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Hace algunos años, la Academia Naval de...

Del número de mayo de 1976 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace algunos años, la Academia Naval de los Estados Unidos le ofreció a uno de nuestros hijos, que acababa de terminar sus estudios secundarios, la oportunidad de matricularse en dicha institución. El término medio de sus notas de la escuela superior hacían dudar de que podría pasar el examen de ingreso en la Escuela Naval sin tomar un curso preparatorio, de modo que elegimos una escuela preparatoria y dimos los pasos para matricularlo. La escuela requería que los postulantes se sometieran a un riguroso examen médico antes de ser matriculados, de manera que nuestro hijo se dirigió a un hospital cercano con tal fin.

A los pocos días mi esposa recibió una llamada telefónica diciéndole que ella o yo debíamos ir al hospital.

Mi esposa no me informó acerca de esta llamada y decidió ir sola al hospital. Allí le dijeron que las radiografías que habían tomado de nuestro hijo mostraban que padecía de una seria dilatación del corazón. Le dijeron que cualquier comisión examinadora lo clasificaría bajo “4-F”, la clasificación más baja, y que nunca podría pasar un examen físico para ingresar en ninguna academia militar y mucho menos para servicio activo. Como prueba de este diagnóstico, le fue entregado a mi esposa un documento con los resultados del examen, con tres firmas confirmándolo. La comisión examinadora aconsejó además a mi esposa que lo sometiera a cierta dieta y que le recomendara evitar ejercicios o deportes agotadores. Añadieron que posiblemente esta afección al corazón no mostraría efectos adversos por muchos años, pero que al llegar a edad madura los efectos se evidenciarían y que nuestro hijo probablemente sufriría de invalidez parcial.

En ese entonces yo no era Científico Cristiano y mi esposa consideró cuidadosamente la decisión de no informarme acerca del diagnóstico médico. En aquel entonces yo creía que todo lo que un médico aconsejara no debía ponerse en duda.

Pero mi esposa, que había sido estudiante de Ciencia Cristiana toda su vida, no aceptó el diagnóstico con espíritu de resignación. Por el contrario, al momento visitó a una practicista de la Ciencia Cristiana para pedirle ayuda, llevando también a nuestro hijo.

Fue una semana o diez días más tarde, al mencionarle yo a mi esposa que ya era tiempo de que el hospital nos hubiera informado sobre el examen físico de nuestro hijo, que ella me reveló lo acontecido, incluso, naturalmente, el tratamiento según la Ciencia Cristiana que el muchacho había estado recibiendo. Consentí, pero propuse que nuestro hijo fuera examinado por uno de los mejores especialistas de afecciones cardíacas — y con suma gratitud acepté su veredicto: “Jamás me ha tocado examinar un corazón más perfecto, y si usted necesita mi firma certificando esto se la daré gustosamente”.

De manera que nuestro hijo continuó con su curso preparatorio, pasó sus exámenes de ingreso en la Academia Naval, graduándose cuatro años más tarde y pasando luego el más severo de los exámenes físicos para poder asistir a un entrenamiento de año y medio en una escuela de aviación naval. Nuestro hijo ha sido piloto naval durante casi veinte años y goza de perfecta salud.

La Sra. Eddy claramente explica que el hombre es gobernado por la Mente. En Ciencia y Salud dice (pág. 151): “Toda función del hombre real está gobernada por la Mente divina. La mente humana carece de poder para matar o sanar, y no tiene dominio sobre el hombre de Dios. La Mente divina que creó al hombre, mantiene Su propia imagen y semejanza”.

Lo trascendental de la declaración mencionada me es ahora mucho más claro que en aquel tiempo del incidente ocurrido hace más de veintidós años. Y cuanto más aprendo acerca de la Ciencia del Cristo, tanto más reconozco la importancia que tiene el pensamiento. Es realmente asombroso e inspirador darse cuenta de cómo un solo pensamiento puede ser tan maravillosamente constructivo (como sucedió en el caso de mi esposa cuando supo acerca del informe médico respecto a nuestro hijo y se negó a aceptarlo) o tan negativo (como mi decisión podría haber sido si yo hubiera aceptado el informe médico y hubiera actuado de acuerdo con él).

Me siento profundamente agradecido de que mi esposa, armada de una comprensión de la Ciencia Cristiana, haya estado en guardia y fuera capaz de destruir las cadenas de la restricción y así abrir el camino para que nuestro hijo pudiera alcanzar su libertad de acción y una carrera muy constructiva. Y estoy agradecido a Dios por Cristo Jesús, Su Hijo, y por la Sra. Eddy, y porque la Ciencia Cristiana es un movimiento mundial que está bendiciendo a la humanidad.


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