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La ley y el hombre

Del número de mayo de 1976 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Que el hombre vive por decreto divino se evidencia en el hecho que los tres grandes períodos en la historia humana de revelación espiritual — el moral, el cristiano, y el científico — han sido las épocas en las cuales Dios reveló Su ley a la humanidad. Esto señala el hecho de que el hombre verdadero, la imagen de Dios, expresa la ley y la incorpora, puesto que le hombre verdadero se ha evidenciado sólo a medida que la ley se ha revelado. Cuando la ley divina se demuestre plenamente, el hombre verdadero será revelado completamente. Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia CristianaChristian Science: Pronunciado Crischan Sáiens., escribe: “El hombre tiene individualidad perpetua; y las leyes de Dios y la acción inteligente y armoniosa de estas leyes constituyen la individualidad en la Ciencia del Alma”.No y Sí, pág. 11;

La Ciencia Cristiana le enseña a la humanidad cómo lograr la medida de la estatura de los hijos de Dios por medio de la obediencia a la ley divina. Saca a luz al hombre espiritual y a las fuerzas del bien. Anula las leyes contradictorias y falsas de la mente carnal y demuestra el supremo poder de las bondadosas leyes del Espíritu.

La ley espiritual proviene del Principio divino, Dios. Es la voluntad de nuestro Padre celestial, que obra invariablemente para expresar la naturaleza, el alcance y el poder del Amor infinito. La ley espiritual es el poder motriz de la Deidad que unifica causa y efecto. La ley divina obra como una fuerza consciente y bondadosa que emana con un propósito determinado de la Mente divina para producir un universo infinito de ideas espirituales armoniosas.

La ley espiritual se incorpora en conceptos divinos, y, por lo tanto, es el orden divino del ser, el hecho invariable de la realidad espiritual. Nada puede impedir la actividad de la ley divina, por la misma razón que nada puede impedir que la Verdad exista.

La Ciencia Cristiana revela que el reino de los cielos — el verdadero estado mental donde la voluntad de Dios o ley divina está en plena operación — está intacto, no ha sido tocado por los sueños temporales de la existencia mortal. La Ciencia Cristiana revela este orden eterno creado por la Mente, le da a la humanidad vistas consoladoras de esto, y prueba, mediante la demostración, que todo lo que es ley en el ser absoluto y científico, es también ley en la experiencia humana, porque no existe sino una ley y un Legislador. Cristo Jesús indicó la relación entre la ley y la oración cuando oró: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. Mateo 6:10;

El hombre está relacionado con la ley divina por cuanto él es la incorporación de la actividad de esta ley, la expresión de su nítida intención. Lo que distingue principalmente al hombre que Dios creó es la obediencia a la ley; de allí que la desobediencia a la ley divina no sea parte del hombre y debe ser evaluada como una suposición, sin identidad o Principio. En el universo puro del Espíritu, el hombre no sólo es obediente a la ley, sino que eternamente manifiesta obediencia.

Para la consciencia humana, el orden divino, o ley, tuvo que presentarse como un descubrimiento, porque el sentido material, cegado por sus propias falsas conclusiones, no está consciente de la creación como ésta existe en la realidad. La ley de Dios le fue revelada a Moisés, quien la presentó en una forma designada a despertar el pensamiento y a enseñar a la humanidad a discernir entre lo bueno y lo malo, entre el bien y el mal. La ley moral, incorporada en los Diez Mandamientos, fue la expresión más elevada de la realidad que podía ser comprendida en la época en que apareció. Los Diez Mandamientos reprimen las diez infracciones básicas al orden divino del ser. Desafían a los sentidos corpóreos y les impiden que se extravíen en las desenfrenadas profundidades de la iniquidad mortal.

Cristo Jesús resumió la ley moral en el mandamiento doble de amar a Dios supremamente y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. La Ciencia Cristiana revela e interpreta las dos grandes leyes fundamentales del hecho científico que sostienen el Decálogo Mosaico, es decir, que el hombre a la imagen de Dios invariablemente sí ama a Dios supremamente y a su prójimo como a sí mismo. El hombre jamás se aparta de este código divino. En el nivel humano, cualquier divergencia de esta orden o ley divina es pecado, pues es una contradicción de la verdad espiritual. Como no tiene fundamento en la verdad, la desobediencia a la ley, o pecado, tiene que ser una ilusión, una mentira, algo científicamente imposible. Toda realidad es lícita, divinamente sancionada, perpetuamente puesta en vigor.

El hombre verdaderamente moral se abstiene de desobedecer los Diez Mandamientos, no para escapar del castigo, sino porque las fuerzas de la realidad o la Verdad, predominan en su consciencia y están activas en ella. El hombre cristianamente científico se abstiene del odio y del descontento, de la desdicha, la impureza, la tristeza, la estupidez, y de la enfermedad, por la misma razón de que se abstiene de robar, mentir, y codiciar — porque sabe que ninguna de estas cosas tiene existencia en la Mente única y omnímoda. Todos los elementos mentales falsos pueden ser excluidos de la experiencia humana por ilícitos e irreales porque no tienen lugar legítimo en la individualidad verdadera del hombre. No son fuerzas verdaderas, no expresan el Principio creativo, y sólo tienen la substancia ilusoria de la creencia humana.

La obediencia a la ley moral es tan imperativa hoy en día como cuando Moisés recibió esta ley entre los truenos del Sinaí. Ni el cristianismo ni la Ciencia Cristiana han pasado por alto ni un solo mandamiento. Protegiendo, no restringiendo, la ley moral fomenta la libertad, la armonía y la vida abundante. Purifica los sentidos y conduce al individuo hacia una consciencia más elevada de lo que es el ser científico, donde las limitaciones de la materia y de la personalidad humana son desconocidas.

En el Sermón del Monte nuestro Maestro interpretó el Decálogo Mosaico en el espíritu de ese gran Amor de donde surgió, y esta interpretación, la más sublime de todas las disertaciones sobre la ley, dio comienzo a la era cristiana. “Un mandamiento nuevo os doy:” dijo Cristo Jesús, “Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros”. Juan 13:34; Cuando cierto hombre principal le preguntó concerniente a los requisitos para heredar la Vida eterna, Cristo Jesús respondió en términos de ley: “Los mandamientos sabes”. Marcos 10:19; Aquí dio a entender que la obediencia a la ley divina es la base de la inmortalidad.

La Sra. Eddy descubrió la ley divina, la verdad universal, y la llamó Ciencia Cristiana. En Rudimentos de la Ciencia Divina define la Ciencia Cristiana como “la ley de Dios, la ley del bien, que interpreta y demuestra el Principio divino y la regla de la armonía universal”.Rud., pág. 1; La Ciencia Cristiana presenta mucho más que un medio espiritualmente mental para curar la enfermedad. Es el orden divino mismo, el reflejo espiritual, que se manifiesta en la consciencia humana. La Ciencia Cristiana es la revelación final de la ley. Sus demostraciones son pruebas de que las leyes espirituales están desplazando las falsas creencias. Estas demostraciones no deben considerarse como meramente beneficios personales o recompensas por rectitud personal, sino como señales valiosas que saludan el amanecer del orden verdadero, como evidencia de la presencia irresistible de Dios y Su reino celestial. Un tratamiento en la Ciencia Cristiana es la ley para cualquier caso, es la verdad de toda situación cuando se la comprende y aplica para disipar la ilusión de que hay vida y mente separadas de Dios. El Salmista dijo: “Tu ley es la verdad”. Salmo 119:142 (según Versión Moderna);

La definición que da un diccionario de la palabra “ley” es: “La voluntad de Dios, ya sea que se exprese en las Escrituras, que esté inculcada en el instinto, o que se deduzca por el razonamiento”. Ya que la buena voluntad, la indestructibilidad, la intrepidez, la integridad, la abundancia, la pureza, y el poder son la voluntad de Dios para el hombre, son la ley misma de su ser, la constante efusión de las energías divinas. Las deplorables sugestiones de fricción, limitación, mutabilidad, temor, improbidad, y desamparo, desaparecen en la proporción en que se emplean consecuente y honradamente las verdaderas energías espirituales. Debido a que la ley es la expresión del Amor, sólo el amor puede cumplirla.

En el reino irreal de la consciencia material, la ley parece bajar al nivel material, donde las leyes de la física, la química, la electricidad, la fisiología, y la animalidad, que falsifican la ley verdadera, pretenden resultar en leyes de pecado, enfermedad, y muerte. Éstas son las leyes hipotéticas de la creencia colectiva cuya acción o falso dominio, la Ciencia Cristiana ha llamado magnetismo animal. Su aparente actividad es responsable de todos los fenómenos mortales. No tienen relación con la Deidad, pues incorporan las fuerzas despiadadas sin mente, que cumpliendo con las condiciones de sus propias creencias, pretenden limitar y destruir.

Cristo Jesús se elevó por encima de toda ley falsa. Convirtió el agua en vino, anduvo sobre las olas, calmó la tempestad, alimentó las multitudes, sanó al pecador y al enfermo, y resucitó a los muertos. Por estas demostraciones demostró la voluntad del Padre, la ley superior del Amor, que anula las creencias o falsas leyes de la mente carnal.

La obediencia a la ley divina produce relaciones humanas felices, provisión abundante, salud, alegría e inmortalidad, pues estas condiciones y cualidades son los efectos de la ley y la constituyen en gran manera. El sufrimiento y la limitación se deben a alguna negligencia de parte de la persona al no conformarse a las verdades básicas o leyes científicas de la existencia, y el remedio para todo mal puede encontrarse en la obediencia a estas leyes.

La Ciencia Cristiana revela que la ley divina es la única ley, y el Científico Cristiano recurre a esta ley así como el abogado lleva sus casos a la suprema corte. Al comprender que la voluntad de Dios es la única ley de su vida, el Científico Cristiano se regocija en el gobierno celestial en medio del aparente desorden terrenal, llegando así a ser una ley para sí mismo. Desde el punto de vista de la Ciencia Cristiana, la ley espiritual jamás ha sido quebrantada, porque el poder de Dios jamás puede ser anulado. Todo lo que pueda parecer un quebrantamiento de la ley o desobediencia a ella es una ilusión, una suposición, una creencia de que algo puede ocurrir fuera de la jurisdicción del Principio infinito.

La paz futura de la humanidad espera la finalidad científica de que ni persona ni estado, sino la ley de Dios, es soberana. Cuando los legisladores civiles comprendan las grandes leyes básicas o verdades del ser, y saquen la legislación fuera del actual estado de costumbres y conveniencias para conformarla al orden establecido de la verdadera creación de Dios, desaparecerán los males de las naciones y de las razas. Las palabras de Cristo Jesús todavía repercuten en la consciencia universal, y ningún poder terrenal puede destruir su eco autoritativo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas”. Mateo 22:37–40; La base de la futura estructura mundial, si ha de establecer paz permanente entre los hombres, debe ser el gobierno universal de la ley, basado en la verdad espiritual. La comprensión de la verdad irrevocable de que todo hombre, en su verdadera entidad, ama a Dios supremamente y a su prójimo como a sí mismo, debe fundamentar los actos de la humanidad. La Ciencia Cristiana está uniendo a toda la humanidad al revelar la única ley universal, la ley de la Verdad. La Sra. Eddy escribe: “La obediencia es el resultado del Amor; y el Amor es el Principio de la unidad, la base de todo buen pensamiento y toda buena obra; el Amor cumple con la ley”.Miscellaneous Writings, pág. 117.

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