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Amantes de la ley

Del número de mayo de 1976 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La jurisprudencia humana varía de país a país, pero la ley divina es invariable, universal e imparcial. La jurisprudencia divina es la voluntad de Dios, la regla del Principio divino, la ley del bien, que garantiza perfección para todos y nunca puede ser violada. Gobierna el universo verdadero, el espiritual, de manera incontrovertible. Es más universal mente confiable que las leyes físicas de la gravedad o atracción polar. Gobierna tan ciertamente en la luna como en la tierra, y no existe fuerza de magnetismo material que pueda contrarrestar su poder absoluto.

Los códigos de justicia mundiales se mejoran y unifican en la medida en que la humanidad comprende y obedece la ley divina. Cuando los hombres se aferran a los estatutos de Dios y ponen sus pensamientos y acciones en conformidad con ellos, experimentan mayor paz y bienestar. El temor, la injusticia, y el resentimiento son gradualmente proscritos. La salud mejora. La libertad, la realización, y la armonía son establecidas en medida cada vez mayor. Los derechos individuales se perciben y se reconocen más, y finalmente la voluntad perfecta de Dios es reconocida así en la tierra como en Su reino espiritual.

La comprensión de la ley divina se alcanza gradualmente. El proceso no implica la exclusión de las leyes humanas que ya conocemos, pero el respetar estas leyes nos ayuda a obtener una mejor comprensión de la ley de Dios.

La Biblia provee la historia de esta comprensión que ha ido desarrollándose a través de casi dos milenios. Comenzando con Abraham podemos seguir su gradual manifestación hasta que, después que el código moral fuera proclamado por Moisés en los Diez Mandamientos, se percibió más claramente en la vida de Cristo Jesús, quien dijo: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar sino para cumplir”. Mateo 5:17; El respeto del Maestro por la ley de Moisés fue igual a su obediencia a la ley de su país. Dijo así: “Dad... a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios”. 22:21; Desde entonces los cristianos concienzudos han pensado detenidamente antes de tomar una determinación que pudiera conducirlos a pasar por alto la ley humana.

Es de importancia que los Diez Mandamientos (ver Éxodo 20:3–17), que fueron revelados al pensamiento inspirado de Moisés, relacionan la obediencia con la liberación de la esclavitud.

Fue evidente para Moisés que la estricta obediencia al código moral era un requisito para que su nación gozara de libertad y prosperidad. No concibió otro modo de exigir esta obediencia que no fuera por medio de amenazas de castigo en caso de su incumplimiento. Pero más tarde, cuando Jesús reveló el amor de Dios, esto trajo a la rígida ley del Sinaí la compasión de la misericordia divina.

Los profetas que siguieron a Moisés habían discernido que el propósito de Dios era regenerar y salvar a la humanidad en lugar de destruirla. Posteriormente Jesús enseñó que el hombre es, en verdad, el hijo de Dios, y, por consiguiente, nunca es realmente un pecador ni es repudiado. Demostró que este reconocimiento de la paternidad del Amor y de la consiguiente perfección del hombre verdadero creado por Él, en conformidad con la voluntad de Dios absuelve misericordiosamente a los mortales de la pena en que incurren a causa del pecado humano.

La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “El designio del Amor es reformar al pecador”.Ciencia y Salud, pág. 35; Pero el pecador habitual no puede derivar ningún consuelo de esta declaración, pues en la próxima página ella agrega: “Remitir la pena correspondiente al pecado, equivaldría a que la Verdad condonara el error. El escapar del castigo no está de acuerdo con el gobierno de Dios, puesto que la justicia es la sierva de la misericordia”.ibid., pág. 36;

La misericordia divina demostrada por Cristo Jesús ofrece el perdón total, pero es tan estricta como la justicia divina indicada por Moisés. No perdona el pecado, o el error, no deja al transgresor en libertad para cometer una nueva ofensa. Cuando Jesús sanó al hombre enfermo cerca del estanque de Betesda, dijo: “No peques más, para que no te venga alguna cosa peor”. Juan 5:14; Es sólo cuando se desiste completamente de pensar y actuar erróneamente que la misericordia divina puede absolver permanentemente del castigo merecido por haberse desobedecido la ley divina del bien.

Por consiguiente, la Ciencia Cristiana enseña que el comprender que la naturaleza del hombre como reflejo de Dios, el Amor divino, es espiritual y pura, no es un incentivo para que alguien haga caso omiso de la ley de Moisés o de la ley civil, la que en muchos países del mundo ha sido profundamente influida por los Diez Mandamientos. Esta Ciencia insiste en que la desobediencia a la ley humana y moral nos trae como resultado la pérdida de los beneficios de la ley de Dios, mas el cumplimiento de la ley fortalece nuestra habilidad para recibir los beneficios de la ley divina del bien universal.

La Sra. Eddy escribe: “Los Científicos Cristianos genuinos son, o deberían ser, la gente más sistemática y amante de guardar las leyes en el mundo, porque su religión demanda implícita adhesión a reglas fijas, en su ordenada demostración”.Retrospección e Introspección, pág. 87.

Los estudiantes de Ciencia Cristiana aprenden que el respeto a las leyes gubernamentales debidamente constituidas es un requisito previo al reconocimiento de la regla del Principio divino y al goce de su promesa de bien infinito. De ningún modo podemos experimentar cabalmente los beneficios de la ley espiritual mientras rechacemos testarudamente las obligaciones para con las leyes humanas que han sido correctamente promulgadas. Buenas leyes humanas proporcionan a la humanidad el vínculo moral esencial entre el caos y el Cristo. Aseguran en este mundo los derechos individuales de la humanidad en conformidad con la Regla de Oro que exige amor fraternal, y señalan el camino hacia el gozo final del incontestable dominio de la armonía eterna de Dios en el reino del Espíritu divino.

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