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La defensa de nuestro templo

Del número de agosto de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Aunque sería raro encontrar guardias armados estacionados en los templos en todo el mundo, no lo sería tanto encontrarlos en bancos, establecimientos militares o en algunas industrias.

Sin embargo, las iglesias, mezquitas, pagodas y sinagogas, en general no han sido instituciones que necesiten ser defendidas. En efecto, es probable que la mayoría de los templos abran sus puertas a todos los que buscan una relación más íntima con Dios.

Con todo, la defensa se necesita, no para un edificio, sino para un templo mucho más fundamental, el templo que Cristo Jesús indicó cuando dijo: “Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad”. Juan 4:23; Como Jesús bien sabía, la verdadera adoración a Dios es más que un culto externo. Es una comunión íntima con Dios en lo profundo de la consciencia. Entramos en nuestro verdadero templo, instante tras instante, cuando estamos conscientemente receptivos a Su presencia.

La consciencia, como templo, puede proporcionar un ámbito sagrado. La paz, la tranquilidad, la quietud, el dominio son todas ellas cualidades naturales de la consciencia verdadera. Si nuestro pensamiento está debidamente custodiado y protegido, reflejará estas cualidades. Si el edificio de nuestra iglesia necesitara protección, no vacilaríamos en darle la defensa necesaria. Debiéramos estar igualmente dispuestos a custodiar nuestro pensamiento.

El concepto de defensa hace pensar en protección contra algún ataque. ¿Pero qué puede atacar nuestro templo en la consciencia? ¿Qué puede perturbar el gozo de tornarnos agradecidamente a Dios en oración? La Biblia nos dice que “los designios de la carne son enemistad contra Dios”. Rom. 8:7; La mente carnal, o mente mortal como la describe la Ciencia Cristiana, constituye todas las limitaciones inherentes a la creencia de mente en la materia. Careciendo de fundamento y, no obstante, pretendiendo ser sustancial, la mente carnal es antagónica a reconocer a Dios y a Su creación, y a la adoración natural de la Verdad.

¿Cómo hemos de defendernos y separarnos de esta llamada mente carnal, con su resistencia y oposición a la única Mente? No podemos combatir el fuego con el fuego, el error con el error. Sólo la Mente divina es la solución para la mente mortal. La Biblia nos dice que “las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas”. 2 Cor. 10:4;

A veces podemos sentirnos tentados a pensar que el enemigo es una persona o un grupo que trata de perturbar nuestro templo: nuestra consciencia. Sin embargo, el enemigo siempre es la mente carnal con sus esfuerzos por invadir y perturbar el pensamiento. La víctima es siempre aquel que deja su templo sin defender. La mente carnal querría debilitar, o aun destruir, la pacífica devoción a Dios. Sus muchas estratagemas incluyen:

ATAQUE PERSONAL. La naturaleza de la mente mortal es definir al hombre en sus propios términos, o sea, como mortal. Juzgaría y condenaría, en lugar de elevar y apoyar. Implantaría en el pensamiento — nuestro templo — sospechas, dudas y desconfianza. La mente mortal insulta y calumnia a la verdadera naturaleza del hombre. Tal ataque no sólo inquieta el pensamiento, sino que empaña la capacidad para sacar a luz, con reflexión y claridad, las verdades espirituales sanadoras. El reconocimiento de la presencia del Amor divino tiene un efecto tranquilizador, apaciguador, en nuestra consciencia. Nos da la capacidad para reconocer que el hombre no es malo. El Amor nos obliga a actuar con caridad y perdón. El Amor, Dios, nos despierta a comprender que hemos de usar una verdadera arma cristiana — una actitud de amor sanador — en lugar del arma usada por la mente carnal que declara que el mal es personal.

FALSA INFLUENCIA. La mente carnal querría colocar a su víctima en posición de influir o de ser influida personal y erróneamente. El Espíritu es la única influencia genuina. Dejar que nuestros pensamientos sean influidos por las opiniones personales destructivas de otro perturba profundamente nuestra singular adoración del Espíritu. La Sra. Eddy nos dice: “Las opiniones humanas no son espirituales. Proceden del oír de los oídos, de la corporalidad en vez del Principio, y de lo mortal en vez de lo inmortal”.Ciencia y Salud, pág. 192; Negarse a ser llevado por la opinión personal no es cerrar los ojos al mal. Es abrirlos; sólo cuando verdaderamente vemos al Espíritu adoramos de una forma que destruye la creencia en el mal.

PROFECÍA ENGAÑOSA. Predecir que la destrucción del mundo es inevitable, pronosticar calamidades e imponer incertidumbres y temores al pensamiento, todos éstos son métodos de la mente carnal. ¡Qué enemigo sutil, que nos despoja de nuestro apacible y confiado templo! La Mente, Dios, conoce todo lo que se conoce. Revela a la consciencia individual cada faceta de Su perfecta creación. Los mortales pueden sentirse desconcertados acerca del futuro, pero la Mente en su eternidad sabe que la perfección está siempre presente.

La Sra. Eddy estableció en el Manual de La Iglesia Madre un Estatuto que, cuando se lo obedece, provee una fuerte defensa para nuestro templo: “Ni la animadversión ni el mero afecto personal deben impulsar los móviles o actos de los miembros de La Iglesia Madre. En la Ciencia, sólo el Amor divino gobierna al hombre, y el Científico Cristiano refleja la dulce amenidad del Amor al reprender el pecado, al expresar verdadera confraternidad, caridad y perdón. Los miembros de esta Iglesia deben velar y orar diariamente para ser liberados de todo mal, de profetizar, juzgar, condenar, aconsejar, influir o ser influidos erróneamente”.Man., Art. VIII, Sec. 1.

Es nuestro amor a Dios y al hombre lo que nos impele a defender activa y constantemente nuestro santuario y a ver correctamente a nuestro prójimo. La mente carnal querría debilitar la gran fortaleza que prevalece cuando cada uno de nosotros, inamovible, expresa su devoción a Dios.

Aunque no necesitemos de guardias armados a las puertas de nuestras iglesias, cerciorémonos de estar completamente armados con percepción y discernimiento a la puerta de la consciencia. Debemos vigilar para asegurarnos de que no dejamos indefenso nuestro templo interior, disminuyendo así la validez y eficacia de nuestra adoración a Dios.

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