Era una reunión de testimonios de los miércoles bastante típica en una iglesia de la Ciencia Cristiana. Noté a dos jóvenes visitantes. Habían entrado para observar nuestro culto religioso. El Primer Lector leyó inspiradoras selecciones de la Biblia y de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Los testimonios de curaciones y los comentarios expresados por la congregación proporcionaron útiles discernimientos espirituales. ¡Y entonces sucedió! Me consterné cuando uno de los asistentes dio un testimonio que ciertamente podría desviar o confundir a quien fuera nuevo en la Ciencia Cristiana.
Después del culto religioso conversé brevemente con los dos jóvenes visitantes, y uno de ellos dijo que estaba muy agradecido por el culto y, que realmente los testimonios habían sido muy provechosos. Por supuesto, dijo, hubo uno que obviamente era incompatible con la lectura y demás comentarios. El joven había distinguido claramente lo que era útil y válido de lo que no lo era.
¿Acaso, de vez en cuando, no somos todos recién llegados o extraños a una multitud de ideas, conceptos, y algunas veces rumores? ¿Qué tan bien reconocemos importantes diferencias entre la verdad y el error, hechos y ficción, realidad y rumor? ¿Qué le permitió a ese joven hacer la distinción apropiada? En realidad, ¿qué es lo que nos da a cualquiera de nosotros tal capacidad de discernir cuando nos enfrentamos con algo que no nos es familiar o con indicios contradictorios?
La respuesta se halla en una capacidad vital, basada espiritualmente y que podríamos denominar “discriminación”. Si bien este término algunas veces se ha tomado en un tono negativo, no debiéramos olvidar el hecho de que también tiene un significado muy positivo y afirmativo. Cada uno necesita la habilidad de discernir entre lo correcto y lo incorrecto, lo verdadero y lo falso.
Si no protegemos y ponemos en práctica nuestra habilidad de discriminar, esa habilidad puede volverse borrosa e incierta. Y entonces nos volvemos más crédulos y somos fácilmente engañados por opiniones personales.
Cuando la evidencia es contradictoria, ¿cómo podemos discriminar con certeza y llegar a conclusiones correctas? La Ciencia Cristiana ofrece una respuesta en la que podemos confiar. Mientras que el razonamiento humano nos llevaría a un análisis más profundo de los puntos en discusión, el enfoque correcto es dejar de contemplarlos y recurrir directamente a la Mente divina.
Dios, la Mente, sabe todo lo que puede saberse. Él nunca yerra. Su entendimiento es infinito. Sus verdades son enteramente espirituales. La relación del hombre con Dios no es la de un mortal incierto, atravesando un mundo de cosas desconocidas, tratando de elegir de entre dos males el menos malo. El hombre, en cambio, es la expresión de Dios. El hombre expresa la perfección y certeza de la Mente. Dios no se ve enfrentado ante un proceso de selección, ni está el hombre colocado en tal dilema. El conocimiento de la Mente es, en realidad, la fuente misma de todos los hechos verdaderos.
Por lo tanto, nuestro propósito es reconocer y dar evidencia de que Dios y Su infinita bondad constituyen los únicos hechos verdaderos, la única verdad. Entonces nos es fácil, tanto en pensamiento como en acción, negarle validez o realidad a aquello que carece de perfección. Tal enfoque trae curación a toda circunstancia humana. Su efecto práctico está en permitirnos distinguir adecuadamente lo cierto y fidedigno, de lo dudoso y errado. Los dos jóvenes que asistieron a nuestra reunión de testimonios por primera vez, sin duda fueron bendecidos por las oraciones de los integrantes de la congregación quienes estaban afirmando la pureza de la verdad y la habilidad del hombre para discernirla.
A todos se nos exige de vez en cuando discernir entre lo que es verdad y lo que es exagerado, equivocado o falso. Anuncios en los medios publicitarios, controversias en la iglesia, retórica política, decisión del jurado en los tribunales y un sinnúmero de situaciones, todo ello puede exigir una firme percepción. Al recurrir a Dios y a Su conocimiento siempre presente, son bendecidos nuestros esfuerzos de poner en práctica un concepto espiritual de discriminación.
Por ejemplo, supongamos que se ha presentado una polémica en su comunidad y muchos alegatos y acusaciones se difunden mediante la prensa y otros medios de información. Como ciudadano interesado, su serenidad espiritualmente establecida, y su convicción de que la Mente se revela a sí misma, podrían ayudar a subordinar la importancia que la comunidad suele darle a la personalidad, y abrir el pensamiento a los asuntos legítimos.
Es la mentalidad espiritualizada que le permite a uno reconocer los hechos. Cuando uno acepta que la Mente es su única fuente de inteligencia, las restricciones de la mente humana comienzan a ceder. Las dudas y las incógnitas desaparecen. Un sentido de certeza comienza a manifestarse. Y lo importante es que una clara distinción entre los válidos hechos humanos y las distorcionadas o falsas pretensiones sale a la luz. El pensamiento humano comienza a reflejar, por lo menos en cierta medida, la Mente infalible. Lo que uno necesita saber humanamente es revelado en forma adecuada y natural. De esta manera el efecto práctico es la capacidad de ver la evidencia libre de prejuicios y de las inclinaciones de la opinión personal, y reconocer lo que es concluyente. La Sra. Eddy sabiamente aconseja: “Dejad que el Padre, cuya sabiduría es infalible y cuyo amor es universal, haga las distinciones de los caracteres individuales, y que discrimine entre ellos y los guíe”.No y Sí, págs. 7–8;
Cristo Jesús enseñó una valiosa lección sobre cómo aprender a discernir los hechos legítimos. Después de la crucifixión, ante la duda, Tomás sintió la necesidad de ver y tocar la evidencia personal antes de ser persuadido de los hechos. Jesús dijo: “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron”. Juan 20:29. Ciertamente, bienaventurado es aquél cuyo pensamiento está lo suficientemente espiritualizado como para percibir y confiar en lo que la Mente revela.
