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La atracción inmensurable del Espíritu

Del número de enero de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La atracción espiritual es una fuerza divina que siempre está en operación, y al comprenderla y demostrarla humanamente, nos conduce a todo el bien.

La mayoría de nosotros preferiría atraer a la gente y no ahuyentarla. Quizás algunos de nosotros estemos buscando al compañero ideal para toda la vida. Es un hecho que todos deseamos tener amigos, colegas, o personas con quienes sentirnos felices al trabajar con ellas o para ellas. En el escenario más amplio de la comunidad y de la vida nacional, quienquiera que desee ser un dirigente eficaz debe ser capaz de atraer a los que lo apoyan y mantener esa atracción.

Pero, ¿qué sucede si pareciera que no tenemos la habilidad de atraer? ¿Significa, acaso, que tenemos que contentarnos con ello lo mejor que podamos? ¿O puede cultivarse la atracción? En realidad, no es cuestión de desarrollar esta cualidad, sino de descubrirla como actualmente presente. La comprensión que se obtiene en la Ciencia Cristiana de que Dios, el Espíritu, es la fuente de toda atracción y que el hombre es la expresión individual del Espíritu, puede ayudarnos a todos a encontrar la atracción infinita del Espíritu que opera infaliblemente en nosotros para bendecirnos y bendecir a los demás a nuestro alrededor.

Cristo Jesús atrajo a hombres y mujeres hacia él. Los ancianos del templo se deleitaban en su juvenil sabiduría, y los niños parecían disfrutar de su compañía. Él indicó claramente qué era lo que atraía a la gente. Detrás de sus sabias y compasivas palabras, detrás de las curaciones físicas y de la regeneración de carácter que efectuaba, detrás de las fuertes amonestaciones que impartía imparcialmente tanto a quienes le seguían como a quienes lo criticaban, estaba el poder de su Padre celestial, el único Espíritu infinito del todo bueno, su Principio divino, el Amor. Dijo que nada podía hacer por sí mismo, sino que “el Padre que mora en mí, él hace las obras”. Juan 14:10;

La Sra. Eddy identifica al Espíritu, Dios, como la fuente de la verdadera atracción. Escribe: “Sólo hay una atracción real, la del Espíritu. La aguja magnética, apuntando hacia el polo, simboliza este poder que todo lo abarca, o sea la atracción de Dios, la Mente divina”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 102; Y también dice: “La adhesión, la cohesión y la atracción son propiedades de la Mente”.ibid., pág. 124; Y al escribir con mayúscula la palabra “Mente” indica que está hablando de la única Mente divina e infinita, Dios.

La verdadera atracción, pues, la atracción que nos acerca a todos a Dios y hace que nos acerquemos a nuestro prójimo para mutua bendición, está en operación en todas partes y siempre como un poder que todo lo incluye, ejercido por la Mente divina. Al igual que Cristo Jesús, cada uno puede sentir la acción benéfica de este poder en el grado en que acepta que la Mente divina, Dios, es la única Mente del hombre. Esta acción puede bendecir igualmente nuestra vida individual como la vida de la comunidad.

Pero es esencial hacer una clara distinción entre esta atracción espiritual y la falsa atracción o magnetismo personal que pretende operar mediante la materia o mediante una personalidad material y finita. Cualesquiera que sean las ventajas temporarias que este magnetismo personal parezca ofrecer, sólo conduce a la dominación y a la tiranía, y, finalmente, a la frustración y al trastorno. Este magnetismo, basado en la mentira de que la vida y la inteligencia se expresan mediante la materia, es lo diametralmente opuesto a la atracción espiritual que se basa en el hecho espiritual de que la vida y la inteligencia derivan enteramente del Espíritu. En toda actividad o relación donde se le permite entrar, opera como una resistencia al adelanto, a la elevación y a la armonía.

Si alguna vez nos viéramos tentados a usar este magnetismo personal o a someternos a su uso por parte de otros, nuestra defensa es entregarnos totalmente en pensamiento al Espíritu y reconocer al Espíritu divino como la única atracción y el único gobernante del universo. Podemos comprender que, en realidad, no existe magnetismo personal porque la única atracción espiritual no está en la materia ni en la personalidad finita. Cuando la atracción inmensurable del Espíritu se la comprende de esta manera, contrarresta y nos libera de toda otra llamada atracción — malos hábitos, compañías perjudiciales, temor mesmérico o materialismo agresivo.

En una encuesta telefónica se le preguntó a una Científica Cristiana cuál era la cualidad principal que esperaba de un hombre. Después de pensarlo un momento, respondió — para evidente sorpresa de su interlocutor —: “espiritualidad”. La espiritualidad, el reflejo del Espíritu, es una cualidad poderosa y atractiva. Expresada en un ser humano reúne otras cualidades morales y espirituales y las hace resaltar, tal como la luz blanca fusiona los ricos y variados colores del espectro solar. El claro resplandor de la espiritualidad incluye amor, gozo, paz, modestia desinteresada, integridad, pureza, valor y otra infinidad de cualidades semejantes. Su resplandor es una influencia atractiva capaz de llegar hasta los rincones más remotos del universo.

Jesús, que dijo que de sí mismo no podía hacer nada, también dijo: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo”. Juan 12:32. A medida que reconozcamos nuestro origen absolutamente espiritual y expresemos nuestra espiritualidad lo mejor que podamos, todos expresaremos la atracción del Espíritu y responderemos a ella de la forma que más bendecirá a todos los interesados.

Este correcto entendimiento de lo que es la atracción, no sólo bendice al individuo. En el actual trastorno y fragmentación del mundo de hoy, existen por todas partes amenazas contra la unidad de la familia, contra la sociedad y contra las naciones. De modo, pues, que es necesario identificar y hacer buen uso de las fuerzas y normas contrarrestantes que mantienen juntas todas las cosas. La Ciencia Cristiana las clasifica correctamente, no como materiales o personales, sino como pertenecientes a la Mente y Espíritu divinos. Así reconocidas, pueden utilizarse para contrarrestar todo lo que alejaría a las personas y sociedades del bien espiritual y de su expresión adecuada en la vida diaria.

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