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“Un cielo nuevo y una tierra nueva”

[Original en alemán]

Del número de agosto de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace algunos años estuve en la isla de Patmos donde Juan tuvo su gran revelación. Me detuve en la gruta que, de acuerdo con la tradición, le sirvió de refugio, y desde allí contemplé el mundo isleño, primaveral y montañoso. Inspirada por la vista del cielo radiante, las verdes laderas, y el magnífico mar profundamente azul, bien pude imaginarme el corazón que se preparaba para la revelación.

Sin embargo, lo que Juan vio, fue más que meramente la belleza que se extendía ante mi vista. Escribió: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva”, y agregó, “porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más”. Apoc. 21:1; Todo lo que nos viene de la Mente divina, de Dios que es la Verdad, ilumina nuestra consciencia con la gloria del ser espiritual.

Cuando nos familiarizamos por primera vez con la Ciencia Cristiana, pareciera como si hubiéramos pasado del invierno a la primavera. Todo parece más bello y lleno de nuevo poder. Mas esta primavera de nuestra vida es posible que termine con el calor de un verano de dificultades o con el frío toque de un invierno de desaliento, y es posible que agobiados esperemos a que llegue una nueva primavera a menos que asimilemos la metafísica más profunda de la Ciencia Cristiana y dejemos que todo nuestro concepto del ser se transforme. Necesitamos reconocer la vida verdaderamente nueva que esta Ciencia trae y no dejar que se vaya más.

Todavía fue en su mayor parte “el primer cielo y la primera tierra” que, en nuestro entusiasmo, habíamos visto tan embellecido, tan lleno de promesa. Y, sin embargo, nuestro entusiasmo tuvo que ceder — y debe continuar cediendo — al reconocimiento incomparable de lo que realmente es lo nuevo. De lo contrario, como aquellos que oyeron a Jesús pero no fueron sus seguidores permanentes, continuaremos esperando al Cristo porque verdaderamente no hemos comprendido lo nuevo, el aspecto transformador de su advenimiento.

¿Consistió lo nuevo para nosotros en curaciones físicas o en la solución de otros problemas? ¿O fue una vista completamente nueva, lo que trajo consigo la manifestación de estas curaciones y soluciones? Lo eternamente nuevo que la Ciencia Cristiana nos revela no es un mero mejoramiento de circunstancias materiales, sino el concepto revolucionario de la nada de la materia y la totalidad del Espíritu. Cuando Jesús empezó a dirigir los pensamientos de sus seguidores a cosas más esenciales que el mero seguirlo por los panes y los peces, entonces, “muchos... volvieron atrás, y ya no andaban con él”. Juan 6:66;

Es decisiva nuestra respuesta a la pregunta “¿Qué es lo real, la materia o el Espíritu?” Ver un cielo nuevo y una tierra nueva significa que nuestra vista del viejo cielo y la vieja tierra debe transformarse, espiritualizarse. Empecé a obtener una vislumbre de esto cuando me mudé a un nuevo apartamento en una bella zona donde todo parecía ser alegría y deleite. Percibí que necesitaba urgentemente algo más que eso; de manera que, cuando algo de lo bello que me rodeaba me atraía particularmente, me decía a mí misma: “Eso está tan lleno de promesa y bondad; y, sin embargo, sólo es una indicación del verdadero cielo y la verdadera tierra, los cuales son espirituales — donde Dios, el Espíritu, es Todo y eterno, y el bien no pasa jamás”. Mi alegría por la belleza de lo que me rodeaba no disminuía por esa comprensión, sino que la alegría ascendía a una base más elevada y segura. Podía percibir un esplendor más elevado, el cual yo sabía que siempre estaría allí y que podría verlo cada vez que elevara mi pensamiento hacia la verdad espiritual, sin tomar en cuenta lo que el cuadro material presentara.

El negar la realidad de todo lo material — viendo que las impresiones bellas de los sentidos sólo dan una promesa de lo verdadero — no es una excentricidad. La Sra. Eddy dice en Miscellaneous Writings: “La Ciencia Cristiana empieza con el Primer Mandamiento del Decálogo hebreo: ‘No tendrás dioses ajenos delante de mí’. Prosigue en perfecta unidad con el Sermón del Monte, pronunciado por Cristo, y en esa era culmina con el Apocalipsis de San Juan, quien, aún hallándose, al igual que nosotros, en la tierra y en la carne, contempló ‘un cielo nuevo y una tierra nueva’, — el universo espiritual, del cual ahora da testimonio la Ciencia Cristiana”.Mis., pág. 21;

Y la Sra. Eddy nos da “la declaración científica del ser”. Sin hacer ninguna salvedad nos dice en Ciencia y Salud: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia. Todo es la Mente infinita y su manifestación infinita, porque Dios es Todo-en-todo”. Por tanto, el Científico Cristiano tiene el derecho — y el deber — de negarle a la materia toda realidad, sin temor de hablar en forma altisonante. Sin embargo, es igualmente su deber saber y afirmar: “Todo es la Mente infinita”. La declaración termina diciendo: “El Espíritu es Dios, y el hombre es Su imagen y semejanza. Por lo tanto el hombre no es material; él es espiritual”.Ciencia y Salud, pág. 468;

Aferrémonos a esta verdad, aun cuando nuestra vida parezca estar anclada en el reino material. ¿Acaso no sentimos que nos elevamos del mesmérico concepto mortal y material de la vida cuando abrimos nuestro pensamiento a la nueva comprensión que la Ciencia Cristiana nos ha traído? A medida que lo hagamos, nos ocurrirá lo mismo que les ocurrió a los discípulos. La Sra. Eddy dice: “Percibiendo a Cristo, la Verdad, de nuevo en la ribera del tiempo, pudieron elevarse un tanto sobre el sensualismo mortal, o el enterramiento de la mente en la materia, a una renovación de vida como Espíritu”.ibid., pág. 35. Ganaremos cada vez más fortaleza y estaremos más conscientes de la realidad. El nuevo cielo nos será más y más claro y plantaremos nuestros pies con más firmeza sobre la nueva tierra, como seres que habitan “el universo espiritual, del cual ahora da testimonio la Ciencia Cristiana”.

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