Hoy en día, el concepto de familia es uno de los que más necesita que se le eleve. Muy a menudo los que pertenecen a una familia quieren liberarse de ella y los que no la tienen se sienten privados de ella y la anhelan. Otros no quieren tener nada que ver con la familia. Por ejemplo, hace poco subí en mi automóvil, en un día de lluvia, a un estudiante. “Nunca pensé que usted me hiciera este favor”, me dijo. “Usted parece un hombre de familia”. Es evidente que según su concepto uno no debe esperar nada de la familia.
Tener problemas de familia no es nada nuevo, ya sean los del individuo que trata de resolverlos en beneficio propio o los del asistente social que trata de resolverlos para beneficio de la sociedad. En la Biblia, en uno de los salmos, se encuentra una pauta que conduce a su solución: “Dios hace habitar en familia a los desamparados; saca a los cautivos a prosperidad”. Salmo 68:6;
En ese versículo se encuentra la clave, tanto de la participación en los afectos familiares, como de la liberación del avasallamiento en la familia; esa clave es la comprensión correcta de lo que es Dios y de nuestra relación con Él. Quizás parezca raro que esa seguridad consoladora esté en uno de los grandes himnos marciales del Antiguo Testamento; en eso, quizás, radica su importancia.
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