Cuando el Primer Lector de una iglesia filial terminó su período, se ofreció para ocupar el cargo de superintendente de la Escuela Dominical. El único inconveniente era que no había más una Escuela Dominical. La asistencia había disminuido a tal punto que la única persona joven que quedó empezó a ir al culto de la iglesia con su madre.
“En esa época la situación parecía ser casi irremediable”, informó la iglesia.
No obstante, el nuevo superintendente se había propuesto restablecer esa actividad. Los primeros cuatro o cinco domingos fue a la sala de la Escuela Dominical solo (la Escuela Dominical empezaba a la misma hora que el culto) y oró pidiendo ayuda a Dios. Fue bastante desalentador al comienzo. Pero después de la tercera semana percibió que la Escuela Dominical ya estaba establecida.
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