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Como hijos de Dios

Del número de enero de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Quienes están familiarizados con las cosas del Espíritu nunca están solos. Están en compañía de ángeles. El amoroso Padre es su amigo. El hecho espiritual de su unión con Él es la realidad primordial de su ser.

Un querido himno del Himnario de la Ciencia Cristiana dice en parte:

En Ti, Espíritu piadoso,
oh Dios, yo, Tu hijo, vida hallé;
y en Tu esplendor de luz glorioso,
de todo mal me despojé.Himnario, No. 154;

La soledad se origina en una falsa creencia de separación. Cuando nos sentimos solos, tenemos una sensación de estar separados del bien y de no habernos encontrado a nosotros mismos. Reclamando nuestra inseparabilidad del Espíritu, descubrimos que somos hijos de Dios. Encontramos que nada está lejano; todo lo bueno es nuestro y está al alcance de la mano.

Ansiamos amor pensando que está fuera de nuestro alcance. Pero afirmando y dándonos cuenta de nuestra unión con Dios, que es Amor, encontramos amor en nuestros corazones. Esto ocasiona que el amor nos sea expresado de la manera en que podemos apreciarlo en nuestro estado presente de comprensión.

Ansiamos dominio, tener una meta y propósito para nuestra vida. A medida que abandonamos un sentido personal mortal y corpóreo y reclamamos nuestro título de hijo de Dios, el falso sentido desaparece; logramos una superación de las circunstancias y humildemente cumplimos con el propósito y meta que Dios nos asigna bajo Su infalible y tierna dirección.

Cristo Jesús nunca estaba solo. “Yo y el Padre uno somos”, Juan 10:30; era la nota tónica de su vida, la base de su éxito. Antes de su crucifixión Jesús habló con su Padre. “Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti... Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”. 17:1, 5;

Cuando Jesús comprendió firmemente su propia unidad con el Padre, su pensamiento se amplió para abrazar e incluir en esta unidad a aquellos que viajaban con él espiritualmente. Luego dijo: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste”. vers. 20, 21;

Ésa era verdadera amistad, el camino del Cristo. Y debe ser nuestro camino. La Ciencia Cristiana, el Consolador prometido por Jesús, ha revelado este camino de tal manera que esto no puede negarse. Quien lo busque honestamente no puede sino encontrarlo. Pero debemos cuidarnos de la pereza de la mente mortal, que querría evitar el esfuerzo mental y buscar siempre un atajo.

La mente mortal susurra: “Si tan sólo tuvieses un amigo, o un esposo, o una esposa, serías feliz y podrías dar lo mejor de ti mismo”. El Espíritu dice: “Hasta que no te encuentres a ti mismo como Mi propio hijo, completo, entero, en paz, satisfecho, no te habrás encontrado de ninguna manera, porque ésta es tu única identidad verdadera por toda la eternidad”. Para progresar debemos silenciar la mente mortal. Esto puede exigir mucho esfuerzo de vigilancia, pero la recompensa es segura.

La Sra. Eddy define a los “ángeles” como “pensamientos de Dios comunicándose al hombre; intuiciones espirituales, puras y perfectas; la inspiración de la bondad, pureza e inmortalidad, contrarrestando todo mal, sensualidad y mortalidad”.Ciencia y Salud, pág. 581; Estos ángeles, o pensamientos de Dios, siempre nos están hablando. Necesitamos cultivar una actitud de quietud para escuchar. La mente mortal quisiera distraernos reclamando esto o aquello. Nuestra única necesidad siempre es lograr y mantener nuestra unión con el Padre. Esto se hace mediante el Cristo.

La Sra. Eddy nos dice que el Cristo es “la divina manifestación de Dios, que viene a la carne para destruir el error encarnado”.Ibid., pág. 583; El maravilloso destino de Cristo Jesús fue demostrar para todos los tiempos, y sin lugar a dudas, que el Cristo, la Verdad, no está lejano sino disponible aquí y ahora para sobreponernos a las pruebas de la carne.

Es bueno comenzar cada día estableciendo nuestra comunión con Dios mediante el Cristo. Podemos cultivar el hábito de conversar con ángeles y, sobre todo, escuchar. Necesitamos también ser rápidos en detectar y descartar los susurros insidiosos de la mente mortal, operando como magnetismo animal, que quisieran alejarnos de las cosas del Espíritu y atraernos hacia falsas dependencias. La práctica continua y el estar constantemente alerta, hará cada vez más fácil el esfuerzo de discernir entre los pensamientos angelicales y las sugestiones mentales agresivas. Así como cerramos los ojos cuando se nos acerca algo que puede lastimarnos la vista, de la misma manera rechazaremos rápida e instintivamente toda sugestión de que el hombre es impaciente, indefinido, incompleto e insatisfecho, y aceptaremos las verdades espirituales de las inalienables cualidades del Cristo que el hombre expresa como hijo de Dios.

El estado de permanecer en Cristo no nos excluye del compañerismo humano, sino que nos acerca a aquellos con aspiraciones similares. Jesús disfrutó de la amistad de Lázaro, María y Marta, y de la de Pedro y la de Santiago, y quizás particularmente de la de Juan. Pero él nunca dependió de la amistad y frecuentemente buscaba estar a solar con el Padre.

La Sra. Eddy escribe en Retrospección e Introspección: “Los de mente espiritual se encuentran en la escalinata que asciende al amor espiritual. Este afecto, muy lejos de ser adoración personal, cumple con la ley del Amor que Pablo prescribió a los Gálatas. Esta es la Mente ‘que estaba también en Cristo Jesús,’ y no conoce limitaciones materiales. Es la unidad del bien y vínculo de la perfección”.Ret., pág. 76.

Ni aspiraciones inquietas ni pensamientos perturbados acompañan tal afecto. Este afecto es la reciprocidad del amor espiritual entre aquellos que están descubriéndose a sí mismos como hijos de Dios.

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