Conocí la Ciencia Cristiana hace más de quince años. A pesar de mis esfuerzos por evadir este camino iluminado, hoy me encuentro en él, lleno de gratitud e inmensamente feliz de poder testificar del profundo cambio que realizó esta maravillosa Ciencia para mí.
Una querida amiga me empezó a hablar de la Ciencia Cristiana en el lugar donde trabajaba. Al principio tomaba estas pláticas como algo deportivo, para ver quién ganaba. Luego me empezó a desconcertar que esta persona, sin la educación que yo había tenido, argumentaba con una profundidad poco común y, sobre todo, expresaba mucho amor y paciencia. Acepté el libro de texto Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, para poder discutir mejor y tenía la firme intención de demostrar cuán erróneas eran sus afirmaciones. Llevé el libro a mi casa y me encerré en mi cuarto. Recuerdo que después de haber leído las primeras páginas del capítulo “La Oración”, sentí una paz interior como nunca antes. Seguí leyendo el libro con interés, y su lógica y clara exposición de pasajes bíblicos me conmovieron profundamente. Era yo entonces un joven con muchos problemas emocionales. Había vivido directamente la violencia de una guerra cruel y me sentía moralmente fracasado.
El cambio no se realizó de un día para otro, pero gradualmente abandoné falsos dioses y las sombras se disiparon. Pocos meses después de haber empezado a leer el libro, fui con unos amigos al campo. Había allí un río en el que muchas veces habíamos nadado. Un día, mientras salía del río, resbalé y me caí cortándome un pie con algo muy filoso. Brincando llegué a nuestro campamento. Cuando mis amigos vieron la herida, se alarmaron mucho y uno fue en busca de un médico. Insistí en que no necesitaba un médico, que iba a usar Ciencia Cristiana.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!