Hasta que no hayamos identificado correctamente la naturaleza de los negocios, no podemos hablar de su condición real. Por eso, si queremos y esperamos dar un juicio honesto y útil, tenemos que pensar muy detenidamente sobre lo que consideramos qué son los negocios.
Debido a la gran variedad de consideraciones humanas que tienen que ver con lo que llamamos nuestros negocios, es posible que caigamos en el torbellino y la confusión del pensamiento mortal respecto a los negocios. Y al caer perdemos de vista el hecho espiritual — a saber — que los verdaderos negocios son la actividad del bien.
Un plomero de nuestro vecindario tiene este cartel en un lado de su camión: “¿Nuestro negocio? ¡Bien!” Aunque el mensaje que yo deduje de ese anuncio tal vez no sea exactamente lo que el plomero tenía pensado, siempre me alegra verlo porque me recuerda oportunamente que mi negocio no sólo está bien sino que es el bien. Expresar el bien es, en realidad, el único negocio en el que podemos estar.
¿Qué le hace esta realidad espiritual a la actividad humana que denominamos nuestro negocio? ¿La elimina? No, por cierto que no, siempre y cuando esta actividad sea constructiva. Lo que la realidad espiritual hará, en la proporción en que nuestro pensamiento sea perseverante y claro, será elevar nuestro concepto acerca de nuestros negocios. Esto significa espiritualizar y purificar nuestro concepto — liberarlo y bendecirlo, revelar que los negocios de Dios son nuestros negocios.
Sin embargo, la mera declaración que los negocios son, en realidad, la actividad del bien no necesariamente evidenciará este hecho en nuestra experiencia. Lo mismo que con cualquier otra verdad metafísica básica, tenemos que demostrarla. Y lo hacemos al estar continuamente conscientes de la verdad, dejando que ella nos guíe en cada decisión y acción durante todo el día — no sólo en la oficina o en el desempeño de nuestro trabajo, sino en cualquier parte que estemos.
Lo que denominamos negocio no es ciertamente el único medio por el que realizamos nuestro trabajo real. La oportunidad de expresar a Dios, el bien, está a nuestro alcance dondequiera que estemos — en nuestro hogar, en la cancha de tenis, en el aula, en reuniones sociales, hasta en la cárcel. El negocio de ser incluye cada faceta de nuestra vida diaria. Lo que llamamos nuestro negocio es simplemente la ocupación menor que nos proporciona vías útiles para expresar nuestra ocupación real, que es la de ser una expresión de la presencia y del poder de Dios, la Mente divina.
¿Cuáles son algunas de las características de los buenos negocios?
La compleción es con seguridad una de ellas. Si tenemos nuestro propio negocio, es posible que enfrentemos, de tanto en tanto, el argumento de que carecemos de capital para trabajar, de un amplio volumen de ventas, ganancias adecuadas, empleados leales y responsables o de libertad para operar de la manera que creamos mejor. Por otra parte, si somos empleados, podemos creer que nuestro empleo sería bueno si el sueldo fuera mayor, si tuviéramos más vacaciones o más días feriados retribuidos, un jefe más comprensivo y considerado, o mejores condiciones de trabajo.
Pero como la expresión directa de Dios, completa en todas sus cualidades, ¿puede el hombre realmente carecer de algo? ¿Cómo puede él ser incompleto a menos que Dios Mismo sea incompleto? Como semejanza de Dios, el hombre manifiesta todas las características del bien, no solamente algunas. Nada menos que eso puede considerarse evidencia verdadera del ser de Dios. La compleción es, pues, un elemento esencial y característico de nuestro verdadero negocio.
La constancia es otro atributo de los buenos negocios. No hay que experimentar altibajos, ni ciclos de pérdida y ganancia; no somos víctimas de ciclos económicos caprichosos. Se puede confiar más en el fluir ininterrumpido de ideas que en la constelación de Orión en el cielo — y ellas se nos hacen humanamente visibles en forma de ingresos, demanda en el mercado, provisión de productos, trabajadores en los que se puede confiar y en empleos. Porque, como nos dice la Sra. Eddy: “El ciclo del bien extingue el epiciclo del mal”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 270;
La verdadera sustancia es infinita. Ninguna circunstancia humana tiene el poder para aumentar o disminuir la continua automanifestación del Amor divino en cada aspecto de la vida. Cuando recurrimos a esta verdad y nos adherimos a ella, su efecto sanador se manifiesta en los desafíos que se presentan en los negocios, y finalmente reducirá y eliminará las aparentes influencias de la temporada o de la economía que pretenden afectar la constancia del bien.
La confianza es también un elemento imprescindible en el éxito de los negocios. Es necesario que confiemos en nuestra aptitud para tomar decisiones correctas, decisiones basadas en el desarrollo de la naturaleza esencial de la Mente, que se expresa en conocimiento preciso, inteligencia perceptiva, sabiduría que excede el mero conocimiento mortal, y en comprensión otorgada por Dios. Sentimos confianza cuando estamos dispuestos a obedecer el consejo bíblico: “Fíate de Jehová de todo tu corazón, no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas”. Prov. 3:5, 6. Esta clase de confianza destruye la noción de la casualidad, las equivocaciones humanas, las oportunidades perdidas, las prácticas deshonestas, la politiquería y la competencia injusta. Tales conceptos simplemente no existen en el Espíritu infinito. Al saber esto la tendencia de la mente mortal a aceptar el fracaso se reemplaza con la certeza del éxito de la Mente divina.
Felizmente, un aspecto de los negocios que está recibiendo más atención en la actualidad es el interés por el bienestar de todos los interesados. La Ciencia Cristiana elimina la noción de que pueda haber bien duradero a expensas de otros. El egoísmo despiadado de parte de los propietarios, de los empleados o de los clientes, sólo puede parecer que trastorna la equidad del bien imparcial — la expresión del Amor divino. La obediencia a la Regla de Oro da testimonio de la ley del Amor. Por cierto que el cliente merece un producto bien hecho, en el que pueda confiar y que sea seguro, un producto que represente un valor honrado. El propietario merece una retribución justa de sus inversiones y de su pericia emprendedora. Los empleados tienen derecho a esperar sueldos justos por los servicios prestados. Más allá de esto, la sociedad como un todo tiene derecho a esperar que cada negocio contribuya de alguna manera al beneficio de la humanidad. Los móviles elevados van más allá de los límites de la mera ganancia personal y se ponen al servicio de toda la humanidad en el nombre de Cristo, la Verdad.
¿Cómo están los negocios? ¿Cómo pueden estar si estamos demostrando los elementos que, como dijéramos antes, son componentes esenciales de nuestros negocios? No pueden estar sino en plena producción, alegres, exitosos y bendiciendo a todos los que están asociados a ellos. ¿No es ésta acaso la naturaleza de los negocios de Dios, los únicos negocios que realmente existen?
