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“Al abrigo del Altísimo”

Del número de agosto de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un día Silvia fue a trabajar con su papá. Así le gustaba a ella decir cuando su papá la llevaba consigo a alguna cita de negocios. Su papá a veces construía casas y tenía a muchos hombres trabajando para él. Esta vez fueron a una casa a la cual le estaban agregando una nueva habitación. Era, además, una habitación grande y muy alta; en realidad era como de tres pisos.

Su papá le dijo que los obreros estarían ocupados colocando un andamio. Silvia no sabía lo que era un andamio, hasta que su papá le explicó que era una plataforma rústica sostenida por sogas gruesas, y que los obreros la usaban para levantar madera y herramientas. Cuando el andamio se sube hasta una altura adecuada, varios hombres pueden pararse sobre él y trabajar. Silvia estaba entusiasmada. ¡Sería divertido ver esto! Deseaba que le permitieran subir al andamio cuando llegaran allí. ¡Sería fantástico contarle todo a su hermano cuando regresara a casa!

Silvia quedó un poquito desilusionada cuando su papá le dijo que debía quedarse abajo y no caminar mucho por ahí porque los obreros, ocupados, no podían detenerse a hablar con ella. A pesar de todo, era lindo estar allí mientras ocurrían tantas cosas.

Su papá estaba en el andamio con uno de los hombres, y cuando ella miró hacia arriba, no lamentó mucho no estar allí con él. Se preguntaba si ella tendría miedo estando tan alto sin nada de qué sujetarse. Pero Silvia estaba aprendiendo en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana que la oración echa fuera el temor. La oración del Padrenuestro que Cristo Jesús nos dio incluye las palabras “Venga tu reino”. Mateo 6:10; A Silvia le gustaban especialmente estas palabras porque la Sra. Eddy en su libro Ciencia y Salud explica lo que esto significa: “Tu reino ha venido; Tú estás siempre presente”.Ciencia y Salud, pág. 16. ¿Cómo podría uno jamás tener miedo en el reino de Dios, aquí mismo? Es el habitar “al abrigo del Altísimo”, como nos lo dice la Biblia en el Salmo noventa y uno. Puedes leer esas palabras en el primer versículo.

Todos alrededor de Silvia estaban ocupados, por lo tanto ella comenzó a estar ocupada también, y a buscar algo lindo para mostrarle a su papá. Unos pedacitos de madera que estaban botados en el suelo tenían lindas formas y ella comenzó a recoger algunos.

¡Justo en ese momento se oyó un gran ruido y muchos gritos! Los hombres que trabajaban cerca de ella estaban diciendo algo, y escuchó gritos desde arriba donde estaba el andamio. Cuando ella miró hacia arriba, el andamio se movía. ¡La soga que lo sostenía se había soltado de un lado y todo lo que estaba encima se estaba cayendo, incluyendo a su papá y al hombre que estaba con él!

Su papá le gritó a Silvia que se corriera, y los hombres abajo trataban de alcanzarla. Pero grandes pedazos de madera que habían estado en el andamio se estaban cayendo. ¿A dónde podía ir ella? Parecía no haber tiempo para hacer nada más que acercarse a Dios, para saber que ella vivía en el reino de Dios, a salvo en Dios.

Herramientas, clavos y madera caían alrededor de ella, pero Silvia recordó que Dios ¡está en todas partes! Un gran pedazo de madera cayó justo a su lado, pero ella dijo en voz muy alta: “Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré”. Éste es el segundo versículo del Salmo noventa y uno, y la clase de Silvia en la Escuela Dominical había estado aprendiendo un poquito de él cada semana.

Repentinamente todo quedó muy silencioso alrededor de ella después de todo ese ruido. Y allí estaba su papá levantándose y acercándose a ella para ver si estaba bien. La tomó en sus brazos y en seguida todos los obreros los rodearon comentando cómo nadie había resultado herido y que había sido un milagro que nada la había tocado a ella. Había tablones de madera por todas partes, pero ninguno cayó en el lugar donde ella estaba parada.

Todos parecían muy asombrados de que los dos hombres que estaban sobre el andamio no hubieran resultado heridos después de una caída desde tan alto. Varios de los hombres estuvieron de acuerdo en que esto se debía a la oración que ella había dicho en voz alta. Y en ese momento se dio cuenta ¡de que había gritado esas palabras por encima de todo ese ruido! No había tenido miedo, porque sabía que Dios cuidaría de todos. ¡Y Él lo hizo!

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