemos decir que el hombre es “el templo del Dios viviente” 2 Cor. 6:16; en el sentido de que el hombre es la evidencia o reflejo de Dios. Este templo, siendo completamente espiritual, es la única identidad, o cuerpo, que el hombre tiene. Por lo tanto, los errores concernientes al cuerpo, tales como enfermedad, malestar, accidentes, o dolor, no pueden ser verdaderos. Son creencias acerca de la materia y no la verdad del Espíritu o del reflejo del Espíritu.
La historia de Dios y del hombre a Su imagen y semejanza, la verdadera historia de la tierna relación del hijo con su Padre-Madre, el Amor, es la historia que la humanidad más desea oír. La acción de esta verdad, al penetrar en la consciencia humana, es el Espíritu Santo, el Consolador, la Ciencia divina del Cristo, sacando a luz en la comprensión actual que uno posee, la perfección del hombre, basada en el Principio divino, el Amor. Ésta es la revelación que responde al anhelo de todo corazón hambriento de confiar en la bondad que está a nuestro alcance, a salvo de los temores del hombre pecador y mortal.
¿En qué buscamos apoyo cuando nos sentimos separados del bien? ¿No es el Amor el que restablece nuestro sentido espiritual, que nos hace saber que todo está bien? Este Amor que es Dios, la Vida, nos llega mediante el Cristo, la Verdad, y es el poder, o Principio, de toda curación, que rompe el temor mesmérico de que estamos separados del bien, de Dios.
El temor y otros aspectos de la creencia pecadora y mortal, resultan en un sentido de sufrimiento que siempre necesita un Consolador. El amor consolador que está expresado en muchos de los salmos y en los himnos de la Ciencia Cristiana, a menudo ha probado ser portador de un influjo sanador. La curación siempre se manifiesta cuando el pensamiento alcanza un concepto más divino, cuando se vuelve más espiritual.
La consciencia de la unidad inseparable del hombre con Dios, que se encuentra en la comprensión de la trinidad, esa unidad “multiformes en función”, nos da conceptos más claros de la naturaleza de la consciencia verdadera y espiritual. En cierto modo se podría decir que es la Vida lo que triunfa sobre la muerte, la Verdad divina lo que corrige el error llamado enfermedad, y el Amor lo que echa fuera el pecado. Pero el Amor no podría echar fuera el pecado si el Amor no fuera también Verdad, y el poder inmortal de la Vida es la esencia misma del Amor en acción. La única Persona infinita, o Principio, de la trinidad divina incluye todo en Uno. Excluye la separación.
Traigamos la presencia y el poder de la trinidad indivisible a las minucias de nuestra vida diaria y a nuestro trabajo sanador, como la Sra. Eddy nos alienta a hacer: “La Verdad, la Vida, y el Amor son formidables, dondequiera que sean pensados, sentidos, expresados en palabras o por escrito, — en el púlpito, en el tribunal, a la vera del camino, o en nuestros hogares. Ellos son los vencedores que nunca son vencidos”. Y agrega: “El Amor formó esta trinidad, la Verdad, la Vida, y el Amor, la trinidad que ningún hombre puede dividir”. The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 185.
