Cuando era niña, un familiar les habló a mis padres sobre la Ciencia Cristiana. Aunque ellos no aceptaron la Ciencia, lo que hablaron me causó una profunda impresión. Tiempo después, siendo ya casada, vi la versión King James de la Biblia y el libro de texto, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, sobre una mesa en la casa de una amiga. Al verlos supe de inmediato que la Ciencia Cristiana era la religión que necesitaba. El domingo siguiente concurrí a una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, y poco después inscribí a nuestros tres hijos en la Escuela Dominical. También comencé a estudiar la Lección-Sermón semanal del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana.
Seis meses después de haber comenzado el estudio de la Ciencia me enfermé repentinamente durante unas vacaciones en un hotel. Mi marido llamó a un doctor, quien diagnosticó que tenía un repentino ataque de nefritis. Me recetó un régimen alimenticio y varios medicamentos. Ya antes había pasado por esta situación. Cuando el doctor se fue decidí apoyarme en la Ciencia Cristiana. Le dije a mi esposo que le pidiera ayuda por medio de la oración a un practicista de la Ciencia Cristiana residente en la zona. Mi esposo le explicó que yo me apoyaría únicamente en la Ciencia Cristiana para curarme. El practicista aceptó tomar el caso, y se le informó al doctor sobre mi decisión.
Me sentía contenta de poder comprobar yo misma que la Ciencia Cristiana es la verdad. Hice un esfuerzo para sentarme en la cama y cantar. En Ciencia y Salud leí (pág. 390): “Cuando los primeros síntomas de la enfermedad se presenten, impugnad el testimonio de los sentidos materiales con la Ciencia divina. Dejad que vuestro concepto superior de la justicia destruya el falso proceso de las opiniones mortales que llamáis ley, y entonces no os encontraréis recluídos en un cuarto de enfermo o postrados en un lecho de dolor, en pago del último maravedí, la última pena exigida por el error”. Estas palabras me hicieron pensar más espiritualmente. La alegoría de las páginas 430 a 442 me fue de especial ayuda.
En tres días sané completamente. Nuestros dos hijos mayores fueron sanados de amigdalitis. Un doctor nos había dicho que tenían que ser operados. No se realizó ningún trabajo metafísico específico para sanar esta condición. Estos niños habían estado siempre bajo atención médica, pero después de esta curación nunca más se enfermaron.
Durante casi cuarenta años he tenido muchas curaciones, incluyendo la fractura de un dedo, la de la clavícula, la torcedura de un tobillo y muchas otras curaciones.
Hace algún tiempo sentí un dolor en el pecho. Lo primero que pensé fue que puesto que el hombre es realmente espiritual, la imagen de Dios, no puede sufrir dolores; y el dolor desapareció. Pero tiempo después me volvió, y advertí una protuberancia en el pecho. Yo había ya comprendido que sólo que Dios ha hecho es verdadero y que eso es siempre bueno. El dolor cesó cuando me negué a aceptar el cuadro erróneo de un mortal que sufre. Me sentí libre. Unos días después la protuberancia había desaparecido.
Estoy muy agradecida al familiar que les habló a mis padres sobre la Ciencia Cristiana, y por todas las actividades de La Iglesia Madre y de mi iglesia filial, de las cuales soy miembro. Servir en las actividades de la iglesia me ha traído muchas lecciones valiosas y una mayor comprensión sobre la manera de vivir como Científica Cristiana. Estoy muy agradecida por los practicistas, que siempre están dispuestos a ayudarnos con mucho amor; por el Manual de La Iglesia Madre por la Sra. Eddy, el cual estipula todas las actividades de la Iglesia Madre; por la instrucción en clase; y por la Sra. Eddy, cuya vida de pureza la preparó para darnos Ciencia y Salud en donde explica la Ciencia que Cristo Jesús ejemplificó para el mundo.
Amsterdam, Holanda
