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LA CONTINUIDAD DE LA BIBLIA

[Una serie señalando el desarrollo progresivo del Cristo, la Verdad, a través de las Escrituras.]

El Octavo Mandamiento

Del número de mayo de 1976 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Por lo general, los hebreos no consideraban el robo como una ofensa capital. Mas cuando el robo se asociaba con el secuestro, especialmente cuando se relacionaba con la venta de una persona secuestrada, la muerte era ciertamente la penalidad prescrita (ver Deuteronomio 24:7). Sin embargo, cuando José fue “hurtado de la tierra de los hebreos”, como él mismo lo expresara (Génesis 40:15), y posteriormente vendido por los ismaelitas a Potifar en la tierra de Egipto (ver Génesis 39:1), no hallamos datos de que se hubiera imputado tan drástico castigo. Esto se debió a que Egipto no estaba dentro de la jurisdicción de la ley israelita, si es que en efecto esta ley tenía vigencia en la época de José. En el caso del hurto de animales u otra propiedad, los hebreos insistían en que el ladrón debía pagar una indemnización por lo que había hurtado, y la cantidad variaba de acuerdo con las circunstancias del crimen (ver Éxodo 22:1, 4, 7).

No era de extrañar que el hurto y el pillaje estuvieran estrecha e ineludiblemente relacionados en el pensamiento de los escritores y maestros bíblicos. Verdaderamente, “No oprimirás a tu prójimo, ni le robarás” (Levítico 19:13), está expresado con tanto énfasis como lo está el mandamiento, “No hurtarás” (Éxodo 20:15).

En un pasaje conocido y altamente significativo, el autor del libro de Malaquías pregunta (3:8): “¿Robará el hombre a Dios?” Continúa explicando que la gente al retener las requeridas ofrendas de los diezmos en efecto había robado a Dios de lo que legítimamente se Le debía. El profeta sugiere que al actuar así, la gente se había sometido a las maldiciones, las que rápidamente cederían el lugar a las bendiciones cuando la gente aportara sus ofrendas de los diezmos amplia y libremente. Esta omnímoda bendición iba a ser tan grande “hasta que sobreabunde” (versículo 10).

En el Nuevo Testamento, Cristo Jesús mismo de ningún modo ignoró las peligrosas consecuencias del hurto y del pillaje. Leemos que uno de los compañeros que él eligió — Judas — fue un ladrón que hurtó del modesto aprovisionamiento de dinero que administraba para Jesús y sus apóstoles (ver Juan 12:6). En razón de la actitud avarienta de Judas, no fue por cierto sorprendente que fuera él quien se degradara a tal grado que vendió a su gran Maestro a sus enemigos por “treinta piezas de plata” (Mateo 26:15; compárese Éxodo 21:32).

¡Qué contraste había, como Jesús mismo lo indicara (Juan 10:8), entre los falsos maestros, los “ladrones y salteadores” que lo habían precedido, y el perseverante apoyo desinteresado y el generoso modo de dar que caracterizaba su cuidado afectuoso por el rebaño que su Padre celestial le había confiado! Mientras que los pensamientos de aquellos predecesores fueron motivados por el robo, el asesinato y la destrucción, tan estrechamente asociados con la limitación y la muerte, el enfoque de Jesús se manifestó indefectiblemente en vida y en abundancia, como lo implicó claramente en sus memorables palabras: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).

Es sin duda significativo que aunque Cristo Jesús citó las palabras del Octavo Mandamiento por lo menos en una ocasión, le imprimió un significado más profundo y más positivo al utilizar una alternativa en su enfoque, insistiendo repetidamente en que sus seguidores debían dar, contrarrestando así la tentación de hurtar. Al final de su conocida exhortación a aquellos que lo seguían: “Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios” (Mateo 10:8), él muestra la penetración y eficacia de esta exhortación así como las obligaciones que ésta lleva, al añadir: “De gracia recibisteis, dad de gracia”.

Apoyando el énfasis que el Maestro puso en “dar” como un antídoto positivo contra el robo, Pablo observó que aquel que hurta no sólo debería renunciar a esta práctica completamente, sino que además debería encauzar sus energías hacia una actividad constructiva, “para que tenga qué compartir con el que padece necesidad” (Efesios 4:28).

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