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No soy miembro de la Iglesia de Cristo, Científico.

Del número de febrero de 1976 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


No soy miembro de la Iglesia de Cristo, Científico. A decir verdad, conocía muy poco de la Ciencia Cristiana hasta abril de 1974. Desde 1969 mi salud no había sido muy buena. Había sufrido de una serie de ataques cardíacos y de una alta presión arterial que iba aumentando tan peligrosamente que llegó al extremo que para abril de 1974 yo no esperaba vivir mucho tiempo más. Un examen médico realizado en esa época en un hospital de Boston, Massachusetts, sólo confirmó los exámenes previos realizados en otros lugares. Me recetaron un medicamento para tomar cuando sufriera nuevos ataques. Estaba muy atemorizado y deprimido.

Un domingo por la mañana en el mes de abril, mientras caminaba a orillas de un estanque reflector cerca de la Avenida Huntington en Boston, pasé frente a un gran edificio que sabía era una Iglesia de la Ciencia Cristiana. No entré porque francamente mi opinión de la Ciencia Cristiana en esa época no era muy buena y porque no pensaba bien de la gente que “no creía en los médicos”.

Al lado de la iglesia grande había otra iglesia más pequeña que también quedaba frente al estanque reflector. Mis ojos se posaron en un anuncio que decía “Cultos religiosos en español”. El aviso no mencionaba que ésta también era una iglesia de la Ciencia Cristiana, y no me di cuenta de que éste era el edificio original de La Iglesia Madre.

Como yo domino muy bien el castellano, (soy graduado de la Universidad de Madrid y profesor de idiomas), decidí entrar en la iglesia. Durante el servicio religioso se leyó que la enfermedad es irreal. Creo que la Lección-Sermón del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana se titulaba “¿Son reales el pecado, la enfermedad y la muerte?” Inmediatamente sentí, o en cierto modo experimenté, un extraño despertar, un percibir, y mentalmente expresé un profundo deseo de que mi enfermedad fuese irreal. También recuerdo haber orado que se hiciera la voluntad de Dios.

Cuando salí de la iglesia inmediatamente sentí que me encontraba en perfecta salud, a pesar de todos los historiales médicos que claramente indicaban lo contrario. Esta extraña sensación era tan persistente que regresé al hospital y solicité otro examen médico. El médico que me examinó se sorprendió tanto de mi restablecimiento que en seguida dispuso que se me tomaran nuevos electrocardiogramas. Para la gran sorpresa del médico todos los complicados exámenes indicaron que mi corazón estaba en perfectas condiciones y que mi salud era excelente, con presión arterial normal, etc. Varios médicos me interrogaron por más de una hora ya que aparentemente creían que durante mis numerosos viajes alrededor del mundo podría haber obtenido algún medicamento desconocido para los médicos en los Estados Unidos.

Dios me sanó por medio de la Ciencia Cristiana, y desde entonces estudio sus enseñanzas.


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