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Dios no creó los terremotos

[Original en japonés]

Del número de diciembre de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En un país donde haya frecuentes terremotos, es posible que se abrigue inconscientemente el temor a ellos. El medir científicamente la intensidad de un terremoto o el preparar un plan de emergencia para el caso de que ocurra uno, puede ser necesario para una ciudad o un país. Pero aun en medio de tales esfuerzos podemos saber la verdad básica acerca del universo de Dios y no temer, entonces seremos guiados por la verdad y protegidos de los terremotos, o de los desastres que ellos ocasionan.

En la Ciencia Cristiana aceptamos la creación espiritual relatada en el primer capítulo del Génesis como la única creación verdadera. Esta versión nos dice que “vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera”. Gén. 1:31; Los terremotos por cierto que no son buenos. Por lo tanto, Dios no los creó. Aun con sólo una pequeña vislumbre de la perfecta creación del Espíritu se puede sentir el poder omnipotente de Dios.

Siempre que siento la vibración de un terremoto dirijo mi pensamiento a la creación espiritual de Dios. Cuando tales esfuerzos de oración alcanzan el punto que me satisface, es decir, cuando sólo la creación espiritual tiene realidad en mi consciencia, el terremoto ya no logra amenazar mi paz y seguridad. Esto confirma lo que dijera nuestro Maestro, Cristo Jesús: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Juan 8:32;

Conociendo la verdad espiritual uno no puede temer. Si el terremoto es fuerte o largo, el temor puede tratar de alzar su cabeza. Pero la Sra. Eddy dice en su libro Ciencia y Salud: “Resistid el mal — el error de toda clase — y éste huirá de vosotros”.Ciencia y Salud, pág. 406; También dice: “Cada prueba de nuestra fe en Dios nos hace más fuertes. Mientras más difícil parezca la condición material que haya que vencer por el Espíritu, más fuerte debería ser nuestra fe y más puro nuestro amor”.ibid., pág. 410; Echando fuera el sentido de temor, y percibiendo espiritualmente la totalidad de Dios — amando a Dios desde el fondo de nuestro corazón — el mal ya no puede parecernos real como poder o presencia. Y este conocimiento espiritual protegerá a aquellos a nuestro alrededor — por lo menos en cierta medida.

Cuando yo era una niñita pequeña y nuestra familia ya había conocido la Ciencia Cristiana y sabía algo del poder y de la presencia de Dios, que es Amor, hubo un gran terremoto. Ese día mi madre había ido de compras a una ciudad cercana. Se encontraba en el tren de regreso cuando empezó el terremoto. El tren se descarriló. Cuando mi madre sintió venir el terremoto, se aferró a la verdad básica de que la Mente divina gobierna todo el universo, incluyendo al hombre, y también de que el Amor divino, comprendido, brinda protección de manera apropiada y armoniosa. Descendió del tren perfectamente bien y ayudó a dos pasajeros a salir del vagón destrozado. Caminaron por la vía a través de escombros, fuego y túneles. Llegaron a salvo a nuestra casa de verano en un pueblo costeño que se encontraba a muchos kilómetros de distancia.

En la casa de verano también hubo eventos que fueron pruebas para la familia de la protección que Dios, el Amor, brinda. Cuando durante el terremoto grandes rocas se desprendieron del acantilado detrás de nuestra casa, mi hermana recuerda haber declarado con total convicción que Dios es Amor y que, por lo tanto, todos estábamos a salvo. Recuerdo haber ido luego a ver nuestro jardín y haberlo hallado lleno de rocas. La más grande, que habría destrozado la casa, cayó sólo a unos quince centímetros de ella.

La playa de este pueblo costeño tuvo la marejada más grande registrada en esa era. El agua de mar llegó hasta el centro del pueblo y luego hasta el pie de la montaña en que se encontraba nuestra casa, pero no pasó de allí. Todos estuvimos a salvo. Además pudimos ayudar a algunos de nuestros vecinos cuyas casas habían sido destruidas. A todos nosotros, junto con los dos extraños que vinieron a casa con mi madre, se nos proveyó de suficientes alimentos durante los días siguientes al terremoto. Por esto todos en la familia estuvimos agradecidos.

Teniendo fe en el único, infinito y perfecto Dios, la Verdad, y esforzándonos por comprender Su creación, podemos demostrar la nada de tales aspectos de la mente mortal, como lo es el temor a los terremotos y a sus consecuencias. Y podemos pensar y actuar con dominio y calma, en constante obediencia a la Mente, el Amor, que nos gobierna. Entonces gozamos de protección, provisión y paz mental.

Dios no creó los terremotos. Logramos una vislumbre de esta realidad espiritual mediante la siguiente declaración de la Sra. Eddy: “No hay furia vana de la mente mortal, — expresada por terremotos, vientos, olas, relámpagos, el fuego y la ferocidad bestial,— y esta llamada mente se destruye por sí misma”.ibid., pág. 293. De esta manera, a medida que comprendemos mejor la omnipotencia y omnipresencia de Dios, la Mente, y continuamos negándole realidad a lo que la mente mortal pueda alegar, el reino de Dios, el Espíritu, se perfilará cada vez más nítidamente en nuestra consciencia, y el Amor reinará en nuestra vida.

Cuando muchas personas en el mundo pongan en práctica tales esfuerzos de oración, la humanidad dejará de experimentar los males de un terremoto. Dios nunca los creó y, por lo tanto, el hombre de Dios no puede sufrirlos.

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