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Progreso al desechar la mortalidad

Del número de diciembre de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una noche mientras leía Ciencia y Salud, miré por la ventana y vi la luna nueva. Pensé, “no puedo creer que allá arriba hay solamente un pequeño pedazo de la luna, simplemente porque sólo puedo ver esta fase de la luna. Sé que toda la luna está allí”. Después seguí leyendo Ciencia y Salud y leí estas palabras de la Sra. Eddy: “La materia, el pecado y la mortalidad perderán toda supuesta consciencia o pretensión a vida o existencia a medida que los mortales desechen un concepto erróneo acerca de la vida, sustancia e inteligencia. Pero el hombre espiritual y eterno no es afectado por estas fases de la mortalidad”.Ciencia y Salud, pág. 311;

Vi que el hombre no es afectado por las fases de la mortalidad así como la luna no es afectada por la sombra que la cubre en sus fases. Cada individuo progresa entendiendo que él es una idea eterna y este entendimiento puede obtenerse únicamente cuando se deja el concepto falso acerca de la vida. Esto es lo que hizo Cristo Jesús al dejar de lado los pañales de un comienzo mortal y al despojarse de las mortajas de un final mortal. Su demostración de la vida inmortal puso de lado la creencia en el nacimiento así como la creencia en la muerte.

La Ciencia Cristiana nos abre el camino para seguir a Cristo Jesús. En la Ciencia Cristiana se entiende que el hombre es idea eterna, que coexiste siempre con su origen divino. Dios, la Vida del hombre, es el mismo ayer, hoy y para siempre. El hombre espiritual expresa inmortalidad; sin embargo, para el sentido humano parece que evolucionamos a través de fases de la creencia mortal.

¿Cómo podemos también nosotros dejar de lado las creencias amortajantes y así progresar en la comprensión de nuestra inmortalidad?

El pensamiento mortal pretende restringir al hombre antes del nacimiento y en varias etapas después del nacimiento. La Ciencia Cristiana nos muestra cómo podemos despojarnos de estas sugestiones que limitan. Un mortal tiene un comienzo y un fin. Pero el hombre inmortal coexiste con su Principio eterno, Dios.

Cristo Jesús entendió esto claramente como se ve en esta declaración: “Antes que Abraham fuese, yo soy”. Juan 8:58; Este entendimiento de su existencia eterna como hijo del Principio divino, el Amor, lo capacitó para demostrar la naturaleza inmortal y eterna de su ser.

Para progresar debemos hacer frente a cada una de las fases principales de la mortalidad — tales como la herencia, el nacimiento, la madurez, el decaimiento, la muerte — e invertir su supuesta realidad con el Cristo, la Verdad. La creencia mortal del hombre como recién nacido o como anciano, limita nuestra acción, oscureciendo la idea divina que realmente somos. El hombre nacido del Principio divino, la única Vida, es tan eterno e ilimitado como lo es Dios. El hombre, que nunca empieza como un embrión o se desarrolla en la materia, no tiene comienzo material ni continuación material. El hombre coexiste con el Principio divino, la Vida eterna, que es Dios.

¿Qué criatura reconocemos que somos nosotros y los demás? ¿El mortal restringido por los conceptos sensuales y materiales, o la idea espiritual que se origina en Dios?

Así como es necesario vencer el concepto de que al comienzo de la vida humana las creencias mortales nos atan, es igualmente importante quitar las mortajas que pretenden atarnos, relegando la existencia a la tumba de la muerte y de la extinción.

La mortalidad es desconocida para el Principio eterno e igualmente desconocida para el hombre eterno — la verdadera identidad de cada uno de nosotros. Las mortajas de las creencias mortales son desconocidas para el Principio eterno. La Mente infinita e ilimitada no conoce barreras ni límites. La teoría humana de que la habilidad se limita y la capacidad se reduce, se desecha cuando reconocemos que nunca fue impuesta por la inteligencia o ley divinas.

Saber que la continuidad del Principio está por siempre expresada en el ser continuo y armonioso de la idea del Principio, el hombre, evita que nos sintamos agobiados por la senilidad, el envejecimiento o el deterioro. En la continuidad divina no existe el factor tiempo. La edad es desconocida en la Vida continua. El pensamiento de senilidad incluye a veces la creencia en la pérdida o deterioro de las facultades, pero el Principio divino es Mente infalible; su continuidad se expresa como energía inextinguible y sabiduría que no decae. El transcurso de los años y el concepto de envejecer son fases de la creencia mortal, desconocidas para el Principio eterno y su idea, el hombre, sin edad e inmortal.

La Ciencia Cristiana nos enseña a reconocer que el estado del hombre es la expresión del gran Yo soy. Esta comprensión resucita nuestro concepto del hombre del sepulcro de la ignorancia y de la tumba de las falsas creencias. El Principio divino es el Yo soy. Por lo tanto, el hombre es la expresión no interrumpida ni interrumpible, sino continua y viviente del gran Yo soy.

El entendimiento espiritual de la naturaleza inmortal del Principio divino y su idea, el hombre, desecha todas las fases de la mortalidad. Las falsas creencias de herencia, nacimiento, madurez, decaimiento y muerte pueden dejarse de lado. Estas fases de la creencia mortal son fenómenos desconocidos para Dios e igualmente desconocidos para la consciencia del hombre otorgada por Dios. Estas fases no pueden afectar la vida inmortal del hombre, así como las fases de la luna no pueden cambiar la dimensión total de la luna. En los negocios, cuando un sistema es anticuado se abandona. ¿Acaso no es ya el momento de que tomemos una firme actitud mental con respecto a la inmortalidad?

La Sra. Eddy nos instruye: “La Vida es eterna. Debiéramos reconocer este hecho, y empezar a demostrarlo. La Vida y el bien son inmortales”. La continuación de este pasaje nos dice cómo hacerlo: “Modelemos pues nuestros conceptos de la existencia sobre la base de la belleza, lozanía y continuidad, en lugar de la vejez y decrepitud”.Ciencia y Salud, pág. 246.

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