Quizás la pregunta que más frecuentemente se hacen los maestros de la Escuela Dominical, sea ésta: ¿Cómo puedo prepararme mejor para estar en condiciones de solucionar cualquier problema que se presente en la clase, para responder de manera satisfactoria y científica a cualquier pregunta, y para estar tan abundantemente provisto con la verdad que pueda enseñar a mis alumnos como merecen ser enseñados?
No hay, por supuesto, una respuesta única y del todo satisfactoria que ayude a quienes se les solicita enseñar en la Escuela Dominical de una Iglesia de Cristo, Científico. Pero el maestro de la Escuela Dominical demuestra la esencia de la buena enseñanza cuando reconoce que sus alumnos son ideas inteligentes de la Mente divina. Ya saben lo que es espiritualmente verdadero. La labor del maestro es proclamar esta verdad y así recordársela a los niños.
Muchos concordarán con esto que nos escribió un maestro: “Mi primer enfoque a la enseñanza en la Escuela Dominical fue simplemente tratar de sobreponerme al temor en mi pensamiento — especialmente de que no pudiese contestar adecuadamente las preguntas que me hicieran los alumnos, y también de que pudieran dejar de interesarse por la Ciencia Cristiana. Esto me guió a percatarme de que podía confiar en que Dios enseñaría, y que la Ciencia se sostendría a sí misma.
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