Hace más de cincuenta años mi esposo me pidió que le permitiera llamar a un practicista de la Ciencia Cristiana,Christian Science (crischan sáiens) después de que la medicina material había fallado para curarme de una seria condición de toxemia. Varios años antes de que yo lo conociera, fue testigo de la curación, mediante tratamiento de la Ciencia Cristiana, de una enfermedad del corazón que padecía su padre. Los médicos le habían dicho que viviría unas seis semanas ―y gozó de cuarenta y cinco años más de vida activa, como sincero estudiante de Ciencia Cristiana.
Yo no sabía nada de la Ciencia, pero estuve de acuerdo en llamar a un practicista. El tratamiento por medio de la oración me trajo inmediatamente paz y alivio, y una íntima convicción de que sanaría y viviría. Desde ese día he dependido de la Ciencia Cristiana para toda curación ―física, mental, económica y espiritualmente.
Mi completa curación hizo que deseara saber qué era lo que me había sanado. Así empezó la aventura más grande que cualquiera puede experimentar ―el estudio de Ciencia Cristiana y su aplicación en la escena humana. Mi equipo para esta aventura de la vida fue la Biblia, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, y las demás obras de la Sra. Eddy.
Las curaciones se sucedieron una tras otra, y creció mi comprensión espiritual y mi amor a Dios; mis pasos siguientes fueron afiliarme a La Iglesia Madre, y a una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, y tomar instrucción en clase.
La curación más notable durante muchos años ha sido la creciente comprensión de mi relación con Dios, y la espiritualización de mi pensamiento. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud (pág. 272): “Es la espiritualización del pensamiento y cristianización de la vida diaria, en contraposición a los resultados de la horrible farsa de la existencia material; es la castidad y pureza, en contraste con las tendencias rastreras y la atracción terrenal del sensualismo y la impureza, lo que realmente comprueba el origen divino y la eficacia de la Ciencia Cristiana”. La curación física siempre se producía a raíz de mi consagración más profunda y mi sincero deseo de purificar mi estado de consciencia ―de seguir el ejemplo de Cristo.
Cuando nuestra hijita estaba en cuarto grado de primaria, le atacó lo que creo que era baile de San Vito. No podía hablar, ni comer ella sola, ni ir a la escuela. Esta fue mi primera oportunidad para poner en práctica la Ciencia Cristiana para curar a otra persona. Dominé mi temor dejando a la niña en manos de su Padre-Madre Dios. Llegó el Día de Acción de Gracias, y su estado no había mejorado; a pesar de su apariencia física decidimos ir al culto especial de ese día en nuestra iglesia filial. Se sentó entre su padre y yo en la tercera fila ―y no podía estar quieta ni por un momento. Declaré la presencia de la Verdad y su poder de sanar allí mismo a todos los presentes. Mientras la solista cantaba, nos vio y envolvió a la niña en una mirada de amor. Poco después mi hija me tocó y me dijo claramente: “Mamá, ¡qué hermoso es eso!” Fue sanada, y volvió a la escuela el siguiente lunes. Todos los síntomas de la enfermedad habían desaparecido.
La Sra. Eddy escribe (Ciencia y Salud, pág. 427): “Nada puede perturbar la armonía del ser, ni poner fin a la existencia del hombre en la Ciencia”. También percibí mediante mi estudio la coexistencia del hombre con Dios, la Vida eterna. Cuando mi esposo falleció, siendo todavía joven, estas verdades me consolaron. Sentí el gozo y consuelo de saber y ver claramente que nada destructivo había tocado su verdadero ser. Sané de mi profunda pena. Una practicista me había dicho: “Recuerda, querida, ‘tu marido es tu Hacedor’ ” (Isaías 54:5). Aferrándome a esa promesa, encontré verdadero apoyo, compañerismo y fuerza. Poco tiempo después conseguí empleo, en el cual continué durante doce años sin interrupción, hasta que renuncié para dedicar mi tiempo a la Ciencia Cristiana.
Hace algunos años, cuando todos los medios de información advertían sobre los síntomas del cáncer, me di cuenta de que yo estaba manifestando tales síntomas. Un gran temor me agobiaba y sentía dolor constantemente. Un día me vino al pensamiento que yo debía invertir la información acerca de los síntomas de la enfermedad y en vez de pensar en ellos, pensar en los siete sinónimos de Dios que se encuentran en Ciencia y Salud (pág. 465): “Dios es Mente, Espíritu, Alma, Principio, Vida, Verdad y Amor, infinitos, incorpóreos, divinos y supremos”. También estudié la definición de la Sra. Eddy de “temor” (ibid., pág. 586): “Calor; inflamación; ansiedad; ignorancia; error; deseo; cautela”. Diariamente durante tres meses me dediqué a reemplazar en mi pensamiento cada uno de estos términos que significaban “temor” con un sinónimo de Dios. Encontré que las referencias para el estudio en este trabajo de oración eran inagotables. También estudié los siete poemas de la Sra. Eddy que se utilizan como himnos en el Himnario de la Ciencia Cristiana. Los himnos enriquecieron mi comprensión de los sinónimos de Dios. La búsqueda me inspiró y me elevó. No sé exactamente cuándo desaparecieron los síntomas de la enfermedad, pero sané. La bendición de esta curación se manifestó en mi crecimiento espiritual.
Comprendí el verdadero significado de provisión después de mucho estudio y oración cuando vi que mi trabajo en la Ciencia Cristiana ayudaba a cumplir una función importante de La Iglesia Madre, función que estaba protegida y sostenida por su gran amor. Mi corazón rebosaba de gratitud, gozo y profundo amor pro nuestra querida Iglesia Madre. La paz que obtuve nunca me ha dejado. Supe verdaderamente que Dios proveería todas mis necesidades “conforme a sus riquezas en gloria” (Filipenses 4:19). Cada año comprendo mejor la bondad y el amor de Dios.
Siento una profunda gratitud a Dios por los practicistas, amistades y bondadosos parientes que me dieron su amor y apoyo comprensivo; y por el Maestro, Cristo Jesús, y por la Sra. Eddy.
Olympia, Washington, E.U.A.
