Podríamos decir que cada vez aparece un número mayor de libros sobre ayuda propia, sobre cómo sobreponerse a la tensión, cómo comprenderse a sí mismo y cómo llevarse bien con uno mismo, cómo encarar los cambios sucesivos de la edad madura, y así por el estilo. Algunos de estos libros describen las fases de la vida humana de una manera tan vívida que es posible que lleguemos a pensar, “Así es exactamente como yo me siento”.
Es posible que uno también se sienta inducido a pensar que la Ciencia Cristiana, que enseña la invariable perfección de nuestra naturaleza como hijos de Dios, simplemente no se relaciona lo suficiente con nuestra condición humana. De hecho, esto no es así. La Ciencia Cristiana toca exacta y específicamente todo problema de la vida humana, sí, todo problema. Pero sea que encontremos en ella, o no, la ayuda que necesitamos, depende de lo que estemos buscando.
Por supuesto, ¡cada uno quiere mejorar la condición humana! Necesitamos encarar sinceramente los desafíos de las décadas que van pasando y progresar con cada desafío. ¿Pero es suficiente tratar la vida humana meramente con términos humanos? Si aceptamos la condición humana como se nos presenta — nacimiento, niñez, madurez, envejecimiento... ancianidad — ¿dónde terminaremos inevitablemente? Es posible que parezca interesante y no perjudicial hablar sobre cambios emocionales cuando pasamos de los treinta o los cuarenta, ¿pero qué decir cuando vamos pasando de los noventa?
La Ciencia Cristiana jamás nos dice que estamos en el puño de las condiciones humanas, que el curso de nuestra vida tiene que ser afectado por cambios fisiológicos, metabólicos y emocionales sobre los cuales tenemos poco dominio. Jamás insiste en que comprendamos las fases de la vida humana como si realmente fueran nuestra condición. Ni, por otra parte, nos dice la Ciencia Cristiana que estamos automáticamente exentos de hacer frente a todos los problemas y responsabilidades de la vida humana.
La Ciencia Cristiana nos enseña a vivir nuestra identidad espiritual precisamente en medio de nuestra vida humana. Esta Ciencia enseña que jamás hay una separación entre Dios y el hombre — que somos aquí y ahora lo que Dios, la Mente divina, sabe que somos. La manera espiritual de vivir comienza en el momento mismo en que nos identificamos como creación de Dios y sabemos que nuestra identidad verdadera no está sujeta al ambiente humano y a la herencia. O, para decirlo en otras palabras, la manera de vivir espiritual viene a ser una realidad presente cuando vislumbramos algo del Ego divino único y deja de interesarnos el ego humano, aunque sea por un segundo. La manera de vivir espiritual no es un estado de devota separación basado en un “soy más santo que tú”. A medida que nuestra identidad espiritual se nos hace más evidente, la vida que vivimos expresa más de la realidad. Entonces podemos ayudar a la gente y sanar las dificultades humanas.
En cierta ocasión alguien me preguntó qué pensaba yo sobre lo que sintió Cristo Jesús cuando dijo: “Yo y el Padre uno somos”. Juan 10:30; Lo bueno de las preguntas como la anterior, es que años más tarde todavía está uno encontrando respuestas a ellas. Cuanto más he pensado sobre la certeza, desinterés y percepción espiritual que apoya tal declaración, tanto más se ha desarrollado mi comprensión espiritual.
La vida de Jesús continúa siendo un modelo de vida a seguir. Pensad sobre el bien que hizo y cómo este bien influye nuestra vida hoy en día. Uno sencillamente no puede concebir que él haya dicho: “Estoy pasando por la crisis de los treinta. Quizás sea mejor que todavía no empiece mi ministerio”. Se compadecía de los problemas humanos. Su interés por Jerusalén fue tal que lo hizo llorar. Pero no dejó que ninguna situación lo comprometiera al grado de dejarse arrastrar por ella, ni tampoco se identificó con ella. La Sra. Eddy dice: “Jesús nos enseñó a caminar por encima de, no dentro de ni con las corrientes de la materia, o sea la mente mortal”.La Unidad del Bien, pág. 11; Jesús estaba unido a Dios. Y también lo estamos nosotros.
La Biblia nos dice: “En él [Dios] vivimos, y nos movemos, y somos”. Hechos 17:28; Estas palabras exponen los hechos de la vida espiritual — nuestra vida presente. Podemos vivir de manera que estemos conscientes de la presencia de Dios con nosotros, Dios moviéndonos, Dios diciéndonos lo que somos. Podemos estar conscientes de las cosas del Espíritu. Podemos amar nuestra identidad espiritual por ser los amados de Dios. Nada hay que pueda temer el “yo” de nuestra identidad espiritual — jamás. Cuanto más claramente percibamos las realidades inmutables de nuestra vida espiritual, tanto más nos compadeceremos de las fases variantes de la existencia humana. Y debemos siempre tener compasión de la humanidad — ya sea que parezca ser la nuestra o la de alguien más.
Sin una base espiritual, se está a merced de toda clase de emociones — temor de lo desconocido, de la enfermedad, del fracaso, del envejecimiento. Sin una vigilancia espiritual es posible ser presa de la fascinación del autoanálisis, charlas sobre personalidad, caprichos y actitudes. Detrás de este ensimismamiento se halla la necesidad básica humana de saber la respuesta en cuanto al “¿Qué soy?” y “¿En qué vendré a parar?” Es este vacío en la vida humana el que muchos autores y consejeros de varias clases están tratando de llenar. Llegarán a tener buen éxito en el grado en que vean en Dios la fuente y centro de todo el ser.
Solamente Dios puede llenar satisfactoriamente el vacío de la vida humana, pues sólo Dios puede decirnos lo que verdaderamente somos. En una declaración alentadora la Sra. Eddy explica: “Juan vio la coincidencia de lo humano y lo divino, manifestada en el hombre Jesús, como la divinidad abrazando la humanidad en la Vida y su demostración, — reduciendo a la percepción y comprensión humanas la Vida que es Dios”.Ciencia y Salud, pág. 561; No se nos deja solos con una personalidad humana con la cual tratamos de contender. La manera de vivir espiritual le permite a nuestro sentido divino de “Dios con nosotros” abrazar nuestra humanidad. En esta segura relación, nuestras preguntas se disolverán en respuestas porque seremos lo que realmente somos, y se evidenciará “la coincidencia de lo humano y lo divino”. Lo humano seguirá el modelo divino; no tendrá que seguir las fases fugaces de las condiciones humanas.
El curso de nuestra vida está fijado por Dios, no por condiciones humanas. Una vez que hemos empezado a vivir con Dios — un vivir que no está restringido por el tiempo o dependiendo de él — nuestros días y años seguirán el modelo de Dios. Nada puede impedir eso. Los cambios que ocurran serán cambios impulsados por nuestra comprensión de la voluntad de Dios para con todos nosotros, y no tendremos nada que temer de ellos.
Nuestra inmutable unidad espiritual con Dios nos llevará por encima de los altibajos de la existencia humana, bendiciéndonos y bendiciendo, en su curso, a toda la condición humana. La Sra. Eddy nos ha dado una ruta que jamás nos desviará. Escribe: “Las corrientes serenas y vigorosas de la verdadera espiritualidad, cuyas manifestaciones son la salud, la pureza y la inmolación propia, tienen que profundizar la experiencia humana, hasta que las creencias de la existencia material se reconozcan como una escueta impostura, y el pecado, la enfermedad y la muerte cedan para siempre su lugar a la demostración científica del Espíritu divino y al hombre de Dios, espiritual y perfecto”.ibid., pág. 99.
