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Una época de regocijo

Del número de diciembre de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“Nuestro Señor aquí está, el Rey del mundo es él” Himnario de la Ciencia Cristiana, No. 164; es el verso triunfante que asociamos con la conmemoración anual del nacimiento de Cristo Jesús. No obstante, hubo momentos de prueba y aflicciones en la vida terrenal del Maestro. Más tarde la profecía se cumplió, e indudablemente mereció la descripción de “varón de dolores, experimentado en quebranto”. Isa. 53:3;

Sin embargo, no fue la tristeza, el sufrimiento ni los reveses recibidos los que vinieron a su pensamiento en la etapa final de su carrera humana. Después de la resurrección, al caminar con sus discípulos hacia Emaús, aparentemente ya no pensaba en la tragedia del Calvario. Su pensamiento se encontraba imbuido de la prueba triunfante que había dado de que la vida no podía ser vencida por la muerte y que el odio no podía extinguir el mensaje del Amor.

Aunque nos maravillemos ante el valor y la resistencia demostrados por Jesús durante los períodos de persecución, perderíamos de vista los aspectos más importantes de la obra de su vida si moráramos innecesariamente en estos períodos de aflicción en lugar de morar en sus victorias.

Jesús estaba firmemente convencido de su misión divina y del lugar que a él le correspondía en la profecía. Sabía que el Espíritu divino, el Padre celestial de todos, lo había enviado a la humanidad para revelar el Cristo, la verdadera idea del Ser divino, y para demostrar que el hombre es el hijo de Dios. El Evangelio narra que en uno de sus períodos de comunión con Dios antes de la crucifixión, dijo: “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese”. Juan 17:4;

El propósito divino encargado por Dios al Maestro fue el de despertar a la humanidad del profundo sueño de la falsa creencia de que hay vida en la materia al reconocimiento de que, en verdad, la Vida es divina, y que el universo y el hombre son las manifestaciones eternas de la única Vida divina. Su misión fue demostrar el ser verdadero y espiritual en forma tal que penetrara el sueño de Adán de vida material y finita y revelara que la realidad es inmortal y está por siempre gobernada por leyes inmutables de armonía. A pesar de la oposición de la mente carnal, finalizó su obra y glorificó al Padre divino de todos mediante incontables señales y maravillas.

De nosotros depende ahora el aceptar la revelación del Cristo y comprobar en nuestra vida que, puesto que Dios es Todo, la Vida divina está invariablemente presente ―que Él no conoce ni nacimiento ni muerte, ni comienzo ni fin― y que Su universo y el hombre están eterna y gloriosamente vivos, y que ésta es la única verdad del ser. Al igual que Jesús, también nosotros tenemos que demostrar que Dios, la Verdad, siendo el Todo, excluye la posibilidad de que haya cualquier otra existencia que no sea la manifestación espiritual y perfecta de Su propia naturaleza. No existe vida sino la Vida divina, ni conocimiento que no sea la comprensión espiritual que emana de la Mente divina.

La historia nos enseña que la demostración de la plenitud de Dios, el Espíritu, y la nada e impotencia de la materia y el mal no se logra sin pruebas. Cristo Jesús, los profetas que le precedieron, y más tarde los cristianos que le siguieron ―todos sufrieron pruebas. El Maestro preparó a sus seguidores de todas las épocas para hacer frente a la persecución de que se es objeto al ser fiel a la verdad espiritual. “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo”, dijo. “Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros”. Mateo 5:11, 12;

Todos los que aceptan la plenitud de Dios, el Espíritu, deben hacer frente en cierta medida a la resistencia del error. A veces puede que esto parezca manifestarse en la forma de sufrimiento físico y mental, pero no debemos de perder de vista la bendición final que siempre corona a los fieles.

Por ejemplo, las aflicciones por las que pasó la Sra. Eddy en la historia mortal de su vida, y las de la Iglesia que fundó, no debieran infundir en sus seguidores aquel sentido de desolación que de tal manera concentró la atención de María Magdalena en el sepulcro donde había sido puesto el cuerpo de su Señor que le impidió reconocer al Jesús resucitado que estaba de pie detrás de ella. Debiéramos vigilar para no caer en la ceguera que nos impediría percibir las señales triunfantes de la actividad del Cristo en los asuntos humanos, como les ocurrió a los discípulos del Maestro en el camino a Emaús. Los pensamientos de estos hombres estaban tan ensimismados en la injusticia e inhumanidad de los sucesos acaecidos en Jerusalén que aunque Jesús caminó con ellos, no lo reconocieron. La Sra. Eddy dice: “Es bueno saber, querido lector, que nuestra historia material, mortal, no es sino el registro de los sueños, no de la existencia real del hombre, y los sueños no tienen lugar en la Ciencia del ser”.Retrospección e Introspección, pág. 21;

Si nos vemos tentados a lamentarnos por las tribulaciones que hoy en día enfrentan los cristianos y sus iglesias, al igual que se lamentó María cuando dijo: “Se han llevado ... al Señor, y no sabemos dónde le han puesto”, Juan 20:2; ¿no debiéramos, por el contrario, dejar de morar en el pesar y regocijarnos en la verdad de que Cristo nunca ha partido, como lo afirma la Ciencia Cristiana? La Sra. Eddy declara: “El Cristo es la Verdad, y la Verdad siempre está aquí ―el Salvador impersonal”.Miscellaneous Writings, pág. 180. Hoy en día millones de personas sobre la tierra, que han sido sanadas y consoladas mediante la revelación dada por Cristo de lo que es el ser verdadero, dan testimonio de este hecho. Ciertamente que podemos unirnos de todo corazón al refrán Navideño: “Nuestro Señor aquí está”, y continuar con la afirmación: “El Rey del mundo es él”.

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