Se relata la anécdota de un profesor de matemáticas superiores que pidió a su clase solucionar en el pizarrón una fórmula complicada. El primer alumno que pasó al pizarrón comenzó a elaborar la solución, pero después del primer paso el profesor le dijo: “No, está mal. Su procedimiento es incorrecto”. El alumno regresó a su asiento.
Un segundo alumno fue llamado para solucionarla, pero con el mismo resultado; de modo que él también regresó a su asiento. Finalmente, se llamó a un tercer alumno para solucionarla. El profesor dijo exactamente lo mismo que antes, pero este alumno continuó con su solución. Cuanto más el profesor la objetaba, tanto menos atención le prestaba el alumno. Finalmente el alumno concluyó su fórmula.
El profesor la revisó cuidadosamente y la declaró correcta. Los primeros dos alumnos se indignaron. Reclamaban que la fórmula de ellos también había sido correcta, pero que la habían abandonado porque el profesor repetidamente había dicho que era incorrecta.
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