La consciencia de la realidad no incluye materia o enfermedad, y no incluye dolor. “La realidad es espiritual, armoniosa, inmutable, inmortal, divina, eterna”, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 335; escribe la Descubridora y Fundadora de la Ciencia CristianaChristian Science: Pronunciado Crischan Sáiens., Mary Baker Eddy. Dios, el Espíritu, es Todo. Él es la única Vida que existe. Y Él es el bien. La totalidad y la bondad del Espíritu constituyen la realidad espiritual. Morar en Dios, como Sus hijos, es estar conscientes de Él como el Todo y como el bien.
El dolor es un fenómeno de la errónea consciencia de que hay vida fuera del Espíritu. Parece ser un insistente y persistente fenómeno material que se apodera de la consciencia que uno tiene de s mismo al punto de que parece difícil pensar en otra cosa. Sin embargo, tanto el dolor como su causa aparente son irreales, y podemos probarlo.
Cuando Cristo Jesús dio la bienvenida a sus setenta discípulos, al regresar ellos de sus viajes misioneros que fueron un éxito en la curación, les dijo: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, ... y nada os dañará”. Lucas 10:18, 19; Posteriormente el Apóstol Pablo probó estas palabras. Una víbora salió de unas ramas secas que echaba al fuego y “se le prendió en la mano ... Pero él, sacudiendo la víbora en el fuego, ningún daño padeció”. Hechos 28:3, 5;
Las palabras de Jesús fueron dichas no sólo para aquellos setenta, sino para todos los que quisieran aceptar al Cristo, la Verdad eterna que él ejemplificó. En la Verdad comprendemos que somos hijos del único Padre, Dios, el bien. En la medida en que vivimos conscientemente en la Vida divina como hijos, o ideas, del Espíritu, perdemos consciencia de nosotros mismos como personalidades materiales sujetas a condiciones materiales o físicas que pueden causar dolor.
Al que padece dolor esto le parece difícil. Pero el Padre de todos vela por Sus hijos. Aun cuando un hijo se aleja de la casa de su Padre, el amor de Dios lo busca y lo trae de vuelta al hogar. Cuando el sentido falso y material del yo parece haberse convertido en el centro aparente de nuestra existencia consciente, la idea verdadera, el Cristo, llega callada pero ciertamente llega. Cuando la víctima del dolor reconoce la presencia del Cristo, la idea verdadera de la Vida triunfa sobre la creencia falsa. La sugestión satánica de que debemos morar en la consciencia de la materia es arrojada “del cielo como un rayo”. Y el dolor desaparece.
El dolor suele aparecer como una advertencia de que algo no marcha bien físicamente. Pero si reconocemos la presencia del Cristo, la Verdad, tanto el dolor como su supuesta causa pueden ser eliminados simultáneamente.
Entre las cosas que al parecer hacen difícil vencer el dolor es el hecho de que su víctima parece a veces preferir el dolor a la realidad, y el hecho de que la víctima acepta a veces la culpa por el dolor que está sufriendo. Si una enfermedad, por ejemplo, es el resultado de que uno siente odio hacia otra persona y de creerse incapaz de escapar de las condiciones que provocan el odio, puede ocurrir que el individuo inconscientemente prefiera el dolor a enfrentarse con lo que puede parecerle una tarea imposible en esa situación — reconocer que Dios es todo y bueno. Puede ocurrir, también, que el individuo prefiera los placeres de morar en un sentido material de la vida, que es donde se encuentran el dolor y la enfermedad. En cambio, si el individuo se da cuenta de que se podría liberar del dolor reconociendo que sólo hay un Padre y amando a quien no parezca digno de ser amado, es posible que acepte su incapacidad para amar como algo que es parte de él y de esta manera se condene a sí mismo a un dolor constante, pensando que así hace justicia. Pero ambas razones para aceptar la persistencia del dolor son falsas. Ellas pueden ser superadas.
En la consciencia del Espíritu, Dios, no existe condición enfermiza, ni persona odiada ni persona que odia, ni incapacidad ni culpa. Ni dolor. Tampoco hay amor o atracción por condiciones que no sean lo real. Un individuo que está sufriendo de un dolor no tiene que dejar de creer en la enfermedad, o de odiar, o de sentirse atraído hacia lo irreal o material, sólo por su propia volición. Tampoco es necesario que se condene a sí mismo por sus falsas creencias. El poder del todo de Dios y de Su bondad puede liberarlo de la creencia de que es compelido por algún poder a pensar pensamientos malignos. Y ciertamente puede eliminarlos. El poder del Cristo es suficiente para desplazar el aparente poder del mal y revelarle su capacidad dada por Dios para morar en la realidad “espiritual, armoniosa, inmutable, inmortal, divina, eterna”.
Quizás sea necesario que uno reconozca un error de pensamiento y lo corrija. Quizás el dolor esté indicando la oportunidad de hacerlo. Pero seguir culpándose sólo perpetúa el error. El anhelo de identificarse con la consciencia de la realidad espiritual responderá prontamente al poder del Cristo siempre presente, la Verdad. Cambiar la base del pensamiento de lo material a lo espiritual es, entonces, inevitable.
Si se nos pide que oremos por alguien que está padeciendo de dolor, podemos tener la certeza de nuestra capacidad otorgada por Dios para refutar toda sugestión de mal y enfermedad. Al morar conscientemente en Dios, el Espíritu, como Sus hijos, podemos ver que tal persona también está habitando en esa morada. Y la Verdad nos dará los pensamientos y las palabras que sanan.
El himno del que se han tomado las palabras del título de este artículo comienza así: “En Ti, Espíritu piadoso,/oh Dios, yo, Tu hijo, vida hallé”. Y termina con estas palabras:
En Ti ni pena ni tristeza
ni ansiedad he de tener:
hoy y mañana me das fuerza,
Tu amor y vida están doquier.Himnario de la Ciencia Cristiana, No. 154.