La base del amor que los Científicos Cristianos sienten hacia toda la humanidad es el reconocimiento de que Dios es el único Padre. Él es Padre-Madre para toda Su creación. Dios es Amor y el hombre es el hijo de este Amor. El hombre es más aún: es la expresión misma, la emanación del Amor. Ésta es su naturaleza, su propósito, su razón de existir. La función del ser del hombre es la de glorificar al Amor, dar evidencia — en realidad dar prueba absoluta — de que el Amor es el único poder, la única presencia, la única sustancia.
Una creciente percepción de lo que es el Amor como el único Padre, y de lo que es el hombre, su precioso hijo, conduce inevitablemente a una mayor apreciación, confianza y comprensión entre los hombres. A medida que reconocemos el poder cohesivo del Amor dejamos de ver al hombre como una entidad mortal unida a otras por frágiles relaciones personales. Cuando nuestros pensamientos y actos emanan de la expresión del Amor divino, el amor hacia nuestros semejantes es natural y se manifiesta sin esfuerzo.
El Científico Cristiano ve a todo individuo, sin excepción, como precioso a los ojos del Amor. Se esfuerza sinceramente por contemplar la existencia desde el punto de vista del Amor. Y sobre esta base se siente impelido a amar a toda la humanidad. En realidad, nuestro amor por el hombre nos dice mucho acerca de nuestro amor por Dios. La Sra. Eddy nos recuerda: “Debiéramos evaluar el amor que sentimos hacia Dios por el amor que sentimos por el hombre; y nuestra comprensión de la Ciencia será evaluada por nuestra obediencia a Dios — en el cumplimiento de la ley del Amor, haciendo bien a todos; impartiendo la Verdad, la Vida y el Amor, en el grado en que nosotros mismos los reflejemos, a todos los que se hallen dentro del radio de nuestra atmósfera de pensamiento”.Escritos Misceláneos, pág. 12;
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