Puede parecer natural traer al día de hoy los problemas de ayer o incorporar al presente las ofensas y decepciones del pasado. Pero las enseñanzas de la Ciencia Cristiana muestran que el resentimiento por alguna injusticia sufrida o el pesar por alguna experiencia desdichada es, realmente, contranatural. Sin embargo, estas condiciones no nos dejan hasta que nuestro pensamiento sana espiritualmente. La curación divina es el único camino por el cual podemos verdaderamente liberarnos de cualquier recuerdo del mal.
Perdonar a alguien que nos ha ofendido o privado de algo que era legítimamente nuestro, no se consigue simplemente deseando liberarnos, ni tan siquiera disponiéndonos a olvidar o perdonar lo pasado. La habilidad de perdonar viene de Dios, y el “Padrenuestro” nos indica cómo utilizar el poder sanador del perdón. Este camino está resumido en pocas palabras: “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Mateo 6:12; La Sra. Eddy interpreta espiritualmente esta petición: “Y el Amor se refleja en amor”.Ciencia y Salud, pág. 17;
Nuestro deber es reflejar el Amor que es Dios. Amar a otro — viéndolo como hijo de Dios — es verdadero perdón, porque Dios no conoce el mal. Su amor puro ve únicamente la perfección de Su hijo. Por lo tanto, reflejar el Amor, Dios, ha de significar ver a los demás bajo la luz pura del Amor divino, ver al hijo impecable y puro de Dios. Éste es el amor que sana. Éste es el perdón que sana el resentimiento o la ofensa y que tiene que ayudar a sanar a aquellos en quienes pensamos. Amar espiritualmente es verdadera oración.
Hace muchos años experimenté esta clase de curación y todos los beneficios y bendiciones que trae. Se había hecho un traspaso de una propiedad, el que parecía injusto. Un practicista de Ciencia Cristiana me estaba dando tratamiento y me recomendó que estudiara y aplicara esta declaración de la Biblia: “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria;... Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos”. 2 Cor. 4:17; 5:1;
La verdad espiritual de esta declaración me ayudó a ver que aun si me encontrara sin posesiones personales que yo apreciaba, o aun cuando perdiera capital o propiedad, el Amor divino, la fuente de todo bien, me proveería con todo lo que necesitara. Pude ver que debido a que el Amor divino es eterno, sus dones de amor también son eternos, y que ningún sentido de rencor o de venganza puede quitar lo que el Amor da. Obtuve el empleo que necesitaba en una forma muy interesante que me recompensó con creces la pérdida financiera que había sufrido. Pero esto no me liberó del rencor que sentía con respecto a toda esta experiencia.
Me sané totalmente cuando pude perdonar al que se había beneficiado financieramente con lo que yo había perdido. Recibí una llamada de larga distancia preguntándome si quería orar en Ciencia Cristiana para esta persona. Mi primera reacción fue de desaliento porque parecía imposible que pudiera orar honestamente para esta persona desde la base del Amor divino. Pero supe que tenía que hacerlo, y a medida que lo fui logrando, toda sensación de rencor y de amargura desapareció y obtuve una liberación completa. Más aún: el problema de aquél por quien yo estaba orando, fue solucionado.
¿Qué fue lo que me liberó del resentimiento y de la amargura tan profundos que podían haber perjudicado mi vida por muchos años? Mirando en retrospección puedo ver que fue el amor de Dios lo que me sanó. El amor de Dios me liberó de un falso sentido de que el hombre es capaz de obrar mal o de ser malo. El perdón sana porque el verdadero perdón ve a quien ofende como el hijo de Dios y, por lo tanto, como completamente bueno, incapaz de perjudicar o dañar a otros. La creencia de que el hombre es capaz de hacer mal o de que es un pecador, perjudica nuestro propio sentido moral. Mientras creamos que alguien, en algún lugar, es un agente del mal, estamos expuestos a creer que alguien, en algún lugar, es la víctima del mal. Y, por supuesto, mientras creamos que el mal es real, no podemos demostrar en nuestra experiencia la armonía y perfección de la vida en Dios, el bien infinito.
Por lo tanto, el perdón que trae curación debe incluir una fidelidad estricta al gran mandamiento recomendado por Cristo Jesús: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Mateo 19:19; Cuando reclamamos nuestra propia identidad perfecta como linaje del Amor divino, debemos también reconocer la identidad perfecta de todos aquellos en quienes pensamos. Estar libres del resentimiento y de la amargura nos capacita para aceptar otra gran verdad espiritual — que el mal jamás es real y que el pasado pertenece enteramente a Dios. Ésta es una enseñanza básica de la Ciencia Cristiana — que puesto que Dios es bueno e infinito, el mal nunca es real. La Sra. Eddy, la Descubridora y Fundadora de Ciencia Cristiana, lo dice muy claramente: “Nunca ha habido momento en que el mal fuese real. Este hecho tan grande concerniente a todo error trae consigo otra verdad aún más gloriosa: que el bien es supremo. Puesto que no hay ningún otro fuera de Él, y Él es del todo bueno, no puede haber mal”. Luego destaca la importancia de vivir esta poderosa verdad espiritual: “¡No basta sólo declarar este gran pensamiento! Debemos vivirlo, hasta que Dios llegue a ser el Todo y el Único de nuestro ser”.No y Sí, págs. 24–25;
Se puede ver una relación entre el hecho de que el mal siempre ha sido irreal y la declaración de Eclesiastés: “Aquello que fue, ya es; y lo que ha de ser, fue ya; y Dios restaura lo que pasó”. Ecl. 3:15. ¿No podría esto significar que cada momento que hemos vivido pertenece realmente a Dios; que nunca ha habido ni siquiera un instante en nuestra vida en que el mal haya sido real? Necesitamos reconocer la supremacía del bien, ahora y para toda la eternidad. Y eternidad significa por siempre, no solamente de aquí en adelante. Abarca tanto todo lo que el pasado incluye como lo que traerá el futuro.
Contemplar el pasado bajo esta luz — ver que todo lo que hay de verdadero en él pertenece a nuestra existencia eterna como hijos de Dios — nos sana de los recuerdos de acontecimientos dolorosos o que hayan dejado huellas mentales o emocionales de resentimiento, y aun de odio. Ver el pasado lleno solamente de la presencia y del poder de Dios nos ayuda a vivir en la bondad y el amor presentes de Dios, a expresar el perdón que sana. Nos impide traer al presente experiencias pasadas que lo perjudiquen.
Nuestra existencia eterna como hijos de Dios nos asegura nuestra existencia actual como Sus hijos. Nos capacita para experimentar cada día la presencia del Amor divino, para reflejar el amor de Dios que elimina toda sensación de equivocaciones pasadas, de que el mal haya sido alguna vez real. Nos abre el camino para ver que la bondad de Dios es eterna, y así mirar hacia un futuro lleno únicamente de lo que viene de Dios.
¡Qué alivio pleno de alegría es sentir el perdón que sana! El efecto sanador de perdonar nos libera de la animosidad y la amargura, y de esta manera nuestro pensamiento es claro y realmente el reflejo de Dios, el Amor divino. Tal perdón es un estado santo del pensamiento, que abre el camino para que el amor de Dios y las bendiciones de este amor afluyan a nuestra vida.