Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Más de setenta años

Del número de febrero de 1976 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En la Biblia se mencionan los setenta años como una edad razonable para vivir, y en la actualidad algunas personas no ven con agrado la perspectiva de vivir mucho más por temor a la decrepitud y al sufrimiento. A pesar de que a muchos patriarcas se les atribuye haber vivido vidas útiles — incluso plenas de triunfos — hasta edades mucho más avanzadas, el Salmista dijo: “Los días de nuestra edad son setenta años; y si en los más robustos son ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, porque pronto pasan, y volamos”. Salmo 90:10;

Pero limitar la edad a setenta años es una falacia. Aun en la época en que el Salmista expresó su melancólica opinión, pueden citarse a muchas personas que realizaron sus obras más extraordinarias a una edad mucho más avanzada. ¿Hay, en realidad, alguna ley o precedente fijo para justificar el poner límites a nuestra fortaleza, actividad, utilidad, y gozo a cualquier edad? Por el contrario, la Vida es Dios, infinita, eterna, y el hombre es la semejanza sempiterna y espiritual de Dios. El hombre, en su ser real, nunca puede estar separado de Dios, la Vida eterna, por ser Su reflejo; por eso nunca puede morir, ni tampoco perder su fuerza, utilidad, actividad, y gozo. Él no es afectado por la creencia en la edad.

Cristo Jesús sabía esto y dijo a sus seguidores: “Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás”. Juan 10:28;

Naturalmente, hoy en día es muy común llegar a vivir mucho más de setenta años. Y las personas hacen mucho más que meramente existir. Llevan una vida feliz, activa, productiva y, a veces, contribuyen grandemente a la sociedad aun por décadas después de haber pasado los setenta años. Pero no podemos contentarnos simplemente con prolongar nuestra vida y actividad humanas. La Sra. Eddy escribe: “La Vida es eterna. Debiéramos reconocer este hecho, y empezar a demostrarlo”.Ciencia y Salud, pág. 246; Y al aspirar a vivir eternamente no tenemos que temer las consecuencias si nos estamos esforzando por expresar más de las cualidades de Dios, la Vida divina, como lo enseñó Jesús.

La longevidad ya ha aumentado, y muchos pensadores creen que esta tendencia va a continuar. Está ampliamente difundida la creencia de que la gente vivirá más y más. Hasta se dice que pronto llegará a ser tan común vivir más de cien años que dentro de poco nos enfrentaremos con el desafío de tener que adaptarnos a la familia de cinco generaciones como un fenómeno corriente. Si esto pareciera constituir más una amenaza que una bendición, podemos saber que Dios no nos castiga por aprender más de Su naturaleza y de Su creación. Cada paso de progreso en nuestra comprensión de Dios, el bien, debe aumentar nuestro reconocimiento de la presencia del bien. En realidad todas las cargas que podemos imaginar supersticiosamente como concomitantes de la longevidad, desaparecerán en la proporción en que aceptemos las enseñanzas del Cristo impartidas por Jesús de que la vida eterna es un don de Dios. Dios es la Vida, y Sus dones no nos causan dolor; sólo bendicen. Y experimentamos esta bendición abundantemente, ahora, cuando la comprensión cambia la antigua noción de que la existencia es material, mortal, limitada, separada de la Vida y del Amor eternos, y que todos por último se deteriorarán y morirán.

Jesús no enseñó que los mortales son eternos. Lejos de ello. La Vida es inmortal y el hombre es espiritual, el linaje de Dios. Es este hombre espiritual, nuestra identidad inmortal, la que no muere jamás. El Maestro lo demostró en su resurrección y ascensión por sobre la mortalidad. Cuando empezamos a comprender la naturaleza del ser verdadero como la explica la Ciencia Cristiana y vislumbramos las inmensas posibilidades de la Vida divina y eterna, el efecto se siente primero en nuestra existencia humana. Las pretensiones del sentido material se hacen menos agresivas. Los horizontes se amplían. Las limitaciones y sufrimientos mortales — la “molestia y trabajo” a los que se refirió el Salmista — se desvanecen, dejándonos libres para obtener vistas más claras de la fortaleza y de las bendiciones del Espíritu infinito y para experimentarlas más cabalmente. Entonces, por último, a medida que reconocemos que nuestro ser verdadero es puramente espiritual, libre de creencias mortales, pecado y muerte, y vivimos en armonía con esta revelación del Cristo, ascendemos, como lo hizo Jesús, por sobre el sentido de la mortalidad hacia el cielo del Alma.

La muerte es siempre un error. Es siempre un enemigo, nunca un amigo — aun para los de edad muy avanzada. Cuando la oración está basada en la comprensión de la unidad indisoluble del hombre con la Vida divina y eterna, la oración no prolonga el sufrimiento sino que lo destruye y nos eleva más en la demostración del ser verdadero y armonioso. La Sra. Eddy escribe: “La dulce y sagrada sensación de unidad permanente del hombre con su Hacedor puede iluminar nuestro ser actual con una presencia y un poder continuos del bien, abriendo de par en par la puerta que conduce de la muerte a la Vida; y cuando esta Vida aparezca ‘seremos semejantes a Él’ e iremos al Padre, no por medio de la muerte sino por medio de la Vida; no por medio del error, sino por medio de la Verdad”.La Unidad del Bien, pág. 41.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / febrero de 1976

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.