La Ciencia Cristiana revela al hombre como el hijo siempre amado de Dios. Por medio de la Biblia y del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por la Sra. Eddy, aprendemos a reconocer nuestra verdadera filiación con Dios, así como todos los derechos resultantes de esta filiación. La Sra. Eddy escribe en el libro de texto: “Ciudadanos del mundo, ¡aceptad la ‘gloriosa libertad de los hijos de Dios’ y sed libres! Éste es vuestro derecho divino. La ilusión de los sentidos materiales, no la ley divina, os ha atado, ha enredado vuestros miembros libres, paralizado vuestras aptitudes, debilitado vuestro cuerpo, y desfigurado la tabla de vuestra existencia”.Ciencia y Salud, pág. 227;
Estas palabras nos dan un claro concepto de la gloriosa libertad que tenemos por ser hijos de Dios y por comprender la nada y falsedad de las pretensiones de los sentidos materiales.
Como ciudadanos de un país o de una comunidad, tenemos el privilegio de hacer uso de todos los derechos establecidos en sus leyes. En el grado en que estos derechos provengan de la ley divina y estén de acuerdo con ella, nos proporcionarán seguridad, libertad y paz. Así como deberíamos estar conscientes de nuestros derechos como ciudadanos de un país, de la misma manera deberíamos llegar a estar conscientes de la protección que nos dan los derechos que nos otorga nuestro Padre celestial y hacer uso de ellos.
¿Cuáles son estos derechos que constituyen nuestra herencia común? Podemos reclamar con agradecimiento el derecho de ser hijos de Dios, libres y amados, porque Cristo Jesús nos ha asegurado que lo somos. Ser un hijo libre de Dios significa reconocer a Dios como nuestro Padre, como el bien infinito, como el único poder. Puesto que Dios, el bien eterno, es omnipotente, nosotros, como Sus hijos, nunca seremos prisioneros desesperados y desamparados de las creencias falsas e injustas, o de los conceptos materiales acerca de lo que es el bien. En la medida en que lleguemos a estar conscientes de nuestra seguridad, salud, pureza y santidad verdaderas y espirituales, estaremos afirmando nuestra libertad como hijos de Dios.
Cuando enfrentamos un problema que aparentemente no tiene solución, la serena convicción de que tenemos derecho a la armonía y a la salud por ser hijos de Dios, el Amor infinito y siempre presente, puede liberarnos instantáneamente. Podemos reconocer la verdad de que el error nunca está basado sobre el derecho y la ley, pero que la verdad sí lo está. Este conocimiento nos capacita para eliminar enseguida la creencia hipnótica en una condición irremediable. Conociéndonos como imagen y semejanza de Dios obedeceremos Su ley y conoceremos la protección que proviene de la misma.
Nuestro gran demostrador, Cristo Jesús, estaba consciente de que el hombre está libre de la esclavitud de la mortalidad. Tomando como base la filiación del hombre con el Padre, sanó a quienes buscaron su ayuda. Por medio de la autoridad que da la ley divina de la perfección, liberó del pecado a quienes estaban deseando la salvación. Conocía la perfección de la creación divina y probó el poder y la presencia de la ley divina.
Cuando estamos más profundamente conscientes de nuestros verdaderos derechos, podemos ejercer dominio, elevarnos a nosotros mismos y a los demás por encima de los sudarios de las falsas leyes y creencias de la mortalidad, y cumplir en una medida cada vez mayor con la profecía de Jesús: “Estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán”. Marcos 16:17, 18;
Cuando perseveramos en nuestro estudio de Ciencia Cristiana, somos capaces de percibir y ejercer nuestros derechos divinos en proporción a nuestro crecimiento espiritual. Percibiremos nuestro derecho a la perfección como resultado directo de la creación perfecta y divina. Cuando nos dirigimos al único y verdadero legislador, el Principio divino, podemos reclamar nuestro derecho a la armonía en nuestras relaciones y demostrar la acción armoniosa de la única Mente. Podemos reclamar nuestro derecho a la salud al comprender el ser perfecto del hombre de Dios y al reconocer la creación de Dios, que es buena.
Podemos reclamar nuestro derecho a estar libres del pecado en la proporción en que renunciemos a las pretensiones injustas de los sentidos materiales, en que purifiquemos nuestra mente y nuestro corazón. Podemos reclamar nuestro derecho a estar a salvo en la seguridad que es inherente a todas las ideas divinas en la única Mente. En la medida en que vivamos de acuerdo con estos derechos divinos, conoceremos “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento”. Filip. 4:7.
