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“Hija, ... vé en paz”

Del número de diciembre de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Quién puede poner en duda que la liberación femenina realmente ha comenzado y que ha de continuar definitivamente? Cada día se presentan más oportunidades para la mujer tanto en el comercio como en el gobierno. Las modas femeninas, las costumbres sociales y los estilos de vida van cambiando rápidamente. Pero, ¿qué decir acerca de la salud; de la liberación de los llamados “desórdenes femeninos”? ¿Quedarán fuera de la ley estas discordancias físicas gracias a la legislatura humana, o pasarán de moda al cambiar el estilo o las costumbres? Ciertamente que no, pero la liberación es posible. Una comprensión espiritual de la mujer de la creación de Dios — de la verdadera identidad espiritual — puede traer a la mujer liberación total.

En el primer capítulo del Génesis leemos que Dios creó todo y lo creó bueno. Él crea al hombre a Su propia imagen y semejanza —“varón y hembra los creó”. Gén. 1:27; Al explicar este inspirador relato de la verdadera creación espiritual, la Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud: “De ahí que la voz hombre es un término genérico. Los géneros masculino, femenino y neutro son conceptos humanos”.Ciencia y Salud, pág. 516;

¡Cuán verdaderamente liberada se siente la mujer que está aprendiendo a aceptar que su estado es una expresión individual del ideal perfecto de la Mente! Este ideal puro y perfecto de la verdadera mujer, por siempre libre de frustraciones humanas y estados depresivos, existe eternamente en un estado de realización gozosa — satisfecha, completa y sana. Al aceptar que su identidad real es la expresión de la única consciencia pura y perfecta, se libera de las pretensiones de temores subconscientes y mal inconsciente.

Entonces, para que una mujer joven se vea libre de malestares y dolores periódicos, — si, por ejemplo, ella cree que fueron ocasionados por un funcionamiento irregular de los órganos femeninos — deberá comprender que el hijo de Dios no está compuesto de elementos orgánicos. La creencia en glándulas físicas y ciclos orgánicos es un concepto humano que deberá negarse y reemplazarse con verdades espirituales, como ésta expresada en Ciencia y Salud: “Toda función del hombre real está gobernada por la Mente divina”.ibid., pág. 151;

Las fuentes más productoras de dolor — el temor y la expectativa de sufrimiento — son eliminadas más fácil y rápidamente cuando este concepto de que toda función es gobernada por Dios y totalmente espiritual, es aceptado en nuestra consciencia como ley. El temor es un concepto humano basado en la creencia de que la materia es real y que tiene vida y sensación. Por ser el temor sólo una negación de la totalidad de Dios, el Espíritu, y de la infinitud de la creación espiritual, no hay que darle cabida. Una comprensión espiritual de que Dios es Amor, que llena todo el espacio, y que constituye toda realidad, echa fuera el temor por ser éste una hipotética pretensión de poder y existencia.

La idea espiritual de función verdadera es por siempre indolora y perfecta por ser una actividad divinamente autorizada por Dios, el Espíritu.

Para que en la madurez la mujer se vea libre de los numerosos problemas relacionados con la menopausia, debe comprender cómo reemplazar este concepto humano con la idea divina de su verdadera identidad femenina como reflejo de Dios.

La Medicina moderna tiene varios métodos de tratar los desórdenes que, algunas veces, se supone resultan de la menopausia. Pero rara vez ninguno de estos métodos pretende siquiera ofrecer alivio completo, y a menudo un problema es simplemente reemplazado por otro.

Sin embargo, existe un método más elevado, y una mujer que desea experimentar un cambio de vida que traiga paz y una sensación de bienestar total, puede cambiar el concepto de sí misma de que es un mortal que envejece y reemplazarlo por la idea divina de su verdadera identidad. Esta identidad — su verdadera individualidad — es enteramente espiritual. En virtud de que mora eternamente en el universo del Espíritu, jamás es influida por las pretensiones míticas de que la materia es real, o de que puede ser substancia o cuerpo. Esta identidad es perfecta y completa y está eternamente por encima de todos los diagnósticos físicos y teorías médicas; “sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá”. Ecl. 3:14;

En la Ciencia Cristiana, la mujer aprende a aceptar su verdadera identidad como el reflejo radiante de la Vida que es Dios — invariable, eterna, e indestructible — sin comienzo, fin o período intermedio. Comienza a abandonar los conceptos temporarios respecto de sí misma y a obtener su libertad, no sólo de cuentos de viejas acerca de los cambios físicos en la madurez, sino también de las penalidades perniciosas que van aparejadas a la creencia de vejez.

Cierta vez el Maestro, Cristo Jesús, le dijo a una mujer a quien acababa de sanar: “Hija, tu fe te ha salvado; vé en paz”. Lucas 8:48; ¡Y qué paz le habrá traído esa curación! Durante doce años había sufrido de hemorragias, condición que los médicos de su época no pudieron sanar. Mas el toque tierno y compasivo del Cristo — a través del entendimiento puro del Maestro acerca del hombre verdadero — la sanó instantáneamente.

Siglos más tarde, una mujer sanó instantáneamente al oír estas mismas palabras que fueron leídas desde el púlpito un domingo en la mañana en una Iglesia de Cristo, Científico. Durante varios años había sido atormentada por una condición física discordante como si ciertos órganos femeninos estuvieran fuera de lugar. Precisamente ese domingo sentía tanto malestar que no podía concentrarse en el culto. Había estudiado muchas veces este incidente en particular ocurrido en el ministerio sanador del Maestro, sintiendo que contenía una respuesta para ella, mas la respuesta no le llegaba. Las palabras e ideas que incluían le eran muy familiares.

Humildemente comenzó a orar por tener aquella Mente que “hubo también en Cristo Jesús”. Filip. 2:5. ¿Qué comprendió el Maestro cuando sanó a aquella mujer? ¿Cuál fue la verdad espiritual invariable de la cual estaba él tan consciente ―la verdad que también a ella podía sanarla? Repentinamente, a medida que el Lector comenzó a leer, fue como si una sola palabra predominara sobre todas. “¡Hija!” ¡Claro, eso es, ―pensó la mujer― la idea verdadera y espiritual de mujer como hija de Dios! ¡Ésa es la única mujer que yo puedo expresar! Instantáneamente sintió como si se operara un ajuste en su organismo, y desde ese momento sanó permanentemente. Su corazón estaba rebosante de gratitud.

Cuán bendecida es la madre que está encinta y ya ha comenzado a aprender la única función verdadera de la mujer o de la maternidad ―el ser del hombre como el reflejo de Dios, el único creador, la única Madre.

A medida que progresiva y consagradamente se identifica a sí misma y al hijo que espera, como el reflejo del único Padre-Madre Dios, enteramente espiritual, que incluye al “varón y hembra” de la creación de Dios, la futura madre está reemplazando activamente las creencias y conceptos peculiares a su sexo y se está elevando por encima de dolores, temores y penas que a menudo se le atribuyen al parto.

Una joven aprovechó el período de espera del nacimiento de su hijo para espiritualizar su concepto de la creación. Vio claramente que no era una mujer mortal próxima a dar a luz un hijo. El único creador es la Mente. En verdad, tanto ella como el hijo esperado eran ideas espirituales completas, maduras, creadas por la Mente. Reconoció que el parto era una función de gozo, un desarrollo de ideas sin esfuerzo, sin dolor, puro y perfecto, una actividad gobernada por el Principio divino. Dio a luz en su hogar en menos de media hora bajo condiciones completamente armoniosas. El médico que la atendió comentó: “Lo único que lamento es que ningún otro médico podrá creer cuando le cuente cómo una mujer tan pequeña dio a luz, con tan poco esfuerzo y sin dolor, un bebé tan grande. ¡Es sorprendente”! La Ciencia Cristiana realmente había liberado a esa joven de esos tradicionales y crueles conceptos tan frecuentemente asociados con el sexo femenino y el parto.

De manera que cualquiera que parezca ser la dificultad y por largo que pudiera parecer el tiempo transcurrido, si es algo que sólo experimenta la mujer, es esencial obtener una mejor comprensión de la naturaleza divina del ser de la verdadera mujer. Al comprender esta idea espiritual en toda su gloriosa magnitud, nosotros también oiremos inevitablemente al Cristo hablando a nuestra consciencia: “Hija, tu fe te ha salvado; vé en paz”.

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