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Hace algunos años, la Academia Naval de...

Del número de mayo de 1976 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace algunos años, la Academia Naval de los Estados Unidos le ofreció a uno de nuestros hijos, que acababa de terminar sus estudios secundarios, la oportunidad de matricularse en dicha institución. El término medio de sus notas de la escuela superior hacían dudar de que podría pasar el examen de ingreso en la Escuela Naval sin tomar un curso preparatorio, de modo que elegimos una escuela preparatoria y dimos los pasos para matricularlo. La escuela requería que los postulantes se sometieran a un riguroso examen médico antes de ser matriculados, de manera que nuestro hijo se dirigió a un hospital cercano con tal fin.

A los pocos días mi esposa recibió una llamada telefónica diciéndole que ella o yo debíamos ir al hospital.

Mi esposa no me informó acerca de esta llamada y decidió ir sola al hospital. Allí le dijeron que las radiografías que habían tomado de nuestro hijo mostraban que padecía de una seria dilatación del corazón. Le dijeron que cualquier comisión examinadora lo clasificaría bajo “4-F”, la clasificación más baja, y que nunca podría pasar un examen físico para ingresar en ninguna academia militar y mucho menos para servicio activo. Como prueba de este diagnóstico, le fue entregado a mi esposa un documento con los resultados del examen, con tres firmas confirmándolo. La comisión examinadora aconsejó además a mi esposa que lo sometiera a cierta dieta y que le recomendara evitar ejercicios o deportes agotadores. Añadieron que posiblemente esta afección al corazón no mostraría efectos adversos por muchos años, pero que al llegar a edad madura los efectos se evidenciarían y que nuestro hijo probablemente sufriría de invalidez parcial.

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