A muchos de nosotros el sacrificio de seres vivientes en el altar de algún dios desconocido nos parece muy extraño. Históricamente, la gente ha transferido su culpa expiándola en el altar de sacrificio, creyendo que se apaciguaba la ira de alguna fuerza amenazadora. ¿Acaso han desaparecido tales costumbres del escenario humano? Tal vez literalmente, pero muchas personas continuarán buscando mentalmente un altar donde depositar su culpa. Pero el sentido de culpa que atormenta a la humanidad hoy en día sólo puede ser eliminado por quienes aprenden la expiación verdadera en el Espíritu.
La Ciencia Cristiana da a la palabra “expiación” un significado más elevado: unión con Dios. Cuando los mortales despierten a la naturaleza inseparable de Dios, el Amor divino, y su idea, el hombre verdadero, contemplarán su propia identidad en gloria espiritual. La verdadera identidad, que refleja a Dios, siempre es inocente y libre. Los estados del pensamiento mortal que producen un sentimiento de culpa, no son sino creencias falsas que provienen de la mentira que sugiere que el hombre puede estar separado de Dios, la Mente divina.
Todo lo que produzca sentimientos de culpa no puede estar basado en la Mente infinita — la fuente de todo bien. Los sentimientos de culpa emanan de la mente carnal que no es inteligente, la cual Pablo calificó de “enemistad contra Dios”. Rom. 8:7; Sin embargo, el sentimiento de culpa que no ha sido sanado debe sanarse pues puede convertirse en una carga más pesada para el ser humano que cualquier cadena que jamás haya encadenado a alguna víctima del sacrificio en la antigüedad. Pero a diferencia de las ligaduras materiales, las cadenas mentales casi siempre las forjamos nosotros mismos. El Amor divino nos enseña a soltar las cadenas de culpa que nos atan y a dejar de lado el deseo, que a menudo sentimos, de castigarnos a nosotros mismos. Tal estado enfermizo de pensamiento distorsiona nuestra perspectiva del ser verdadero.
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