El término “absoluto” incluye todo lo que es completo, final, perfecto, espiritual. Dios es absoluto. Su totalidad incluye Su idea, el hombre, y es todo lo que constituye el ser. El hombre es uno con Dios, sin embargo, es distinto como Su expresión. La Mente, Dios, es la fuente de toda actividad verdadera y la esencia de todo lo que existe.
La experiencia humana jamás puede ser absoluta puesto que está orientada hacia la materia y, por lo tanto, no puede ser espiritual y eterna. En realidad, lo humano jamás es un estado genuino del ser. Nunca puede ser otra cosa que un estado limitado, imperfecto, acerca del ser verdadero, acerca de Dios y Su idea.
Las condiciones de la existencia mortal bien pueden parecer muy reales, pero en verdad son falsos conceptos de lo absoluto y eterno. El Cristo, la idea verdadera de Dios, nos capacita para percibir las verdades de Dios y del hombre en lugar de las creencias materiales. Ciertas veces captamos tan vivamente una verdad espiritual pertinente, que la creencia falsa se disipa instantáneamente. Otras veces es necesario emplear argumentos mentales prolongados — negación del error y afirmación de los hechos absolutos.
El hecho es que sólo hay una Mente. En la medida en que comprendemos esta gran verdad y la demostramos, probamos la nada de cualquier otra pretendida mente o poder. Nos damos cuenta de que las creencias erróneas, sin mente alguna para desarrollarlas o apoyarlas, no pueden tener otra sustancia que la de un sueño.
¿Por qué la demostración debe descansar sobre las verdades absolutas de la existencia espiritual? Porque sólo lo absoluto, lo espiritual, lo real, tiene poder para corregir la creencia falsa. La demostración es más que un cambio en la materia — de un estado de debilidad a uno de salud, de una condición enferma a una sana, de un estado doloroso a uno sin dolor. Nuestra verdadera demostración es nuestro adelanto espiritual, es el lograr una perspectiva más elevada y más clara de Dios y del hombre. En este sentido más amplio, nuestra demostración puede progresar constantemente porque en realidad la demostración consiste en la espiritualización progresiva de nuestro pensamiento y nuestra vida.
El problema difícil que puede parecer tan real es tan sólo la proyección de una opinión incorrecta acerca del hombre. El tratar el cuerpo no es el remedio. Es el concepto erróneo lo que debe corregirse. Y solamente un cambio de pensamiento puede lograrlo.
Tal cambio no lo opera meramente una manera de pensar “positiva” o un análisis de la mente humana. Ni es tampoco la corrección de nuestro pensamiento una prerrogativa de la determinación voluntaria de la mente humana para ser mejor. El cambio de pensamiento que constituye la verdadera curación, comienza cuando nos apartamos de las costumbres, usos y opiniones materiales. Implica receptividad espiritual a la única Mente — buscar y encontrar perspectivas nuevas y puras de la bondad de Dios, meditar sobre ellas, y hacerlas nuestras al ponerlas en práctica.
Las verdades absolutas acerca de Dios y del hombre son vitales y activas. Cuando se albergan en la consciencia y se expresan en la vida diaria, cambian profundamente la experiencia. Desarraigan las creencias falsas y de esa forma corrigen el problema físico. Ningún desorden, no obstante cuán profundamente arraigado o por cuánto tiempo haya durado, puede perdurar en la mentalidad que ha sido así cambiada. Mary Baker Eddy escribe: “Ni la inacción ni la sobreacción orgánicas están fuera del dominio de Dios; y el hombre se encontrará normal y natural para el pensamiento mortal transformado, y en consecuencia más armonioso en sus manifestaciones de lo que era en los estados anteriores, creados y sancionados por la creencia humana”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 125;
Las relaciones humanas también pueden armonizarse cuando recurrimos a las verdades espirituales absolutas. Asimismo, no podemos confiar en la evidencia material. Las tentativas de corregir tales dificultades meramente mediante la lógica, el razonamiento y la persuasión humanos mantienen el pensamiento centrado en el problema. Y sería tan erróneo como infructuoso utilizar la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) para lograr que otra persona haga lo que deseamos.
La solución no radica en tratar de cambiar a otra persona sino en cambiar nuestro propio concepto de ella. Dios jamás creó un mortal egoísta y odioso. La animosidad y el resentimiento que expresa otra persona son impotentes cuando nos rehusamos a identificarla con tales rasgos. Necesitamos ver a los demás y también a nosotros mismos como somos todos en verdad, hijos de Dios, perfectos, amorosos y honrados.
El obtener conceptos más espirituales aporta paz a nuestro pensamiento afligido y bendice a los demás. Jacob probó esto mismo cuando oyó que Esaú, el hermano que él había agraviado, se dirigía a encontrarlo con cuatrocientos hombres. Al principio Jacob sintió temor, pero después de una noche de lucha espiritual su naturaleza experimentó un cambio tan completo que le fue dado un nombre nuevo. Cuando se produjo el encuentro, Esaú corrió hacia él y lo besó. Entonces Jacob dijo a Esaú: “He visto tu rostro, como si hubiera visto el rostro de Dios, pues que con tanto favor me has recibido”. Gén. 33:10;
La vida y obras sanadoras de Cristo Jesús se basaron completamente en hechos científicos absolutos. Su pensamiento estaba tan imbuido con el poder de la Verdad que inmediatamente detectaba y disipaba las pretensiones del error. Su visión pura reconocía la identidad espiritual inmaculada de aquellos que lo rodeaban en busca de ayuda. La Sra. Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, escribe: “El verdadero Cristo no tenía consciencia de la materia, el pecado, la enfermedad y la muerte; pues sólo estaba consciente de Dios, del bien, de la Vida eterna y de la armonía. Por consiguiente Jesús, el humano, podía recurrir a su individualidad superior y a su relación con el Padre, para encontrar allí descanso de las tribulaciones irreales en la consciente realidad y realeza de su ser, — teniendo lo mortal por irreal, y lo divino por real. Fue esta retirada de la individualidad material a la espiritual, lo que le fortaleció para triunfar sobre el pecado, la enfermedad y la muerte”.No y Sí, pág. 36.
Al igual que Jesús, nuestro Mostrador del camino, podemos recurrir a nuestra “individualidad superior y a [nuestra] relación con el Padre” y retirarnos de “la individualidad material a la espiritual”. Aprendí esto hace varios años, cuando un dolor en el tobillo se hizo cada vez más doloroso y no sanaba. Después de varios meses me di cuenta de que mi trabajo metafísico se había vuelto superficial. Me iba dejando estar y oraba con tibieza, sin entusiasmo, mientras soportaba el dolor. Era necesario adoptar una posición mucho más firme y absoluta.
Comencé con “la declaración científica del ser” que se encuentra en la página 468 de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. A medida que meditaba la segunda cláusula, “Todo es la Mente infinita y su manifestación infinita, porque Dios es Todo-en-todo”, me di cuenta de que puesto que la Mente es un sinónimo de Dios, yo podía ampliar mi entendimiento de este pasaje usando otros sinónimos también. Por ejemplo, pude afirmar que todo es la Verdad infinita y su manifestación infinita, porque la Verdad es Todo-en-todo. Muchas veces medité sobre esta declaración palabra por palabra, afirmando que yo era la manifestación de la Verdad. Más que nunca antes, comprendí que la Verdad es ciertamente Todo-en-todo y que yo estaba incluida eternamente en la totalidad de la Verdad.
Al cabo de más o menos una hora sentí un ajuste repentino en el to billo y los músculos se relajaron. Más tarde ese mismo día la herida se abrió y empezó a drenar. No sentí más dolor y a ello siguió una curación completa y permanente.
La evidencia de los sentidos materiales nunca puede satisfacer o curar. Pero esta evidencia cede a medida que percibimos las verdades absolutas y elevamos nuestro pensamiento y manera de vivir. En la proporción en que el pensamiento se espiritualiza más, aprendemos a estar más profundamente en comunión con Dios, a morar bajo Sus alas y a amarlo más desinteresadamente. De este modo, hallamos el camino de la paz, de la salud, y de la felicidad permanente — el camino del progreso espiritual.
