Durante más de treinta años, desde que comencé el estudio de Ciencia Cristiana, he confiado únicamente en Dios para la curación. La Mente, Dios, ha sido mi única medicina.
Supe de la Ciencia Cristiana por primera vez durante la Segunda Guerra Mundial cuando asistí a una conferencia sobre Ciencia Cristiana en Bulawayo, Rodesia. Entré al salón donde se daba la conferencia sin un conocimiento previo acerca de la Ciencia Cristiana, aparte de haber visto el anuncio de la conferencia en una pantalla cinematográfica unos días antes, y salí una hora después grandemente bendecido. La lógica de las palabras del conferenciante me impresionó tanto que rápidamente respondí a una invitación para asistir a un oficio religioso y después de eso me convertí en un asiduo concurrente.
En aquel tiempo me sentía desesperadamente separado de mi esposa e hija que se encontraban en Inglaterra y temía por su seguridad. A medida que crecía un poquito cada día en mi entendimiento de la Ciencia Cristiana y la ley de armonía de Dios, logré una mayor paz de espíritu y un maravilloso sentido de Su protección para con mis seres queridos.
El año siguiente tuve la inmensa alegría de ser aceptado como miembro de La Iglesia Madre, aun cuando a veces dudaba acerca de mi preparación para dar tal paso. La sabiduría de este paso ha sido demostrada una y otra vez en las bendiciones recibidas, especialmente durante los años en que me vi privado de hacerme miembro de una iglesia filial debido a la naturaleza inestable de mis ocupaciones.
Algunos años después, luego de finalizada la guerra y mientras servía en la Real Fuerza Aérea en la India, enfermé gravemente de un sospechado mal tropical. Muchos otros sufrían de lo mismo y se temía que fuera una epidemia. Fui trasladado inconsciente de mi cuartel a la enfermería, pero en poco tiempo pude reclamar mis derechos como Científico Cristiano para rehusar todo medicamento. De algún modo llegó hasta mi lecho mi ejemplar de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy y comencé de inmediato a leerlo. De allí en adelante, cada minuto que estaba despierto lo dedicaba a la oración y al estudio. Mi condición mejoró constantemente. No muchos días después, algunas pruebas médicas requeridas demostraron que me encontraba listo para ser dado de alta y apto para reanudar las tareas normales, lo cual hice.
De todas las bendiciones que he recibido en mi vida desde aquella temprana sanación mediante la aplicación de la Ciencia Cristiana, una curación en particular ha tenido un significado especial para mí, por cuanto me convenció de la impotencia del mal para impedir que hiciera lo que era mi deber hacer. En Ciencia y Salud leemos (pág. 385): “Todo lo que sea de vuestro deber, lo podéis hacer sin perjuicio para vosotros mismos”. Había demostrado esta verdad en varias oportunidades pero nunca con tanta convicción como la que me vino durante la siguiente experiencia.
Un sábado, durante el período en que servía como Segundo Lector en una Iglesia de Cristo, Científico, me apareció en la garganta lo que aparentemente era una infección, la cual, a medida que avanzaba el día, empeoraba más y más. Esa noche al retirarme para descansar era tal el dolor que no podía dormir, y en mi aflicción recurrí a Dios en oración. Incluida en mi oración estaba “la declaración científica del ser” de Ciencia y Salud. Declaré persistentemente (pág. 468): “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia. Todo es la Mente infinita y su manifestación infinita, porque Dios es Todo-en-todo”. Y así sucesivamente hasta el final de la declaración, pero no experimenté alivio inmediato.
Con la llegada del amanecer mi gran preocupación era poder ocupar mi lugar en la iglesia para el servicio dominical de la mañana. Cuando me levanté, lo primero que hice fue leer en voz alta las citas bíblicas de la Lección-Sermón semanal. Con gran alegría vi que pude hacerlo sin aparente pérdida de voz, a pesar del estado de mi garganta que hacía difícil pasar cualquier cosa que no fuese líquida.
Leí en el servicio matutino y en el vespertino durante los cuales nadie notó ninguna dificultad física. En el espacio de pocos días la condición se disipó y pude comer y tomar líquidos normalmente. En Miscellaneous Writings (Escritos Misceláneos) la Sra. Eddy escribe (pág. 116): “El no estar nunca ausentes de vuestro puesto, nunca desprevenidos, nunca malhumorados, nunca maldispuestos a trabajar para Dios — es obediencia; es ser fieles ‘sobre poco’ ”.
Norwich, Norfolk, Inglaterra
