La atracción espiritual es una fuerza divina que siempre está en operación, y al comprenderla y demostrarla humanamente, nos conduce a todo el bien.
La mayoría de nosotros preferiría atraer a la gente y no ahuyentarla. Quizás algunos de nosotros estemos buscando al compañero ideal para toda la vida. Es un hecho que todos deseamos tener amigos, colegas, o personas con quienes sentirnos felices al trabajar con ellas o para ellas. En el escenario más amplio de la comunidad y de la vida nacional, quienquiera que desee ser un dirigente eficaz debe ser capaz de atraer a los que lo apoyan y mantener esa atracción.
Pero, ¿qué sucede si pareciera que no tenemos la habilidad de atraer? ¿Significa, acaso, que tenemos que contentarnos con ello lo mejor que podamos? ¿O puede cultivarse la atracción? En realidad, no es cuestión de desarrollar esta cualidad, sino de descubrirla como actualmente presente. La comprensión que se obtiene en la Ciencia Cristiana de que Dios, el Espíritu, es la fuente de toda atracción y que el hombre es la expresión individual del Espíritu, puede ayudarnos a todos a encontrar la atracción infinita del Espíritu que opera infaliblemente en nosotros para bendecirnos y bendecir a los demás a nuestro alrededor.
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