Un día, después de salir de la escuela, y después de cambiar de ómnibus, descubrí que había perdido mi pase del ómnibus. No pude tomar el siguiente ómnibus y no conocía el vecindario, pero sabía que Dios estaba conmigo y que me conduciría a casa. Entonces esperé en Dios y Él me dirigió, paso a paso, hasta que llegué a casa a salvo.
Me sentí muy agradecido por esta prueba de la dirección de Dios. En la Escuela Dominical había aprendido de la Biblia (Proverbios 3:5, 6): “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas”.
Recientemente tuve un fuerte resfrío. Mi mamá pensó que debía ir al hospital, pero yo quise confiar solamente en Dios para la curación, y mi madre consintió. Mi maestra de la Escuela Dominical me recomendó que estudiara el Salmo noventa y uno y “la declaración científica del ser” de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Así lo hice. Algunas de las palabras dicen (pág. 468): “El Espíritu es Dios, y el hombre es Su imagen y semejanza. Por lo tanto el hombre no es material; él es espiritual”. El domingo siguiente, cuando fui a la Escuela Dominical, les conté con alegría lo rápida que fue mi curación. Estaba perfectamente bien.
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