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La obediencia iluminada al Primer Mandamiento

Del número de abril de 1976 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En la Ciencia Cristiana el mal suele ser descrito como una sugestión mental agresiva. El mal es falsamente mental y viene como una sugestión que afirma que existe un poder opuesto a Dios. El problema radica en que el mal no tiene una verdad que pueda presentar. Es mesmérico y debe ser combatido desde el punto de vista espiritual de que Dios es Todo y que el error es nada.

El Primer Mandamiento nos insta a mantener una lealtad invariable a la Verdad divina: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Éx. 20:3; La obediencia iluminada a esta directiva divina nos permite disciplinar nuestro pensamiento y reconocer sólo la realidad de Dios y de que Él es Todo. Así aprendemos a percibir la verdad espiritual de todo lo que los sentidos físicos parecen contemplar. Nuestro deber para con Dios es amarle con todo nuestro corazón, amar Su creación espiritual y perfecta, y esto incluye mantener el concepto correcto de nosotros mismos y de nuestro prójimo.

Creer en la realidad del pecado, la enfermedad, la carencia o la limitación es creer en otro dios y en otro poder y, por lo tanto, significa desobedecer el Primer Mandamiento. Un ejemplo singular de los resultados de esa desobediencia se encuentra en el Segundo Libro de Crónicas donde leemos: “En el año treinta y nueve de su reinado, Asa enfermó gravemente de los pies, y en su enfermedad no buscó a Jehová, sino a los médicos. Y durmió Asa con sus padres, y murió en el año cuarenta y uno de su reinado”. 2 Crón. 16:12, 13;

Pero la Biblia contiene, además, muchos ejemplos del bien que recibieron los fieles buscadores de la Verdad que obedecieron el Primer Mandamiento. El sexto capítulo de Daniel, por ejemplo, relata el siguiente incidente que había ocurrido durante el reinado del Rey Darío, el conquistador de Babilonia. Narra cómo los gobernadores y sátrapas del reino de Darío, que conspiraban contra Daniel, el hebreo, persuadieron al rey de firmar un decreto en virtud del cual “cualquiera que en el espacio de treinta días demande petición de cualquier dios u hombre fuera de ti, oh rey, sea echado en el foso de los leones”. Para no desobedecer al Primer Mandamiento, Daniel se negó a acatar el decreto humano del rey y fue arrojado al foso de los leones. Hubo regocijo, sin embargo, cuando fue sacado del foso sano y salvo, pues Daniel dijo: “Mi Dios envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen daño, porque ante él fui hallado inocente; y aun delante de ti, oh rey, yo no he hecho nada malo”.

Pero Daniel recibió un premio aún mayor que el de su integridad física, pues el rey declaró: “De parte mía es puesta esta ordenanza: Que en todo el dominio de mi reino todos teman y tiemblen ante la presencia del Dios de Daniel; porque él es el Dios viviente y permanece por todos los siglos, y su reino no será jamás destruido, y su dominio perdurará hasta el fin”. El rey Darío, pues, reconoció la necesidad y la sabiduría de obedecer el Primer Mandamiento.

Cristo Jesús es nuestro gran Modelo. Nos mostró que una iluminada obediencia a Dios y a Sus leyes libera enteramente de las cadenas de la mortalidad. Jesús no se apartó del mundo. Vivió y se mezcló con la gente de su época para demostrar el poder sanador, elevador y regenerador del Cristo, la Verdad. Cuando se le preguntó: “Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?”, Jesús contestó: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento”. Mateo 22: 36–38; Jesús reconoció al Espíritu como única causa y creador. Probó, por sus obras de curación, que Dios, el bien, posee todo el poder y llena todo el espacio. En esta infinitud y totalidad del bien, el mal no tiene lugar alguno.

Al explicar las enseñanzas del Maestro, la Ciencia Cristiana muestra que el mal no existe en el reino de lo real. Las sugestiones o declaraciones del mal son declaraciones erróneas, conceptos equivocados o errores. El mal nunca forma parte del hecho que percibe erróneamente. Su pretendido poder es sólo el opuesto hipotético del único poder divino. El mal puede pretender tener influencia, pero su influencia es sólo un sentido equivocado de la única influencia y atracción verdadera, que es espiritual. La llamada inteligencia del mal sólo es una distorsión de la sabiduría irrevocable de la Mente. Pesado en la balanza de la Vida, el mal no tiene peso alguno. Desaparece bajo la lente del Espíritu. Cuando se lo pone a prueba en el crisol de la Verdad, se evidencia su irrealidad absoluta.

A medida que vemos que el único reino de acción del mal se circunscribe a una concepción equivocada, nos liberamos de las creencias restrictivas que sugieren que el mal pueda tener un dominio misterioso sobre nosotros. En consecuencia, nos tornamos con confianza a la Verdad, sabiendo que a medida que aumenta nuestra consciencia de que Dios es Todo, la sugestión de las operaciones del error cesa de parecernos dotada de realidad. Nuestra Guía, la Sra. Eddy, escribe: “Nada es real y eterno, — nada es Espíritu,— sino Dios y Su idea. El mal no tiene realidad. No es persona, lugar, ni cosa, sino simplemente una creencia, una ilusión del sentido material”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 71; Cuando percibimos que el mal es una ilusión, una mentira acerca del Dios perfecto, la Mente, el Espíritu, y de Su idea perfecta, el hombre, no podemos sufrir por ignorancia o temor.

Al desarraigar de nuestro pensamiento el hábito de creer que el error posee poder, se manifiesta en nuestra consciencia la verdad de que el Amor infinito ciertamente nos ha revelado la siempre eficaz y sanadora ley de Dios. A la luz de esta ley, vemos que el error o el mal sólo es una pretensión y que jamás es algo real. Ciencia y Salud declara concisamente: “El mal no es poder. Es un remedo de la fuerza, que muy pronto revela su debilidad y cae, para jamás levantarse”.ibid., pág. 192; Al llegar a comprender lo que es el mal, dejamos de considerarlo como algo real de lo que debemos liberarnos, y lo encaramos como una pretensión falsa cuya falsedad hemos percibido y cuya nulidad hemos comprobado. La Ciencia Cristiana nos capacita así para aumentar nuestra fe en el poder omnipotente de Dios para sanar y salvar mediante un reconocimiento más amplio de la totalidad del bien y la nada del mal.

La Sra. Eddy escribe: “La fe científica y sanadora es una fe que salva; se adhiere firmemente al gran y primer mandamiento —‘NO tendrás dioses ajenos delante de mí’— ninguna otra ayuda que la ayuda espiritual del Amor divino”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 153.

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