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Progreso en la curación

Del número de agosto de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Observen las gotas de agua en una fuente. Suben rápidamente desde sus surtidores, y luego no tan rápido hasta que alcanzan el punto en que comienzan a descender. Algunas de ellas pronto vuelven a subir y bajar, pero ninguna asciende más allá de la altura determinada por la presión del surtidor. Nuestro progreso en la curación parece ser igual.

Cuando en un comienzo aprendemos del poder sanador del Cristo, la Verdad, como es revelado en la Ciencia Cristiana, nos remontamos mental y espiritualmente. Pero luego de un tiempo, en vez de acelerar a mayores alturas, tendemos con frecuencia a disminuir la velocidad a un punto en que estamos satisfechos con mantener nuestra situación humana sin que empeore. Luego, cuando surge un problema fuera de rutina, nos preguntamos por qué no lo dominamos. O, viendo la necesidad de un mejor trabajo de curación, comenzamos a teorizar sobre métodos y técnicas para aplicar lo que sabemos. Pero la revisión de métodos y técnicas sólo nos brinda un reavivamiento pasajero de inspiración y éxito, a menos que se opere un cambio en lo que reconocemos que es nuestra fuente de pensamiento.

En la Biblia se nos dice que los discípulos de Jesús no pudieron sanar a un joven que padecía de ataques violentos. Cuando se le preguntó el porqué, Jesús no hizo un examen profundo sobre los métodos curativos de los discípulos. Dijo: “Este género no sale sino con oración y ayuno”. Mateo 17:21; Hoy en día, cuando nos vemos frente a enfermedades difíciles de sanar, ¿oramos y ayunamos? ¿O teorizamos sobre lo que la mente humana debiera hacer en cuanto a poner en práctica lo que ya sabemos acerca de la realidad espiritual?

No es que los métodos no tengan su importancia. Sí, la tienen. Pero sólo mientras surjan del pensamiento motivado espiritualmente y no humanamente. La fuente de nuestro pensamiento determina cuán lejos nos llevarán nuestros métodos hacia la clase de obra sanadora realizada por Jesús.

Es importante comprender la Ciencia de la Verdad divina y el sistema mediante el cual la Verdad puede aplicarse a las creencias falsas que inducen al ser humano a errar y sufrir. Es útil darnos cuenta claramente de que la enfermedad es irreal porque Dios, el bien, lo hizo todo y todo es bueno; que, puesto que Dios es Espíritu, toda Su creación es espiritual; que la materia, el opuesto del Espíritu, es el estado objetivo y subjetivo de la mente mortal; que el mantener el pensamiento consciente de la realidad del hombre tal como Dios lo creó aporta a la experiencia consciente las verdades que destruyen los errores de esta tal llamada mente; y que la ley de Dios faculta y apoya cada pensamiento perfectamente bueno, con exclusión de los pensamientos de pecado, de conflictos humanos y de enfermedad. Pero cuando vemos que nuestros esfuerzos para practicar la verdad se hacen difíciles o su eficacia parece decaer, es hora de indagar nuestro pensamiento y preguntar: ¿cuál es su fuente?

El progreso que hemos de alcanzar exige progreso desde el comienzo. Y en la Ciencia Cristiana descubrimos, mediante la oración, por dónde comenzar. La oración no es una mera repetición de palabras o aun de pensamientos. Es mucho más que la negación del mal y la afirmación del bien, o la contemplación de declaraciones de la verdad absoluta en oposición a lo humano o relativo. La oración es un deseo consciente por una vida que expresa a Dios, la Vida y el Amor divinos.

Cuando realmente oramos abandonamos el sentido material de la vida y buscamos el sentido espiritual. Al comienzo de nuestra experiencia con la curación cristiana es posible que fervientemente deseemos un sentido más espiritual de las cosas. (Quizás el sufrimiento ha hecho que el sentido material de las cosas sea insoportable.) Mas habiendo alcanzado cierta altura y habiéndonos sobrepuesto a lo peor de nuestros malestares — a pesar de que posiblemente nos consideremos adherentes y proponentes devotos de la curación espiritual — muy a menudo perdemos el interés de progresar espiritualmente. Más bien optamos por expresar nuestros deseos en términos materiales y esperamos que la Ciencia del Cristo, la Verdad, nos ayude a que se realicen.

Al abandonar nuestros afanes, confiando en que el Padre-Madre de todos nos elevará a un punto de vista más alto, es posible que descubramos que mucho de lo que deseamos no vale la pena y dirijamos nuestra atención y esfuerzos hacia nuevas direcciones. En realidad, ya se ha realizado todo el bien, puesto que es la obra de Dios. A medida que nuestros deseos se eleven hacia el punto en que incluyan sólo las cosas espirituales, hallaremos que coinciden más y más con la realidad de la creación de Dios — ya realizados. La Sra. Eddy nos asegura: “El deseo es oración; y nada se puede perder por confiar nuestros deseos a Dios, para que puedan ser modelados y elevados antes de que tomen forma en palabras y en acciones”.Ciencia y Salud, pág. 1;

Consideremos por un momento lo que podríamos hacer si los síntomas de una enfermedad no ceden a nuestras oraciones. Quizás hayamos negado cada síntoma como irreal puesto que el todo-Mente, Dios, jamás concibió, creó, ni permitió nada que no exprese Sus cualidades. Hemos insistido en que el bien está siempre presente porque Dios, el bien, es Todo. Hemos escudriñado nuestro pensamiento para ver si hemos estado hospedando pensamientos que no son buenos acerca de nosotros mismos o de otros, y hemos trabajado fielmente a fin de reemplazar tales pensamientos con la verdadera idea de Dios. Hemos reconocido a Dios como causa, y al bien perfecto como el único efecto. Y continuamos así — pero la enfermedad persiste. ¿Qué hacer entonces?

Jamás debiéramos desalentarnos. Siempre podemos encomendar nuestros deseos a la única fuente del pensamiento verdadero. Y al confiar en esa fuente — Dios — podemos sentir el poder modelador y enaltecedor de la Mente. Entonces nuestros deseos serán más elevados, donde su realización es un hecho.

¿Y cómo podemos saber cuáles han de ser nuestros deseos? En Mateo 5 hallamos los versículos llamados las Bienaventuranzas. Ellas nos describen los estados de pensamiento que son bendecidos por el Padre-Madre Dios; algunos son: pobreza en espíritu, mansedumbre, misericordia, limpieza de corazón. Por medio de estas cualidades nos podemos unir con el propósito divino. Las Bienaventuranzas nos muestran el camino hacia el progreso al reconocer nuestro estado de hijos o ideas de la Mente única. Hasta nos enseñan cómo ser desinteresados en las relaciones humanas: “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos”. Mateo 5:11, 12; ¡Cuánto tenemos que aprender del cristiano por excelencia en cuanto a confiar a Dios nuestros deseos!

Mediante la comprensión más elevada de la metafísica encontramos las respuestas a los problemas más apremiantes del mundo — problemas que en la actualidad carecen de soluciones debido a que la humanidad no ha logrado discernir las realidades de la creación de Dios. Las enfermedades que en el presente se consideran incurables, las condiciones económicas que parecen ser inevitables, los problemas del aumento en la población humana que se consideran sin solución, y otras situaciones similares, cederán cuando hombres y mujeres comiencen a ver más allá del aparente mundo material y sus personalidades y vean la identidad espiritual.

La Sra. Eddy escribe: “La identidad es el reflejo del Espíritu, el reflejo en formas múltiples y variadas del Principio viviente, el Amor”.Ciencia y Salud, pág. 477; Los esfuerzos por discernir esta identidad espiritual lograrán su objeto siempre y cuando el pensamiento metafísico se eleve. Y esta elevación se alcanza por medio de la oración. El simple anhelar, ansiar y desear todo lo que es verdad acerca de Dios y el hombre, recibe la bendición del Padre-Madre. Y esta bendición depende del grado en que oremos y ayunemos — en que busquemos la realidad espiritual y neguemos la materialidad, en que trabajemos desinteresadamente a fin de alcanzar la inmortalidad y rechacemos la mortalidad.

Como dijo Jesús: “Para Dios todo es posible”. Mateo 19:26. Cuando nos enfrentamos a un problema difícil, podemos orar para obtener la comprensión de que el Espíritu, Dios, imparte. Al hacer esto, sentiremos el poder inspirador, esclarecedor, fortalecedor de la Mente divina. En lugar de meramente hablarnos a nosotros mismos sobre la realidad absoluta, contemplaremos más y más esa realidad. Encontraremos que nuestros pensamientos nos vienen con renovada energía, que nuestros conceptos sobre tales cosas como la vida, la sustancia, la identidad, el cuerpo, alcanzan nuevas alturas. Y progresaremos más y más en nuestra habilidad para sanar.

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