Después del establecimiento en Canaán, lo cual fue brillantemente planeado y ejecutado por Josué, el compañero y sucesor de Moisés, debieron elaborarse planes para gobernar a las tribus israelitas, las cuales aún no estaban firmemente unificadas sino que, en esa etapa de su desarrollo, todavía eran, mayormente, grupos de familias que profesaban lealtad a la memoria y liderato del patriarca Jacob.
Durante el período que pasaron en el desierto, Moisés las alentaba, pero también las refrenaba mediante leyes básicas establecidas y les recordaba constantemente que fueran leales a su Dios. Bajo Josué vieron que el ansiado sueño de la Tierra Prometida se hizo realidad; pero como mayormente eran nómadas no estaban preparadas para las responsabilidades de una ciudadanía estable y de una monarquía establecida — un tipo de gobierno que más tarde se asoció con gobernantes reales de la talla de Saúl, David y Salomón.
Estos primeros años en Canaán fueron un período de transición, representando, en cierta medida, una época de colonización o, tal vez, la adolescencia de Israel. Finalmente, cuando falleció Josué y ya no tuvieron una mano fuerte que los dirigiera, hubo una tendencia a la anarquía entre el pueblo que él había gobernado tan eficazmente. “En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía” (Jueces 17:6).
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