Reconociendo con gratitud que Dios es la fuente de toda vida, el Salmista exclamó: “Contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz”. Salmo 36:9; La Ciencia Cristiana revela el significado espiritual más profundo de la Biblia. Muestra que la Vida es Dios y que el hombre, como reflejo de Dios, expresa la inmutable naturaleza de la Vida, el Espíritu, el Alma. Coexistente y coeterno con Dios, el hombre es la evidencia inmortal de que la Vida es omnipresente. La Vida se encuentra eternamente en el punto de plenitud y perfección. Cuando entendemos la idea de la Vida, según la enseña la Ciencia Cristiana, vemos que la Vida no es meramente un sentido de existencia, sino que se expresa en ideas espirituales, que el hombre incorpora y refleja, Vivimos porque Dios es Vida. Dios es inmortal; por lo tanto, toda idea que se encuentra en el reino de la Vida también es inmortal. La verdad de que la Vida es eterna señala la necesidad de un constante progreso espiritual. El desarrollo de la Vida no tiene fin.
Como la Vida es Dios, Espíritu, nunca es material. El reino de la Vida es el reino de los cielos y se caracteriza siempre por ideas verdaderas. Ni siquiera la llamada existencia material es vida en la materia, ni está sustentada por la materia, sino que es un fenómeno mental como la Ciencia lo revela. La consciencia humana se expresa en lo que parece ser vida de acuerdo con los sentidos materiales. La llamada vida material es la externalización de la mente mortal, y se supone que está en la materia. Pero en realidad toda Vida es Espíritu, y el Espíritu no puede residir en su opuesto, la materia. En la infinitud de la Vida no hay materia; por lo tanto, la materia ni vive ni muere.
Como la Vida es Espíritu infinito no puede ser definida por medidas mortales. Pese al sueño de la mortalidad, la Vida, que incluye todo lo que la identifica, es perfecta y completa. La Vida no tiene imperfecciones ni idiosincracias que transmitir. No hay ley de herencia en la Vida ni ninguna ley que condene al hombre o le tenga esclavizado a la materia. La ley de la Vida es la ley del Amor, que sana y libera.
Cristo Jesús demostró, mediante sus obras de curación, que el Cristo, la idea inmortal del Amor divino, transforma la consciencia humana de una manera práctica. Con esta transformación vienen regeneración, curación y un sentido de abundancia del amor de Dios por el hombre. Cuando sanó al hombre que había nacido ciego, Ver Juan, cap. 9; el Maestro probó que no hay ley de condenación en la Vida y que el poder de la Vida es el poder sustentador del Amor divino. Nada era demasiado difícil de sanar ni demasiado tarde para ser restaurado por su consciencia trascendental de la Vida. Del propósito de su ministerio entre los hombres, Cristo Jesús dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. 10:10;
Si nuestro pensamiento está imbuido con el Cristo, la Verdad, no seremos engañados por la evidencia ante los sentidos materiales. Por más física que una enfermedad pueda parecer, la Ciencia Cristiana demuestra que, en realidad, es inducida mentalmente, y principalmente por el temor. El reconocimiento de la naturaleza mental de la enfermedad, junto con la comprensión de que el poder de Dios, el poder de la Vida eterna, corrige todo lo que está mal — tanto mental como físicamente — nos permite depender confiada y exclusivamente de medios espirituales para la curación. El verdadero remedio se halla en la corrección del pensamiento, y en la Ciencia esto se logra por medio del despertar espiritual.
La Ciencia Cristiana revela que el hombre es inseparable de la Vida divina y, por lo tanto, nos permite demostrar un sentido más pleno y abundante de vida y felicidad. La apatía y la indiferencia a las cosas espirituales son condiciones del pensamiento mortal, que quisieran negar la presencia de la Vida divina y aparentemente producir condiciones de temor, debilidad e incapacidad.
Cuando se presentan estas condiciones, nuestra liberación no se encuentra en un estímulo material, porque el poder no está en la materia, sino en la Mente. En la proporción en que comprendemos, aun en pequeña escala, el infinito poder de la Vida que es Dios, somos elevados a este poder y capacitados para reflejar su fuerza. La Vida es eterna. La Vida es inmortal. La Vida es armoniosa. La Vida es irreprimible e indestructible. La Vida es Dios. Por cuanto esta Vida existe en todas partes, es evidente, ya sea que pensemos en términos de aquí o del más allá, que el hombre — la idea de la Vida — siempre debe estar vivo y activo. El hombre expresa perpetuamente el vigor, la fuerza y la vitalidad de la Vida.
La Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud: “La Vida es eterna. Debiéramos reconocer este hecho, y empezar a demostrarlo. La Vida y el bien son inmortales”.Ciencia y Salud, pág. 246; Éstas son, por cierto, algunas de las verdades más importantes que aprendemos a aceptar en la Ciencia Cristiana. La consecuencia de la gran verdad de que Dios es la Vida divina, y de que esta Vida es nuestra Vida, siempre presente y eternamente expresada, presenta un nuevo aspecto de la vida y la existencia. Deberíamos preguntarnos: "¿Se basa mi concepto de la vida en la creencia de que el hombre está hoy aquí y desaparecerá mañana?" La Sra. Eddy afirma: “El ir y venir pertenecen a la consciencia mortal. Dios es ‘el mismo ayer, y hoy, y para siempre jamás’ ”.La Unidad del Bien, pág. 61;
No hay nada en la Vida que pueda disminuir o empobrecerse. La Vida no depende de ninguna función o proceso físicos para el mantenimiento de su pureza, armonía y orden. La Vida es la Mente eterna, existente por sí misma. No necesita apoyo ni reposición por medios externos y artificiales. La Sra. Eddy escribe: “Puesto que la Vida es Dios, la Vida tiene que ser eterna, existente de por sí. La Vida es el eterno Yo soy, el Ser que era, y es, y que ha de venir, que no puede ser borrado por nada”.Ciencia y Salud, págs. 289–290; La Vida es infinita, armoniosa y suprema, y se expresa en ideas perfectas. Incluye en sí misma todo lo que es esencial para su continuidad e integridad. Toda expresión de la Vida manifiesta la plenitud de la Vida en acción incesante y fuerza inagotable. Sólo la Vida es real; la única realidad es la armonía ininterrumpida de la existencia.
La Ciencia Cristiana nos permite demostrar la belleza y abundancia de la Vida imperecedera y regocijarnos en la gloriosa verdad de que nuestra vida “está escondida con Cristo en Dios”. Col. 3:3; Cristo, la Verdad, puede destruir la ilusión de la mortalidad y por tanto tiene autoridad sobre el pecado y la muerte. El eterno Cristo es el ideal espiritual de Dios y nos despierta a la santidad e inmortalidad que nos pertenecen como hijos e hijas de Dios. Según el autor del Apocalipsis, el Cristo dice: “He aquí que vivo por los siglos de los siglos”. Apoc. 1:18. Así está, en realidad, nuestro ser: vivo eternamente, reflejando la plenitud, omnipresencia y substancia de la Vida. La identidad verdadera de cada uno de nosotros se encuentra en Dios, comprendida en la Mente, y cada uno tiene que manifestar la Vida eterna. Ésta es la visión correcta del hombre como Dios lo creó y mantiene.
