A Cristóbal le gustaba pasar la noche en casa de su abuelita. Le daba mucha alegría dormir en el cuarto que había sido el de su mamá. Después de jugar un rato con su abuelito y haberse limpiado los dientes, la abuelita lo arropaba en su abrigada y limpia cama y se sentaba a su lado para repetir la oración que la Sra. Eddy escribió especialmente para los niños pequeños:
Padre-Madre Dios,
en Tu amor,
guárdame al dormir,
guía mis pies al ir
de Ti en pos.Miscellaneous Writings, pág. 400;
Luego, deseándole buenas noches, la abuelita lo besaba diciéndole: “Querido, sueña algo lindo. Yo te quiero mucho”.
Cristóbal le decía: “Yo también”. Esto quería decir que él amaba a su abuelita del mismo modo que ella lo amaba a él. Saber cuánto se le quería y que él también amaba, era una sensación muy especial que lo hacía feliz. Y generalmente se dormía de inmediato y tenía lindos sueños.
Pero una noche en que estaba en casa de su abuelita, Cristóbal despertó muy asustado. Cuando la abuelita vino a ver qué le pasaba, estaba tocándose el oído y llorando tanto que ella apenas pudo entender lo que decía.
La abuelita sabía que este dolor de oído no era la verdad acerca del hijo de Dios, y que era sólo un sueño desagradable. Le dijo a Cristóbal que no debía asustarse porque ese dolor no era verdadero. Que él estaba creyendo que Dios no lo quería. ¡Y eso era una mentira!
Pero Cristóbal dijo que el oído seguía doliéndole.
— Escucha a Dios — le dijo la abuelita — entonces el oído no te causará más dolor.
— Pero Dios no me habla como lo haces tú — dijo Cristóbal. Lo que Cristóbal quería decir era que él no podía oír la voz de Dios hablándole en alta voz. La abuelita le explicó que oímos a Dios en nuestro pensamiento.
— ¿Cómo puedo saber que es Dios el que me está hablando? — preguntó Cristóbal.
— Dios siempre te da pensamientos buenos, afectuosos y felices — respondió la abuelita —. Escucha a Dios y dime los buenos pensamientos que Él te está enviando. — Cristóbal prometió hacerlo.
El dolor desapareció mientras Cristóbal y la abuelita hablaban, y Cristóbal se durmió por un rato. Pero pronto se despertó otra vez llorando. Nuevamente la abuelita le dijo que escuchara el afectuoso mensaje de Dios.
Entonces Cristóbal quiso saber algo más acerca del amor de Dios.
— Tú sabes cuánto te quiero yo, cuánto te quiere tu mamita, cuánto te quiere tu abuelito, cuánto te quiere Francisco, cuánto te quiere tu papito, cuánto te quieren tus tíos Ricardo y Enrique...
— ¿Y cuánto me quieren Estela, mi bisabuela, y mi tía Bárbara? — la interrumpió Cristóbal.
— Eso es, — sonrió la abuelita —. Y también cuánto te quiere Abe.
Abe era el gran perro ovejero de Cristóbal, que jugaba con él y corría trás él cuando montaba su bicicleta.
— ¿Pero sabes una cosa? Dios te ama aún más que todos nosotros juntos. Él no querría que tú tengas dolor de oído ni que llores. Ahora mismo Dios te está diciendo algo bueno que hará que el dolor de oído deje de parecer verdadero y espantoso. Así que escucha atentamente los buenos pensamientos que Dios te está enviando.
Dulcemente la abuelita se puso a cantar el himno de la Sra. Eddy que Cristóbal había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Comienza así: “Gentil presencia, gozo, paz, poder”.Himnario de la Ciencia Cristiana, No. 207; Ella sabía que justo donde parecía estar la mentira del dolor, Dios estaba amando a Su hijo perfecto. Sabía que Cristóbal podía oír lo que Dios le estaba diciendo y que esto acabaría con el dolor de oído. Sabía que “el perfecto amor echa fuera el temor”. 1 Juan 4:18.
Finalmente, entre lágrimas, Cristóbal sentándose en la cama exclamó: — Abuelita, ¡he tenido un buen pensamiento!
— ¿De veras? — dijo la abuelita gozosamente —. ¿Cuál fue ese buen pensamiento, Cristóbal?
— ¡Yo amo a Dios! — respondió Cristóbal.
— ¡Qué hermoso pensamiento! — exclamó la abuelita abrazándolo —. Ésa es la verdad acerca de ti y de Dios. Él te ama a ti, y tú Le amas. Esto es perfecto amor. ¿No es una sensación especial y feliz el amar y sentirse amado, Cristóbal? — preguntó la abuelita.
Cristóbal asintió medio dormido deslizándose otra vez debajo de las abrigadoras frazadas. Muy pronto dormía profundamente, tan acurrucadito, que parecía una bolita. Y ése fue el fin del dolor de oído.
