Gedeón es uno de los jueces más notables que se menciona en el libro de los Jueces como libertador de su pueblo del peligro o la opresión. Su preparación parece haberse encaminado más hacia la agricultura que hacia la política o la milicia, porque estaba sacudiendo el trigo en la granja de su padre cuando recibió esta promesa: “Jehová está contigo, varón esforzado y valiente” (Jueces 6:12).
Sin dejar de reconocer las veces en que Dios había liberado a Israel con anterioridad, Gedeón admitió que en su época se podían ver muy pocas pruebas de tal protección, porque los madianitas nómadas, que eran “en grande multitud como langostas” (versículo 5), destrozaban la región, destruyendo el ganado al igual que las cosechas. Pero se le aseguró que el Señor estaría con él a pesar de su humilde disculpa por su incapacidad personal, o tal vez debido a ello. Por medio de él se terminaría la esclavitud a los madianitas.
La primera tarea que le fue asignada a Gedeón fue un desafío específico a la idolatría. Su padre, Joás, había erigido un altar a la deidad cananea Baal y había levantado a su lado lo que ahora generalmente se considera que es un ídolo de madera tallado o un tótem. Obedeciendo una orden divina, Gedeón destruyó el altar y usó la madera del tótem como leña para sacrificar un toro en honor a Jehová. Por esto tuvo que enfrentar la ira de sus vecinos que lo amenazaron con darle muerte. Sin embargo, su padre lo apoyó, haciendo notar de manera sarcástica que si se había violado el honor de Baal, le correspondía a Baal mismo reivindicarse si era en verdad una deidad.
Mientras tanto, los madianitas y otras tribus hostiles habían juntado un ejército para destruir las fuerzas de Israel, que se habían reagrupado en torno a Gedeón. A esta altura, el ejército de Gedeón era de treinta y dos mil hombres; pero un mensaje de Jehová le aseguró que este número debía reducirse porque de lo contrario la victoria que los esperaba podría atribuirse a un éxito humano debido a la cantidad de personas y no al apoyo divino. Todo soldado que demostrara algún vestigio de temor tendría que volver a su casa de inmediato. Veintidós mil aprovecharon esta oportunidad, quedando reducido el ejército a diez mil.
Todavía le quedaba otra prueba, porque Dios le dijo: “Aún es mucho el pueblo” (Jueces 7:4). La prueba ocurrió en las aguas que estaban en las cercanías. Todos menos trescientos hombres dejaron de lado la precaución y la responsabilidad y se arrodillaron, sumergieron sus caras en el agua fresca y bebieron cuanto quisieron. El resto, alerto y listo para hacer frente a cualquier emergencia, se agachó sólo el tiempo suficiente para sacar una cantidad reducida de agua para aplacar su sed. Solamente aquellos trescientos hombres fueron elegidos para representar a Israel.
Habiéndose enterado de que los madianitas ya temían el resultado de la batalla, Gedeón dividió sus hombres en tres escuadrones y le dio a cada hombre una trompeta, una antorcha y un cántaro de barro para que momentáneamente no dejara ver la luz. Durante la noche ubicó a sus hombres estratégicamente alrededor del campamento de los madianitas. A medianoche, siguiendo una señal convenida de antemano, todos quebraron sus cántaros y levantaron las antorchas; tocaron sus trompetas y elevaron al unísono el grito de batalla: “¡Por la espada de Jehová y de Gedeón!” (Jueces 7:20). Sus enemigos se desmoralizaron y huyeron; hasta se atacaron unos a otras.
Es digno de notarse que parece que no hubo pérdidas entre los trescientos valientes de Israel, aunque persiguieron a sus enemigos por muchos kilómetros.
Después de la victoria notable de Gedeón, le ofrecieron la aparentemente valiosa recompensa de una monarquía hereditaria, pero él la rehusó, diciendo a los israelitas: “Jehová señoreará sobre vosotros” (Jueces 8:23).
Mi socorro viene de Jehová, que hizo
los cielos y la tierra.
Jehová guardará tu salida
y tu entrada desde ahora
y para siempre.
Salmos 121:2, 8
